Ninguno de los que va a participar de Real self sabe a ciencia cierta con qué se va a encontrar, y esa intriga es parte de su atractivo. A medida que el ¿público? se va acercando al Centro de Convenciones cercano a la Facultad de Derecho se escucha todo tipo de expectativas. Que quizá sea una orgía; quizá un boliche en el que se baila con máscaras; que quizá haya sacrificios humanos… la incertidumbre es total, se combina con incomodidad y hasta con cierto temor. Y la incomodidad y el temor salen del cuerpo en forma de risas compartidas en la espera.

“¿Es un show? ¿Es un juego? ¿Es una fiesta?”: estas preguntas aparecen en la página web de Real Self. No hay respuesta concreta para esos ítems: “Es lo que vos querés que sea”. El título va acompañado por una definición que orienta un poco más, también en inglés. “A human inmersive experience”, es decir, “una experiencia humana inmersiva”. La recomendación es ir con ropa cómoda. Se advierte que quienes participen permanecerán 75 minutos de pie y que la experiencia es apta sólo para mayores de 16 años.


De los detalles no se puede decir mucho. No se puede spoilear, porque se supone que todo lo que sucede dentro de esos 75 minutos es confidencial: pide guardar el secreto una voz en off en el primer tramo del ritual. Después de atravesar una puerta sobre la que hay una pantalla con fondo negro y letras blancas que interroga si “¿te animás a ser real?”, más de cien personas ingresan a una sala en la que se separan de sus acompañantes y se quitan sus abrigos rápidamente para lucir todas exactamente igual. Una máscara, un traje, guantes. Todo blanco. Y ahí, despojadas ellas de cuanto signo visible de la singularidad haya, empieza todo.

Este show o este juego o esta fiesta se sostiene sobre dos pilares. En términos formales el pilar es la idea de experiencia: la persona no es espectadora, es parte. No se sienta a contemplar nada. No hay actores ni performers, sólo un staff vestido igual que todes para asistir en lo que sea. Quien se suma hace, desde el cuerpo. Pero no lo que se le antoje: hay indicaciones de una voz en off. A veces son, directamente, órdenes; aunque la mayor parte del tiempo no hay obligación y quien quiera puede observar desde un rincón. Esa voz en off dice varias veces que todo lo que sientas es válido, que registres todo lo que te pase. 

Es una propuesta muy a tono con la época: aunque el concepto de “experiencia” es ya viejo en el mundo del arte, las redes sociales -y especialmente Instagram- alimentan esa necesidad social de vivirlo todo como experiencia. Y todo como experiencia para compartir, claro. Por eso los participantes aprovechan el último momento en compañía de sus teléfonos -que deben guardar en un locker, junto a sus otras pertenencias- para sacarse una selfie con la máscara. El grueso de los asistentes son jóvenes sub-30. Varies vieron en cuentas de Instagram de sus amigos fotos de esas máscaras y llamaron su atención.

La clave conceptual es aquella pregunta que aparecía en la pantalla: “¿Te animás a ser real?” “Dale una máscara a un hombre y te dirá la verdad” es una frase de Oscar Wilde que suele citar Jabo Drucaroff, premiado creador y director de este juego producido por Preludio y Ozono Producciones. Se supone que tras pagar una entrada de 3900 pesos, en un ambiente compuesto por luces estroboscópicas, humo, música y proyecciones -que reenvía a algún reality show o, para algunos, a series como El juego del calamar-, con una voz en off que todo lo guía y en el completo anonimato las personas podrían animarse a ser aquello que en su vida real no se permiten. Que dirán toda la verdad, o que se la dirán a sí mismas. Que podrían liberarse tanto emocional como físicamente. 

Se propone, además, el contacto entre les participantes. Miradas, baile, contacto físico incluso. Desde la prensa de la propuesta comentan que está funcionando como una suerte de Tinder (fallido, claro): muches escriben a las redes intentando averiguar la identidad de aquella persona con la que conectaron tanto. Se percibe, además, que tras la salida de la pandemia sobresalen las ganas del encuentro, el compartir, la celebración. 

Tal vez Real Self tenga mayor sentido para aquellos que en sus vidas cotidianas oculten y se oculten sus verdades más íntimas. “Me pareció bueno compartirlo con mis amigos que son un poquito estructurados y duritos. Los traje para que muevan un poco la estantería en la tercera edad”, cuenta un hombre dentro de un grupo que rompe con la hegemonía juvenil. “Te das cuenta de que con la careta hay cosas sobre las que largás todo”, admite uno de ellos. “No es que por ahí no sientas libertad en tu vida -aclara Ignacio, un veinteañero que asistió con la novia-. Pero acá sos un ente anónimo que hace lo que quiere.” Lo cierto es que, más allá de las particularidades, al culminar la función todes están hablando de lo que les pasó. Los comentarios del miedo y la incertidumbre de la espera mutan en una catarata de anécdotas y reflexiones sobre lo transitado en esos raros, distintos, 75 minutos.

Si corresponde registrar y valorar todo lo que a unx le pase, va entonces el punto de vista de esta cronista, que también hizo la experiencia: difícil ser unx mismo con una máscara y un mameluco que uniforman y homogeneizan, con la identidad y la expresión propias completamente diluidas. Con una libertad sujeta a consignas y órdenes. Difícil, también, poder conectar con los otros desde ese lugar. La premisa es genial, porque esta es precisamente una sociedad en la que nadie se conecta realmente con nadie, en la que nadie mira a los ojos a nadie, si de desconocidos se trata, por lo menos en general. Real self toma algo de la estructura y los objetivos de los ejercicios de teatro pero les suma traje y máscara y elementos tecnológicos que no hacen otra cosa que restar humanidad. Quizá nuestra obediencia a las consignas y las órdenes de la voz en off sea la que mejor refleje lo que efectivamente somos. Quizá este juego trate de la manipulación y no se nos advierta.

*Funciones: de miércoles a domingos en el Centro de Convenciones Buenos Aires, Figueroa Alcorta 2099.