Basada en el célebre best- seller de Jon Krakauer, finalmente llega a Star+ una de las miniseries del año: Por mandato del cielo, un thriller que recrea la investigación de un doble homicidio en el seno de una comunidad mormona de Utah a mediados de los años 80. La historia cruza el minucioso trabajo de reconstrucción del pasado de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, remontándose a sus años de fundación en el corazón de Estados Unidos, con la pesquisa de un crimen ritual que involucra a una de las familias más importantes de aquella comunidad religiosa, los Lafferty. El creador Dustin Lance Black, ex miembro de la iglesia mormona, decidió integrar sus propios recuerdos a la escritura de Krakauer y así ensayar a través de la investigación de dos oficiales de policía, el mormón Jeb Pyre (Andrew Garfield), y Bill Taba (Gill Birmingham), descendiente de la comunidad Paiute –pobladores originarios de aquella región–, un poderoso retrato del fundamentalismo religioso. En la búsqueda de la verdad sobre el brutal asesinato de Brenda Lafferty (Daisy Edgar-Jones) y su hija de 15 meses, se entrelazan el contexto de la fundación de la iglesia, comandada por el pastor Joseph Smith, al igual que las relaciones entre misoginia, racismo y violencia, gérmenes de una intolerancia que no parece haberse extinguido.

“Cada vez que tenía alguna duda o interrogante sobre la iglesia, amablemente me invitaban a ponerla sobre un estante y seguir adelante”. La afirmación de Dustin Lance Black en una larga entrevista con Los Ángeles Times en abril de este año desnuda una de las claves de la iglesia mormona para lidiar con aquellos dilemas que ponían en cuestión sus fundamentos. El “estante” se convierte entonces en el espacio simbólico para despejar las preguntas incómodas y abrazar las certezas, consigna que en la miniserie aparece en la voz de Allen (Billy Howle), el menor de los Lafferty y sospechado del crimen de su esposa y su pequeña hija. Así comienza la historia: Jeb Pyre recibe el alerta de un sangriento asesinato en el seno de su comunidad y debe descubrir dónde está el origen. Devoto de la religión, temeroso de la mirada de Dios y de la palabra de sus ancestros, sigue la pesquisa con la ciega confianza de que el asesino proviene del afuera, de una anomalía que invadió por error la tranquilidad de ese pueblo pacífico. Pero a medida que interroga a Allen y vincula los indicios del horror con la historia de su religión descubre los huecos y las inconsistencias que ya no tienen lugar posible en ese estante que les había sido destinado.

Dustin Lance Black se encontró con la investigación de Jon Krakauer, el ganador del premio Pulitzer, hace 20 años, cuando hacía tiempo había abandonado a la Iglesia de los Últimos Días pero todavía se encontraba corroído por la culpa. Su salida de la comunidad religiosa se apoyaba en las mismas razones que Krakauer diseminaba en su texto como fundamentos de la estructura jerárquica de los mormones: el respeto a los mandatos y el silencio ante los cuestionamientos. El padre de Black había abandonado a su familia para casarse con su prima adolescente y el nuevo marido de su madre resultó ser un hombre violento y abusivo. Ante la demanda de su madre, ya entonces doblegada por los corolarios de la poliomielitis, frente a los pastores de la iglesia, el mandato fue la aceptación de esa violencia y el silencio ante el abuso. El adolescente Black decidió abandonar la iglesia para siempre y en el libro de Krakauer halló la explicación para lo que todavía no había podido verbalizar. “A veces me enojaba que me hubieran ocultado tanto sobre mi propia fe, pero también me alentaba saber que no estaba loco, que mis dudas eran legítimas".

LA GESTACIÓN DEL PROYECTO

Luego de la publicación del libro en 2003 y la creciente controversia que lo envolvió, con intentos de censura por parte de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, los primeros interesados en llevarlo a la pantalla fueron el director Ron Howard y el productor Brian Grazer (Apolo 13, Una mente brillante), con el objetivo de convertir la historia en un largometraje. Sin embargo, cuando hicieron un ofrecimiento a Jon Krakauer se encontraron frente a una serie de reparos. “Mal de altura terminó convertida en una película muy mala”, recuerda Krakauer, “así que desconfiaba del destino que podía tener Por mandato del cielo en el cine”. Mal de altura, publicado en 1997, relata la traumática experiencia de un grupo de montañistas en la cima del Everest, grupo del que Krakauer fue uno de los sobrevivientes. Su tensa crónica se convirtió en una mediocre película para televisión dirigida por Robert Markowitz y producida por Sony, que no solo alteraba la esencia de la aventura sino que reconfiguraba las responsabilidades que Krakauer había conjurado en su texto.

Esas dudas se disiparon cuando su sobrina, Shannon Costello –quien se convirtió en una de las productoras ejecutivas de la miniserie– lo instó a responder las llamadas de Howard y Gazer. Ante la confirmación, director y productor emprendieron la búsqueda de un guionista capaz de lidiar con ese complejo material y de brindar una mirada interior sobre el universo religioso. Así surgió el nombre de Black, quien había trabajado con Gazer en J. Edgard (2011) y había escrito la serie Big Love (2006-2011) sobre una familia de mormones polígamos en Salt Lake City. Krakauer sintió que Black podía captar esa otra dimensión de su libro, que no solo implicaba el crimen disciplinador sino “los peligros del fundamentalismo religioso que se esconden bajo el ejercicio de la fe”. El camino fue entonces hacia el interior de la historia y Black aportó los recuerdos de su adolescencia para dar cuerpo ficcional a los hallazgos documentales de Krakauer. Se reunió con miembros sobrevivientes de la familia de Brenda Wright Lafferty en Idaho, de donde ella era oriunda, estudió aspectos ceremoniales de la tradición mormona que solo conocía en la práctica, viajó a la frontera entre Arizona y Utah donde investigó a una comunidad fundamentalista conocida como Short Creek. Incluso visitó a uno de los asesinos en la prisión, en la búsqueda de algunas respuestas: “quería entender, de manera muy detallada, lo que sucedió en el hogar que creó a esos hijos”.

Sin embargo, amalgamar el material en dos horas de película fue imposible. Presentó varios borradores pero ninguno resultó viable y el proyecto quedó en suspenso durante varios años. Tiempo después, Gazer y Howard decidieron reflotarlo y convertirlo en una miniserie. “El formato de la miniserie”, explica Ron Howard en Los Ángeles Times, “nos dio la respuesta para condensar una historia fascinante y trágica al mismo tiempo”. Convertido en showrunner, Black encontró la llave para la estructura narrativa al idear a los dos detectives de ficción, Pyre y Taba, delegados del espectador en la pesquisa sobre el crimen y sobre la historia del pasado y del presente de la iglesia. “Sin la estrategia de la investigación, el material resultaba demasiado académico para una ficción televisiva”, aclara el guionista. “Me reuní con los detectives del caso real y me brindaron información clave pero no querían aparecer como personajes, así que decidimos situar los hechos en una ciudad ficticia: East Rockwell”.

La pareja de detectives se configuró a partir de esa idea de contrapunto espiritual, que encontró su apogeo en la dinámica de Mulder (David Duchovny) y Scully (Gllian Andreson) en Los expedientes secretos X, y luego encontró su corolario gótico en las disputas existenciales entre Rust Cohle (Matthew McConaughey) y Marty Hart (Woody Harrelson) en True detective. El creyente y el escéptico. Jeb Pyre es un padre de familia, devoto mormón criado en el seno de la comunidad religiosa, cuya fe se ve sacudida ante el horror del crimen de Brenda. Lentamente va desentrañando la verdad de los hechos a partir de sucesivas conversaciones con Allen Lafferty, quien devela las zonas oscuras de su propia familia. Los Lafferty eran como los Kennedy en la Utah de los 80 y un hecho semejante erosionaba no solo su lugar en la comunidad sino en la misma historia de la iglesia. Por ello para Jeb el continuar la investigación supone hacerse aquellas preguntas inconvenientes, aventurarse a los interrogantes que no están permitidos y finalmente enfrentarse a los líderes de una institución de la que él se siente parte y custodio.

En el caso de Bill Taba, su perspectiva permite confrontar la historia oficial escrita por los mormones con los sucesos escondidos bajo la sangre de los Paiute. Como miembro de la población originaria de esa tierra, el detective Taba enfrenta las escrituras religiosas con los saberes que comparte con sus ancestros, las leyendas propagadas por los mormones como fundamento de su presencia en Utah con la verdad histórica de las traiciones y las matanzas silenciadas. Pero Taba también puede mirar los crímenes sin el manto de la fe, envuelto en el descreimiento y el desamparo de un mundo sin un orden superior. En esa dinámica, Por mandato del cielo se complejiza más allá de los hilos del policial, encuentra sus reverberaciones metafísicas en las disputas intelectuales de los investigadores que intentan dar respuestas a un horror sin nombre. El crimen de Brenda Lafferty y de su pequeña hija es la punta del iceberg para indagar en esa angosta frontera que divide la fe del fundamentalismo y en la historia de violencia y abuso que se esconde tras la poligamia y los matrimonios endogámicos, la misma que definió a la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días desde sus orígenes y que resurgió como el alimento perfecto para los sectores radicalizados que persisten hasta el presente.

LEGADO SANGRIENTO

“Cuando leí sobre los asesinatos de Utah, en el pequeño pueblo de American Fork, lo primero que quise saber fue qué justificación moral hallaron los asesinos para matar a una mujer y a su bebé con tanta saña y sin emoción alguna”, revela Krakauer en una extenso reportaje en The New York Times a propósito del estreno de la serie en Estados Unidos hace ya varios meses. Esos interrogantes fueron el disparador de la investigación para escribir un libro que le llevó varios años y que explora los orígenes de la religión, sus vínculos con la poligamia y el racismo, la estrategia para asentarse en Utah y eliminar a las comunidades originarias, al igual que el lado oscuro de sus padres fundadores, Joseph Smith y Brigham Young. El recorrido del texto pendula entre el contexto de los asesinatos en los años 80 y las raíces en el siglo XIX, cuando los mormones establecieron las bases de su religión. En esa encrucijada pone su atención Krakauer, rastreando aquellos lineamientos que unen a los dos tiempos a fuerza de violencia y sangre, explorando sus dimensiones filosóficas al igual que sus bases históricas.

Por mandato del cielo se convirtió en un nuevo best-seller en su carrera, luego de los éxitos de Hacia rutas salvajes, publicado en 1996 y primero en la lista de los más vendidos de The New York Times durante dos años, y Mal de altura de 1997. En ambos, Krakauer había combinado su espíritu aventurero como montañista con el registro periodístico que lo había consagrado en la revista Outside desde mediados de los ‘80. Hacia rutas salvajes cuenta el periplo de Christopher McCandless, un joven que tras su graduación universitaria se dirige a un viaje iniciático por el oeste de los Estados Unidos. En esa gesta que emula la de los pioneros, Krakauer enlaza la búsqueda de McCandless con la propia en las tierras de Alaska y la Patagonia –que recreó en su primer libro Sueños del Eiger, de 1990– y propone un recorrido que alterna el interior y el exterior, cifrando el enigma de su alma en el mayor riesgo de su cuerpo. Esa experiencia encontraría su límite en el desastre del Monte Everest de 1996 en el que un grupo de alpinistas perdió la vida durante una tormenta de nieve. Krakauer, asignado por la revista Outside para el reportaje, fue uno de los sobrevivientes y narró su experiencia en el libro que le valió el Premio Pulitzer.

Para fines de los 90, el escritor nacido en Massachusetts era una de las figuras más prestigiosas del periodismo de investigación y su abordaje de los relatos extremos había sido experimentado siempre desde adentro, como un protagonista además de un testigo. Entonces apareció el proyecto de Por mandato del cielo, nacido del recuerdo de los crímenes de Utah y su interés por la religión mormona. La publicación estuvo signada por la controversia. En una respuesta oficial, los líderes de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días la consignaron como “una visión decididamente unilateral y negativa de la historia mormona”. Para Krakauer, esa contestación era consustancial con su posición a lo largo de la historia. “Hasta 2014, la iglesia se negó a reconocer públicamente que el fundador Joseph Smith tenía más de una esposa. Era previsible que dijera que ‘la expiación de la sangre no está en ninguna parte; nunca encontrará ese término en ninguna de nuestras doctrinas’. Pero numerosos líderes mormones se han referido a la expiación de la sangre y han establecido la función que tiene”.

La “expiación de la sangre” fue el artilugio dogmático que justificó el crimen de Brenda Lafferty. Una práctica ancestral no escrita en ningún libro sagrado pero transmitida generación tras generación en las vertientes más ortodoxas de la tradición. Que Krakauer la colocara como pieza clave de los crímenes de Utah le permitía explorar esa dimensión negada de la iglesia mormona, y al mismo tiempo poner en discusión cuáles de las prácticas más controvertidas se remontan a los nombres de los padres fundadores. “Warren Jeff, el líder de la vertiente fundamentalista de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días –cuyos miembros practican la poligamia–, hasta el día de hoy incita a sus seguidores –que son más de 10.000– a rezar por mi destrucción”, revela el autor. Jeff se encuentra preso en Texas desde 2011 por abuso de menores y se negó a realizar comentarios sobre las entrevistas de Krakauer y Black con The New York Times a raíz del estreno de la miniserie.

La investigación de Krakauer sobre el legado sangriento de la iglesia se convierte en la miniserie en la recreación del tiempo de Joseph Smith y sus discípulos, asentados primero en el Estado de Nueva York e iluminados por las apariciones de Dios y Jesucristo que situaban una Nueva Jerusalén en América. Artífice de sucesivas visiones que luego configuraron el Libro del Mormón, Smith ensayó sucesivos traslados por Estados Unidos buscando esa tierra prometida y recogiendo conversos adscriptos al nuevo dogma. Su itinerario pasó por Idaho, Misuri y allí sus epifanías lo llevaron a promover la poligamia y el abuso de menores hasta desatar una pugna por su legado tras su encarcelamiento y muerte. Esas bases secretas, escondidas entre los silencios propugnados por la iglesia, son las que alternan el presente de los años 80 con destellos de un pasado que no parece tan lejano. La Historia se retuerce sobre sí misma, y aquellas disputas sangrientas por las tierras conquistadas, el dominio de la comunidad Paiute y las alianzas con las fuerzas militares de la futura nación alumbrada tras la Guerra de Secesión, se conjugan un siglo y medio después con el liderazgo de los Lafferty en las tierras verdes de Utah.

El patriarca familiar que presenta Krakauer y recoge la miniserie de Black es Ammon Lafferty (Christopher Heyerdahl), quien dirige a todos sus hijos varones con puño de hierro. Alejado del redil familiar por un emprendimiento en la construcción, el primogénito Ron (Sam Worthington) es desafiado por el segundo en la escala, el rubio y errático Dan (Wyatt Russell), quien asume el negocio de la quiropraxia y las medicinas naturales ante el viaje religioso de sus padres. La armonía dinástica adquiere así su aura inquietante en la mirada de Brenda, quien conoce a sus futuros suegros y cuñados en un almuerzo campestre. Junto a la tensión que intercambian Ron y Dan para ver cuál es el verdadero macho alfa, se arremolinan Jacob (Taylor St. Pierre), Robin (Seth Numrich) y Samuel (Rory Culkin), todos junto a sus esposas devotas y sumisas. La entrada de Brenda no es solo un llamado de atención para Allen, el último eslabón de la cadena, corroído por demasiadas dudas silenciadas, sino un indicio del horror que se cuece bajo la apariencia de una familia piadosa.

La publicación del libro de Krakauer en 2003 despertó un creciente interés mediático sobre la iglesia, que derivó en historias de ficción que concentraban su mirada en la poligamia, ya sea signada por el drama humano presente en Big Love (2006), o por el absurdo en reality shows como Sisters Wives (2010). Si bien estas miradas satíricas no concluyeron y pueden rastrearse en el musical de Broadway The Book of Mormon (2011), que muestra a un grupo de misioneros mormones que van a predicar a Uganda con consecuencias inesperadas, o en el reciente reality show Real Housewives of Salt Lake City (2020) sobre seis mujeres exitosas que conviven con las jerarquías machistas de su religión, en los últimos años, y debido a las condenas por abuso de menores de algunos de los miembros como Warren Jeff, aparecieron retratos que profundizan sobre aspectos más oscuros desde el true crime (Sé dócil: Reza y obedece, estrenada en Netflix hace unos meses) o sus derivas policiales. A la hora de llevar a la pantalla Por mandato del cielo, Black complementó la investigación de Krakauer con dos voces fundamentales: Lindsay Hansen Park, escritora feminista y directora ejecutiva de Sunstone Education Foundation, una organización sin fines de lucro que apoya los estudios mormones; y Troy Williams, un ex mormón que ahora dirige Equality Utah, un grupo de derechos LGBTQ, que ha sido descrito como la respuesta de Utah a Harvey Milk.

“Estoy seguro de que la Iglesia mormona encontrará fallas aquí y allá. Ese es su trabajo. Pero quería hacerles ese trabajo muy difícil”, explica Black. “Quería que la miniserie no solo representara el mormonismo sino, francamente, el cristianismo en Estados Unidos”. En ese retrato era importante la creación de un punto de vista interior a partir de la figura del detective Jeb Pyre que interpreta Andrew Garfield. Eludir los estereotipos en la representación de ese personaje era brindarle a la serie el dilema interno en primera persona: cómo a medida que se acercaba a la verdad de los hechos escondidos tras los crímenes de Brenda Lafferty y su bebé se ponían en juego sus propias creencias, aquellas que habían afirmado su existencia hasta entonces. De esa forma, Por mandato del cielo es también el retrato de una crisis de fe, de lo que implica avanzar en la búsqueda de la verdad aún a riesgo de poner en crisis el mundo en el que crecimos y fuimos educados.

EL ROSTRO DE ANDREW GARFIELD

“¿Cómo interrogás a alguien cuando fuiste educado para ser paciente, amable y gentil todo el tiempo? ¿Cómo interrogás a un compañero mormón, a una persona que ves como parte de tu familia extendida?”, se preguntaba el actor a la hora de dar vida a su personaje. El exigente trabajo de Andrew Garfield en el corazón de Por mandato del cielo llega luego de varios años de creciente exposición, incluso en el contexto de la pandemia. En 2020 estrenó Mainstream, dirigido por Gia Coppola –hija de Gian-Carlo, el hijo de Francis Ford que murió en un accidente náutico a los 22 años–, una meditación algo snob sobre las celebridades en la era de internet, con un protagonista ególatra e insufrible; en 2021 modeló al pastor televangelista Jim Bakker en Los ojos de Tammy Faye, al ya crecido Peter Parker de uno de los multiversos de Spiderman: Sin camino a casa –participación que se mantuvo en secreto bajo cuatro llaves–, y al genio póstumo de Broadway Jonathan Larson, creador del musical Rent en Tick, Tick… Bom! de Lin-Manuel Miranda, rol que le valió críticas celebratorias. Ese agotador raid interpretativo culmina con el personaje de Jeb Pyre, inspirado no solo en una minuciosa investigación sobre la comunidad mormona sino también en una admiración duradera por el libro de Jon Krakauer.

“Había leído el libro de John Krakauer cuando salió por primera vez y en ese momento me pareció muy interesante. Sobre todo cómo él, de manera tan precisa y elegante, logró conectar la nueva religión del mormonismo con esos asesinatos espantosos, impulsados por el ego, que sacudieron al país en los años ochenta. Muchos años después Lance Black me llamó y me dijo: ‘Creo que he descifrado la forma de adaptar este libro. He creado un personaje ficticio que permite que la historia sea emocionante y al mismo tiempo le brinda un centro sólido en medio de este relato multinarrativo y multidimensional’. Cuando leí el guion, me resultó original y al mismo tiempo respetuoso del texto de Krakauer, pero sobre todo impregnado de sus propias experiencias personales con esa fe. No pude decir que no”, revelaba el actor en el podcast Little God Men publicado en Vanity Fair en junio de este año. La figura de Dustin Lance Black funcionó como un espejo con el que consultar los interrogantes espirituales, hallar el sentido de comunidad tras el oscurantismo, descubrir lo que había permanecido tras la devastadora desilusión.

 

A partir de entonces, la tarea de Garfield consistió en un convincente acercamiento a la fe de los mormones: un encuentro directo con aquella comunidad, un viaje revelador a Salt Lake City, “entrevistas con ex mormones, policías mormones, policías que solían ser mormones y que tenían una crisis de fe”. El peso que carga el detective Pyre va más allá del hallazgo de un horror que encuentra origen en el seno de su aldea, fundamentado en los principios de su religión, silenciado por las autoridades que conforman la base de su creencia. Supone la tensión en el seno de su vida cotidiana, que se hace carne en la interacción con su esposa e hijas para quienes funciona como autoridad, investida de esa misma verdad dogmática que él ha comenzado a cuestionar. Garfield consigue mostrar ese interior disgregado en sus miradas, en el peso de sus extremidades en los rezos, en el desafío que supone el encuentro con esas dudas olvidadas por obediencia en la cima de un estante. Jeb Pyre recoge la mirada crítica de Krakauer, la evaluación constante de Black, y la turbulencia interior de quien aprende a ver lo que hasta entonces le fue negado.