Clementina    6 puntos

Argentina, 2022.

Guion y dirección: Constanza Feldman y Agustín Mendilaharzu.

Duración: 109 minutos.

Intérpretes: Constanza Feldman, Agustín Mendilaharzu, Juan Barberini, Laura Paredes, William Prociuk, Francisco Benvenuti, Alejo Moguillansky y Bárbara Massó.

Estreno: en el Malba, los sábados a las 20.

Como casi todos los hechos bisagra para la humanidad, los primeros meses de la pandemia, regidos por el temor y los aislamientos sociales, sirvieron como disparadores creativos para artistas de todas las disciplinas. El universo audiovisual no fue la excepción, como demuestran las decenas (¿centenas? ¿millares?) de documentales y ficciones rodados puertas adentro del hogar durante aquellas épocas aciagas. La troupe de la productora El pampero, a falta de una, se despachó con dos películas pandémicas. O, mejor dicho, con un largometraje (La edad media) y un corto que devino primero en una serie de cinco episodios para la plataforma de streaming Kabinett y luego, nuevo montaje mediante, en un largo de 109 minutos llamado Clementina, que llega a la cartelera del Malba luego de haber ganado el Gran Premio y el reconocimiento a Mejor Largometraje en la Competencia Internacional del último Bafici.

Los puntos de contacto entre La edad media –que también pasó por el festival porteño, en este caso en el marco de la Competencia Argentina– y Clementina son evidentes aunque de distinta índole: dirigidos y protagonizados por una pareja en la vida real (Luciana Acuña y Alejo Moguillansky allí; Agustín Mendilaharzu y Constanza Feldman aquí) a cargo de interpretar personajes que operan como versiones deformadas de sí mismos, una trama sin grandes picos dramáticos disparada por las rispideces de la convivencia forzada y desarrollada casi íntegramente dentro de ambientes cerrados y, obviamente, las sensaciones de asfixia por el encierro y de incertidumbre ante lo desconocido. Tienen, también, los mismos problemas: un encadenamiento de situaciones minúsculas que las vuelven un tanto reiterativas y el anclaje a una coyuntura extraordinaria, difícilmente repetible, que hace que, ante un presente tan distinto en términos sanitarios, algunos tópicos y situaciones hayan envejecido demasiado rápido, como si fueran parte de un pasado remoto que, sin embargo, está a la vuelta de la esquina en términos históricos.

Al igual que Feldman y Mendilaharzu, Clementina y Guille (sus alter egos “ficcionales”) conforman una pareja. La de La edad media convivía hace rato junto a su hija; esta, en cambio, eligió pasar la etapa más estricta del aislamiento en el departamento de él, que mudó su oficio de profesor a la virtualidad. Mientras Guille da clases pegado a la pantalla, ella –también profe, pero de Educación Física y, por lo tanto, sin demasiado que hacer en términos laborales– intenta entretenerse con lo que tiene a mano, ya sea limpiando las hojas que caen en el balcón, leyendo libros sobre historia del arte, pispeando por la mirilla de la puerta del departamento la dinámica de la fauna vecinal, clavándole la vista al albañil que va a arreglar el techo del baño o yendo al supermercado por víveres. Que la película arranque con Clementina volviendo cargada de frutas y verduras que se le caen en medio de la calle, generando el bocinazo enojado de un automovilista, es la muestra más evidente de que sus movimientos corporales mezclan torpeza, ternura e incomodad, enraizándose en la mejor tradición de la fisicidad del slapstick.

Entre alcoholes en gel, distancias sociales y charlas con vecinos que, ante la imposibilidad de trabajar, incursionan en la venta de panes de masa madre, poco a poco Clementina (película y personaje) irá viendo cómo su mundo tiembla bajo sus pies. Y no solo por la pandemia, sino a raíz de un encargo de su padre que la obliga a recalcular sus próximos pasos. Es así que Clementina, siempre con un tono amable y liviano, revela un núcleo interno atravesado por miedos y fragilidades que trascienden una situación particular. El encierro, entonces, como una fisura en la corteza de la rutina en la que los personajes, antes que con el otro, se encuentran consigo mismos.