Cada vez que derriban “una casa vieja en la ciudad” (como dice la gente), estamos obligados, como arquitectos, a reflexionar sobre esto. Lo cierto es que el hecho ya está consumado y no hay marcha atrás. Lo dramático de esta acción, es lo que viene después: la construcción de un edificio en altura de mala calidad en pleno casco histórico; en el área de la ciudad donde debería conservarse su paisaje urbano ya que, a través de su arquitectura, nos recuerda nuestra identidad.

De la lectura que hacemos del área histórica de una ciudad, resulta cómo podemos intervenir en el territorio, considerando sus patrones naturales y culturales. San Fernando del Valle de Catamarca es una ciudad de autor, como lo viene sosteniendo desde la década de los ’80 el profesor arquitecto Alberto Nicolini. En sus clases de Historia, en la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad Nacional de Tucumán, ya nos hablaba de lo que bautizamos en nuestro espacio como “La ciudad de Caravati”.

Hace un mes, los vecinos se enteraban de un nuevo golpe a la historia, con el derribo de la casona de Ramón Clero Ahumada, que estaba ubicada en calle Salta al 700. En realidad, se demolió lo que quedaba de su estructura que ya no tenía ninguna preservación, desde hacía muchos años atrás. La Unión de Arquitectos de Catamarca la había relevado en la década del 80 y la Municipalidad de la Capital de Catamarca la había declarado como patrimonio de la ciudad y, por lo tanto, una ordenanza prohibía su demolición.

Ya hemos asistido, durante el confinamiento de la pandemia, al triste espectáculo del accionar de las topadoras que derribaron lo que fue la Manzana de Turismo. También los vecinos nos alertan frecuentemente sobre el rumor insistente en voz alta de la desaparición de la manzana donde se ubica el ex Centro Sanitario, del arquitecto Mario Roberto Álvarez. Siendo esta obra de arquitectura moderna un claro ejemplo que nos ayudaría a pensar el futuro sustentable de nuestra ciudad.

La mayor parte de las ciudades argentinas han tenido su origen en algunos de los dos grandes momentos fundacionales: el comienzo de la dominación hispánica durante los siglos XVI y en el período republicano liberal en el último tercio del siglo XIX. Nicolini destaca en sus escritos, los conceptos de “estructura urbana”, “función urbana” y “paisaje urbano”, cada vez que habla de las ciudades del Noroeste Argentino y cómo impactan en la contemporaneidad.

Dice Alberto Nicolini: “La estructura urbana de la ciudad argentina es un fenómeno histórico de larga duración, muy estable, lento en modificarse, pudiendo llegar a constituirse en un serio obstáculo ante intentos de cambio. La función urbana constituye un fenómeno de media duración, de persistencia variable según los casos. El paisaje urbano es un fenómeno de corta duración, fugaz, transitorio, fácilmente transformable o sustituible”.

Así, la fundación (o traslado) de la ciudad de Catamarca, por Fernando de Mate de Luna en 1683, deja en el Territorio una estructura urbana que Luis Caravati y su Escuela entendieron, adaptándola al contexto de las nuevas funciones de la ciudad liberal. Según Nicolini, no sucedió lo mismo en otras circunstancias, ya que al “no haber evaluado exactamente esta distinta esencia histórica de los diversos aspectos de la ciudad, ha sido un factor clave que explica muchos fracasos de planes urbanos y los vendavales políticos consecuentes”.

En el curso de posgrado “Arquitectura del NOA”, desarrollado recientemente en el marco de la maestría en Historia Regional Argentina, de la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de Catamarca, se planteó, en un foro de discusión, la hipótesis del derribo de las construcciones de valor patrimonial en la ciudad y sus consecuencias. El problema no es la demolición en sí, que puede deberse a múltiples causas: desde la imposibilidad económica del propietario de mantener una casona, hasta la aparición de patologías de la construcción de difícil recuperación. El problema es qué viene después de la demolición: la segura destrucción del paisaje urbano que impacta sobre la estructura urbana, mencionada por Nicolini. Distinto sería el resultado si, para el mapa mental del ciudadano, lo nuevo respetara alturas, retranqueos, coronamientos, proporciones, escalas, etc., de lo existente.

Una vez más volvemos a recordar lo que proponen Eduardo Sarahil y Rubén Gazzoli en el Plan de Ordenamiento de la ciudad de Catamarca, que elaboraron durante las décadas de los ’70 y ’80, que consistía, precisamente, en conservar la estructura urbana del área central de la ciudad. Esto es como un reaseguro para tener presente a lo largo del tiempo la idea de ciudad que plantea Nicolini, según puede verse en el croquis de Gazzoli que ilustra esta nota. El horror de una obra en particular derribada no nos interpela, sí lo hace lo colectivo: el horror resultante en el paisaje urbano ante nuestra falta de acción e indiferencia, que atenta contra la idea de la estructura misma de la ciudad.

Ya hemos mencionado en otra oportunidad la idea presente en nuestra ciudad de “La Escuela de Caravati”. La que hace referencia al arquitecto italiano y los constructores de finales del siglo XIX que “hicieron escuela” con su propuesta de intervención urbana en la estructura de la ciudad heredada de Mate de Luna. Ellos plantearon una estrategia considerando los nuevos tiempos que vivía el país, teniendo en cuenta la estructura urbana preexistente y en la idea de que la ciudad de Catamarca le debe lo que es, a sus Chacras.

Ante lo expuesto… ¿Qué vamos a hacer con nuestro paisaje urbano? ¿Llegará el tiempo en el que no sabremos en qué ciudad estamos cuando al fin se desdibuje su estructura urbana? ¿Cómo haremos para “reconocernos” como habitantes de esta ciudad de autor? ¿Cómo lo tangible del paisaje urbano de Catamarca puede ayudarnos a construir pensamiento, repensando lo que tuvimos en la búsqueda de la sustentabilidad a futuro? Interrogantes que sólo encontrarán respuestas en nuestras acciones como vecinos desde lo colectivo y no desde la mirada del desafortunado hecho individual.

*Arquitecto