No suele ser noticia que, en una coyuntura marcada por las adversidades y las lógicas del mercado, espacios construidos colectivamente logren vencer el paso del tiempo, al mismo tiempo que cuestionan y tensionan lo dado. Sin embargo, son muchas las resistencias que perviven y “desde las sombras” trabajan revalorizando distintos sentidos de lo comunitario. Este es el caso de Los Pompas, la Asociación Civil “Grupo de Teatro Comunitario Los Pompapetriyasos", surgida del trabajo de un grupo de vecinos de Parque Patricios, que este año cumple 20 años de multiplicar la participación vecinal y contribuir a la recuperación y revalorización de los espacios públicos.

Para festejar el aniversario, el grupo repone Lo que la peste nos dejó, su espectáculo emblema del año 2012 (declarado de interés cultural por la Legislatura porteña), que indaga sobre las huellas que la epidemia de fiebre amarilla dejó en la Ciudad de Buenos Aires. La obra plantea la hipótesis de que, a partir de aquella epidemia, la ciudad se dividió en dos: norte y sur, y que en el sur quedaron los estigmas y los fantasmas. La cita para ver Lo que la peste nos dejó tiene lugar en la sala ubicada en Avenida Brasil 2640, espacio que Los Pompas habitan desde octubre del año pasado.

Durante años, el grupo vagó por clubes, casas plazas, polideportivos hasta que logró constituirse en asociación civil. “A partir de ahí empezamos a crecer sin parar y sumar nuevos compañeros. Y esa conformación como asociación civil nos permitió acceder a subsidios y aprender a gestionar de otra manera”, cuenta sobre los orígenes de Los Pompas, su directora, Agustina Ruiz Barrea. En Los Pompas, los lazos están atravesados por una lógica que, según dice, “es bien distinta a la que estamos acostumbrados”. No está el dinero ni el éxito como eje, sino que la búsqueda pasa por “lograr la voz colectiva, tomar la escena y la palabra y entender que somos porque somos con otros”.

Ruiz Barrea cree firmemente en el proyecto como reservorio de humanidad, como un lugar en donde hay algo de lo humano que se restituye, y donde hay lazos y lógicas que tensionan y discuten con el individualismo. De por sí el mundo "perverso" en el que se vive, es para Barrea "muy injusto", por eso generar estos espacios, “es una decisión política y poética que apuesta por una vida mucho menos cruel”. “Creo que otra forma de habitar este mundo es posible”, sostiene.

-¿Por qué eligieron reponer Lo que la peste nos dejó para celebrar los 20 años de Los Pompas?

-Lo elegimos porque fue un espectáculo emblemático en la historia de nuestro grupo. Y además porque durante la pandemia nos dimos cuenta que el texto era muy homologable a lo que estaba sucediendo. Nos pareció que había que generar un rito sanador en el cual pudiéramos hablar de lo que la peste nos dejó y de lo que nos sigue dejando, que tampoco se vivió igual en el sur que en el norte. Cada vez que reponemos Lo que la peste nos dejó, se vuelve a poner en escena el mito estigmatizante del sur. Y nosotros al hablar de esto, podemos desarmarlo, cuestionarlo y pensarlo.

-¿Qué balance hacés a 20 años de la creación de este proyecto?

-A mi este proyecto me cambió la vida y la manera de entender cómo quería vivir. Creo que tenemos que apostar a recuperar la capacidad de soñar colectivamente. No hay muchos espacios para eso. Cuando soñamos juntos lo hacemos como consumidores. Soñamos relatos escritos por otros en otras geografías, que están hablando de otras culturas y quedamos alienados tratando de identificarnos con historias que suceden en otros contextos. Por eso para nosotros es muy poderoso poder hacer esto: hablar de nosotros aquí y ahora, en esta geografía que tiene una particularidad histórica. Y que sabemos que, si nosotros hacemos el ejercicio de hablarnos, preguntarnos quiénes somos, fantasearnos, hay algo de nuestro proceso identitario y subjetividad que se va a elevar, crecer y cambiar. Pero creemos que eso se hace con otres, no en soledad.

-¿Qué implica trabajar en un proyecto que se resiste a la lógica individual del “sálvese quien pueda”?

-Es desplegar una utopía. Poder mutar la palabra competencia a cooperación es la gran pulseada. Dejar de pensar que el otro es mi posible enemigo, a pensar en el otro como aquel con el que voy a interactuar y cooperar para hacer algo que jamás podría hacer en soledad. Es hermoso, pero costoso y conflictivo. Me parece que es muy injusto el mundo individual perverso en el que vivimos, entonces generar estos espacios, es una maravilla y no fue magia, es una decisión política y poética.

-¿Qué planes tienen para el futuro?

-En el futuro inmediato, el fin de semana del 23 y el 24 de julio, recibiremos en nuestro espacio a Evitácora, de Ana Alvarado, dirigida por Carolina Ruy y Javier Swedzky. Ese domingo también habrá una jornada sobre infancias y diversidades con la participación de la editorial Chirimbote y Gilda Arteta. Durante los meses de septiembre, octubre y noviembre vamos a empezar con otra parte de los festejos con el despliegue de nuestro ciclo Arquetipos, en el cual recibiremos a muchos artistas que trabajan con teatro de máscaras. En ese marco, repondremos Retazos de una espera y seguramente una función de Lo que la peste nos dejó en el Parque Ameghino.

  • Las funciones de Lo que la peste nos dejó son todos los sábados a las 21 en el Teatro de Los Pompas (Av. Brasil 2640), con localidades a la venta a través de Alternativa Teatral.