Todo terreno. No cabe otro calificativo para describir el momento que está viviendo el uruguayo Daniel Hendler. Como director de teatro, en marzo estrenó Adelfa en El Camarín de las Musas (que sigue en cartel), mientras que como actor sigue con las funciones de Las manos sucias, la adaptación de la obra de Jean-Paul Sartre, que dirige Eva Halac en el Teatro San Martín. Y acaba de terminar el rodaje de la serie División Palermo, que se estrenará próximamente por Netflix. Pero, se sabe, Hendler es también un hombre de cine. Y en medio de la pandemia, este año ya estrenó tres películas como actor: Virus 32, magnífico relato de terror del uruguayo Gustavo Hernández; El sistema K.E.OP/S, segundo largometraje de Nicolás Goldbart, y Pequeña flor, la cuarta película de Santiago Mitre, poblada de acontecimientos fantásticos. Parafraseando a los vendedores ambulantes, “y como si esto fuera poco”, a Hendler se lo verá por cuarta vez en la pantalla grande en lo que va del año: el jueves 4 de agosto estrenará Lunáticos, comedia negra de Martín Salinas, en la que Hendler comparte cartel junto a Luis Ziembrowski, Rafael Spregelburd y Verónica Llinás, entre otros.

Lunáticos narra las vivencias de varios personajes que habitan las ciudades de Buenos Aires, México y Montevideo, quienes entrecruzan sus historias, las locuras del mundo globalizado y la realidad local de cada uno de ellos, justo en el momento en el que el presidente de Estados Unidos comienza a enviar posteos en redes sociales, eliminando todo el comercio con China. El rumor que satura los medios del mundo es que el mandatario norteamericano fue encontrado encerrado en el baño del Salón Oval, aparentemente sobremedicado. El tsunami financiero mundial que se desata y el caos de información en los medios impactan de lleno en la vida familiar, afectiva y económica de estos singulares personajes.

Hendler conocía a Salinas porque el cineasta había sido tutor en unas clínicas de guión en las que Hendler había participado con su opera prima como director, Norberto apenas tarde. Y le interesó trabajar ahora con el realizador. “También leí el guión, me pareció que estaba bien construido y que daba para divertirse”, explica el actor en la entrevista con Página/12.

-Si bien la película lo exagera, ¿cómo pensás las consecuencias de un mundo globalizado en la vida cotidiana de las personas?

-Creo que es algo que nos preguntamos todos a menudo. Acá es un disparador. No sé si la película ahonda tanto sobre el aspecto de la globalización. Creo que eso más bien es un disparador pero que ilustra también lo que nos pasa cuando descubrimos que en otro lado del mundo la gente está viviendo cosas tan similares a las que vivimos nosotros por acá, probablemente producto de esto: de un mundo tan híperconectado y globalizado. Pero después la historia se focaliza más en los personajes y en sus microuniversos. En todo caso, la salud mental sí es algo que nos atraviesa en cualquier latitud.

-¿El humor de la película funciona como bálsamo de la angustia que genera vivir en este mundo?

-Sí, el humor surge de ciertos absurdos a los que el guionista llega de manera orgánica y natural. De repente, muestra cómo un tipo, con cierto desequilibrio o uno con un gran desequilibrio en un contexto hostil o adverso puede llegar hasta límites insospechados. Lo interesante es que se construye desde la comedia, pero también con verdad, que nos permite identificarnos. No son situaciones que nos parezcan tan extraordinarias sino que, en todo caso, se van armando secuencias lógicas que llevan a lugares delirantes.

-La ridiculización del presidente de Estados Unidos es un émulo de Donald Trump...

-Sí, creo que el director se encarga de dejarlo claro por el aspecto que tiene, aunque también podría remitirnos a Boris Johnson, que también tiene algo de híper mediático, frívolo y zorro.

-¿Qué te atraía de tu personaje?

-Primero, que no había recorrido mucho estas psicologías tan extremas o las psicopatías en los personajes que he hecho. Así que, desde ahí, era un desafío. Pero, en general, me pasa que no son los personajes lo que más me atraen de las películas sino las personas que están detrás. Y cuando un guión me gusta, incluso cuando lo estoy leyendo me olvido cuál es el personaje para el que se me está convocando. Si la película me gusta, y el proyecto me convoca desde lo humano o desde lo ideológico, puedo hacer cualquier personaje.

Lunáticos

-Trabajaste en varias comedias, en este caso, una comedia negra. ¿Es un género que te interesa particularmente a pesar de haber trabajado en otros?

-Sí, cualquier comedia que esté corrida de las reglas o de las fórmulas me parece que puede ser más interesante, porque el hacer reír como objetivo en sí no me interesa tanto. En todo caso, cuando algo tiene verdad y tiene una búsqueda detrás, sí hace reír es magnífico. Pero no me interesa tanto la risa como primer o único objetivo. Y, en este caso, se puede definir como comedia negra con algo de policial. No sé si es que me interesa en sí la comedia negra, pero lo que sí me interesa es el cruce o la revisión de los géneros. A veces se celebra en demasía el género como un valor, olvidando que, en última instancia, se trata de fórmulas que se van sofisticando cada vez más, pero que no dejan de ser fórmulas. Me gusta cuando un director o una directora se animan a romper o indagar los entre géneros. Por ahí son más difíciles de clasificar y, por lo tanto, de vender, pero a nosotros nos permite explorar de manera más rica.

-Hace poco se te vio en varias películas. Empezando por Pequeña flor, de Santiago Mitre. ¿Cómo fue ponerse en la piel de un personaje bastante complejo?

-Sí, ahí lo más pregnante es el clima de ese universo que plantea Santiago Mitre adaptando esta novela de Iosi Havilio. Esas atmósferas enrarecidas, ese ser extranjero de uno mismo eran lo más atractivo en la búsqueda del personaje.

-En cuanto a la relación entre pandemia y Virus 32, otra película que estrenaste este año: mucho se hablaba de que después del Coronavirus iba a haber una sociedad mejor a nivel mundial. ¿Qué crees que prevaleció: el sálvese quien pueda o el salvémonos entre todos?

-Si hubo un amague de la idea de la comunidad, rápidamente hubo un rebote y volvimos donde estábamos antes o peor. Es un camino en el que estamos embarcados y que la pandemia no pudo doblegarlo.

-En El sistema K.E.OP/S sobrevuela el tema de la violación de la privacidad en el marco de una comedia de acción. En términos serios, ¿cómo observás ese tema con las redes sociales y con el hecho de ser actor, dos aspectos en que la intimidad está puesta en jaque?

-En el caso de la autoría no está tan en jaque porque es uno el artífice de lo que quiere investigar y difundir. Pero en lo personal ya pasé por la época más conspiranoide tratando de esquivar el control de Google y todas esas cosas y entender que hay que elevarse un poco, aceptar que ya estamos todos totalmente dentro de este diagrama de control. Pero eso controla sólo un aspecto nuestro que es el de consumidores. Y no tenemos que confundirnos creyendo que eso somos nosotros o que esa es nuestra esencia. Por lo tanto, cuando se trata de consumir cosas que podría tener que ver con lo artístico está bueno poder escapar de ahí y no creernos que ese perfil y eso que el algoritmo nos sugiere que somos realmente nos va a llevar a encontrarnos con las cosas que queremos ver. Ahí hay que sabernos indescifrables y tener nuestra autonomía en la búsqueda de lo que queremos encontrar.

-En Influencers, la obra que hiciste con Leo Maslíah el tema es muy actual: cómo lo digital está atravesando la vida de las personas. ¿Cuál es el límite para vos en todo esto?

-En la obra (que seguimos haciendo porque vamos a estar en Montevideo, Santa Fe y otras provincias) no lo tomamos muy en serio el tema. Más bien paveamos un poco con todo esto. En todo caso, puede verse un retrato que, de alguna manera, provoca un espejo en el espectador porque estamos todos atrapados en estos dispositivos que, al principio, parece que nos ayudan pero también nos aprisionan. Pero lo llevamos a una zona de juego, delirante y pavota. Entonces, no creo que pueda hablar muy seriamente al respecto. Es una obra en la que, a diferencia de otras en las que el celular en la sala es una amenaza, aquí necesitamos de los celulares de las personas porque el público debe mantener sus celulares encendidos. Así que nos damos el lujo de jugar con una cosa que suele irritar tanto en los teatros: los sonidos y pantallitas que se encienden.

-En marzo estrenaste Adelfa en El Camarín de las Musas como director. ¿Cómo relacionarías las diferencias ideológicas de los personajes con este presente argentino de grieta política que llegó incluso a desmembrar familias?

-Uno de los puntos interesantes de Adelfa es que habla justamente del problema de las divisiones familiares, de las diferencias irreconciliables en lo ideológico, pero nunca se habla de política en la obra porque los personajes tienen prohibido hablarlo. A mí me pasa con algún miembro de la familia de tener pactos explícitos o tácitos de no hablar de política. El problema ahí es que todo habla de política, incluso cuando uno esquivando temas álgidos recae en hablar de fútbol, y también aparece lo político, ya sea porque algún personaje u otro hizo declaraciones a favor de alguna tendencia política o simplemente por la forma que tienen de ver el mundo, de jugar, de relacionarse. La obra nos mete en ese imposible que es el no hablar de política. Entonces, nunca se habla de política pero todo el tiempo se está hablando. Eso es lo que más me interesó y lo que vuelve a esta tragicomedia una pieza donde nos podemos identificar.

-¿Cómo es ponerte en la piel de un político intenso y desafiante en Las manos sucias, la obra que dirige Eva Halac en el San Martín? ¿Cómo lo diferenciarías del que interpretaste en la película El candidato?

-Interpretar a un líder político de tanta autoridad como el personaje que hago en Las manos sucias, me resultaba, a priori, un misterio, algo que en principio no me resulta tan natural. Y ahí gracias a Eva Halac y a su propuesta me fui acercando y le fui encontrando la forma de moverse frente a los demás. El aplomo interno antes que la apariencia externa me llevaron a apropiarme el personaje y divertirme ahí, en esa zona. También creo que muchas veces cuando nos preguntan cómo construimos los personajes, se ignora el hecho de que los personajes se construyen en relación a los otros. No sólo que uno no puede sino que no debe construir su personaje desde la mirada personal, porque el personaje es parte de un engranaje. Y no lo digo solamente como una idea sino porque realmente cuando los actores llevamos ideas preconcebidas nunca logramos articular una música común. Es como pensar que cada uno lleve su propia partitura al encuentro del otro y pretender que eso va a generar algún tipo de armonía. Fue fundamental que el elenco y la directora estábamos todos muy abiertos al encuentro y finalmente esas relaciones de poder se empezaron a establecer desde el juego común.

-¿Y en relación a El candidato?

-Son personajes casi opuestos porque el candidato, si se acercaba a la política, era para demostrar a su padre que él podía ser alguien autónomo, independiente y “lograr sus logros logrados”. Pero, en realidad, no había una fibra política real que lo moviera sino un molde al que él quería acceder. En cambio, el de Las manos sucias es un animal político que entiende la política más allá de las purezas ideológicas: como una herramienta de acción y un arma transformadora.

-Como hombre que trabaja con máscaras, ¿crees que el primer deber del político es la fidelidad a su propia máscara?

-Hay que ver en principio cuán alejada de él está la máscara. Cualquiera que considere que la máscara del político es su propia cara ya no hace falta más que eso. El problema es que, a veces, se alienan tanto esas máscaras del verdadero personaje que los discursos políticos son directamente opuestos al propio pensamiento del político. Y ahí ya no hay manera de que encajen esas piezas.

-Y ya que hablamos de políticos y política, ¿cómo ves a esta Argentina convulsionada? ¿La padecés?

-Sí, todos estamos padeciendo eso hace tiempo. Las cosas van cambiando pero ahí volvemos de nuevo al tema de la globalización. Creo que es algo que excede a la Argentina. Incluso en Uruguay, donde se podría decir que siempre nos enorgullecimos de tener un sistema democrático saludable, también se empiezan a ver rasgos de divisiones más fuertes, de discursos maniqueos y empobrecimiento del debate. Y ni qué hablar de otras partes del mundo donde parece que es una salvajada.

"División Palermo"

División Palermo

Daniel Hendler ya terminó el rodaje de División Palermo, una serie protagonizada, dirigida y producida por Santiago Korovsky. El proyecto mostrará los manejos de una Guardia Urbana inclusiva, ideada como operación de marketing para mejorar la imagen de las fuerzas de seguridad, que descubrirá algo que no debía y se enfrentará con unos extraños narcos. La serie en la que actúa se estrenará próximamente por Netflix. “Es una comedia policial con un tono muy particular que hasta que no la veamos editada todo es expectativa”. Pero para el actor uruguayo lo interesante “es que la incorrección política no es una incorrección tonta, porque no es solamente ir en contra de lo establecido o de los consensos generales como si eso fuera suficiente para que la incorreción política sea algo interesante”. Hendler señala que, en este caso “es una incorreción que se ríe de nosotros mismos, nos pone en un espejo y nos hace ver nuestro constante intento por ser el molde que queremos ser, ese ser aspiracional”, según explica.

-¿Cómo te repartís el tiempo entre las creaciones como actor para plataformas y para el teatro independiente y el cine? ¿La manera de crear un personaje es la misma o cambia de acuerdo al formato?

-Cambia de acuerdo al formato, al tipo de proyecto y al diseño de producción. La verdad es que ahora daría la sensación de que estoy haciendo muchas más cosas de las que estoy haciendo porque se están estrenando varias películas que hice en los últimos años, y los estrenos fueron pospuestos por la pandemia. Pero ahora mismo estoy con la obra que dirijo los sábados, Adelfa, en El camarín de las musas, y de miércoles a domingos actúo en Las manos sucias, en el San Martín. También estoy escribiendo un guion y me tengo que preparar para otra serie cuando termine la obra del San Martín. Así que voy concatenando y dejándome espacios para no saturar.

-¿Tantos proyectos hablan de un ser hiperactivo? ¿Te considerás de esa manera de ser o lo que sucedió fue que se agolparon los proyectos?

 

-Se agolparon los proyectos y, en general, me pasa que tengo siempre un Plan B. Cuando no hay proyectos muy interesantes o hay falta de cosas para hacer, ahí es cuando encuentro el tiempo para escribir, gestionar y estudiar. En este momento, tengo lindos proyectos, estoy muy contento y agradecido con eso y con menos tiempo del que quisiera para poder hacer otras cosas que el año que viene espero poder concretarlas.