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El Pacto
De Stephen Dolginoff.
Actúan: Leandro Bassano, Gaspar Scabuzzo, Pedro Velázquez. 
Adaptación y traducción: Marcelo Kotliar
Dirección: Diego Ezequiel Avalos.
Funciones: martes a las 21 en Teatro Border, Godoy Cruz 1828. Hasta el 29 de noviembre.

Hay una escena en El pacto, obra que los martes se ve en el teatro Border, que es particularmente estremecedora. Dos jóvenes que se acercan a los 20 asesinan a martillazos a otro de unos 12 sólo por el placer de matar. Las luces se predisponen a crear terror, lo mismo la música, y uno de los protagonistas escenifica el crimen de una forma tan atroz, tan “real”, que ya no importa el verosímil ni que en escena no esté la víctima sino un objeto en su lugar. Cuesta encontrar en la producción teatral estrenada este año otro momento semejante, en el que la sangre de absolutamente todos los espectadores de la sala se hiele, en el que se corte tanto la respiración. Y realmente sólo esa escena valdría para que el público se acerque a ver la pieza. Sin embargo, lo que hay antes y después también es digno de recomendación.
Escrita por Stephen Dolginoff y estrenada originalmente en 2006 en el off Broadway, El pacto es aquí una pieza de teatro musical con una excepcional adaptación de Marcelo Kotliar y dirección de Diego Avalos. Narrada en forma de flashback, cuenta una historia real, la del llamado “crimen del siglo”, que ocurrió en Estados Unidos en 1924. Dos estudiantes de la alta sociedad de Chicago, Nathan Leopold y Richard Loeb, hacen un pacto mortal: obsesionado por su compañero, el primero ayuda al segundo a llevar a cabo pequeños delitos que lo distraen de su vida pequeñoburguesa, mientras que este último lo retribuye con algunos momentos de amor, siempre impostados y con un rechazo visible. Pero Loeb no se conforma con robar y prender fuego depósitos, y decide asesinar a un niño elegido al azar, crimen que a Leopold le costará en principio acompañar, pero con el que finalmente se comprometerá hasta el final.
Con una posible reminiscencia a A sangre fría, de Truman Capote, sobre todo en lo que refiere a la relación de los protagonistas, El pacto bucea además en la concepción nietzscheana del “Superhombre”, que otorga esa mención a todo sujeto capaz de generar su propio sistema de valores identificando como “bueno” todo lo que procede de su genuina voluntad de poder. Influido por la lectura de esas ideas es que Richard planea el asesinato, que será descubierto por la policía, y que mantendrá a los amantes juntos de por vida en una estricta prisión. Justamente con la defensa de Nathan empieza la obra, en el momento en que espera para conocer el veredicto sobre si puede quedar en libertad después de décadas y tras la muerte de su compañero.
La obra en sí es interesante –está bien estructurada y posee momentos, como el de la escena del crimen, que son una belleza desde el punto de vista dramático- pero ciertamente no tiene tanto mérito propio como el que le infunden los actores de esta versión local, los jóvenes Leandro Bassano y Pedro Velázquez. En la piel de Nathan y Richard, respectivamente, los actores y cantantes deslumbran con actuaciones exquisitas, conmovedoras, profundamente dolorosas. Su trabajo es tan quirúrgico como el golpe del martillo en la sien del niño, y su entrega tan inmensa como la de aquel al subirse al auto de dos desconocidos que le ofrecen ir a pasear. Nada sería igual sin ellos. Bassano y Velázquez constituyen la esencia misma del espectáculo. Su principio y su fin.
De todos modos, como en todo buen teatro, no hay un solo punto magnífico sino que todos los elementos significantes están en sintonía con la excelencia. En la puesta también son fundamentales la interpretación en vivo de piano de Gaspar Scabuzzo, la dirección vocal de Katie Viqueira y la coreografía de Gustavo Wons, porque juntos otorgan un carácter musical de excelencia a la propuesta. También son de destacar los sistemas de la puesta en escena: el vestuario y la escenografía diseñados por Tatiana Mladineo y Luli Peralta Bo, las luces a cargo de Gonzalo González y el diseño sonoro general, obra de Eugenio Mellano Lanfranco.