Mi madre vivió noventa y siete años, tres meses y veintiún días, y yo la adoraba aunque me dejó en un orfanato siete horribles años, escribió Vidal Sassoon en su autobiografía. Se llamaba Betty Bellin pero su epitafio dice “Betty Sassoon, mamá”.

Betty nació en Aldgate, en el extremo este de Londres, a donde había llegado su familia unos años antes (sus hermanos habían nacido en Kiev, Ucrania) escapando del antisemitismo. En 1927 se casó con Jack Sassoon, un sefardi de Tesalónica, vivieron en Shepherd´s Bush, una comunidad de judíos griegos, y tuvieron dos hijos, Vidal e Ivor. 

Cuando Vidal tenía tres años y su hermano dormía en una cuna, Jack se fue de la casa y Betty, que ya no pudo pagar sola el alquiler, le pidió ayuda a Katie, su hermana mayor, una viuda pobre con tres hijes que alquilaba dos habitaciones (el baño era compartido con otras tres familias) en Petticoat Lane, el corazón del East End. Colchones en el piso y poco espacio. Dos años después, las primas habían crecido y la falta de intimidad le ganó a la solidaridad. 

Como Betty no podía pagar una habitación, decidió dejar a sus hijos en el Orfanato Judío Español y Portugués en Lauderdale Road, Maida Vale, al lado de la sinagoga. Solo se veían una vez por mes. Los días sin hijos ni madre se hicieron habituales, se habían acostumbrado a procurarse un encuentro; ese convencimiento endiosaba el pecho de quien más extrañaba esa tarde y vencía los desórdenes estomagantes dignos de una escena escrita por Julien Gracq. 

Casi siete años después Betty volvió a buscarlos y se los llevó a vivir con ella y con su nuevo marido a una casa en Wiltshire. Cuando ya casi terminaba la guerra, dejaron las altas colinas y se mudaron a Londres. Y fue en Londres donde Betty le dijo a su hijo mayor que había tenido un sueño premonitorio: sería un gran peluquero. Betty nunca olvidó aquel vaticinio ambicioso y tampoco dejó que su hijo lo olvidara. A los catorce años, el que se convertiría en el maestro de la peluquería moderna, el inventor del corte geométrico y el creador del emblemático corte de Mia Farrow en El bebé de Rosemary (aunque la actriz sembró dudas sobre la veracidad del mito en un tuit cuando Vidal murió) entró obligado por su madre a una peluquería del East End y empezó a lavar cabezas. 

Cuando Vidal Sassoon ya era Vidal Sassoon y sus tijeras eran el espejo del sueño materno, iba todos los viernes a Kilburn, al noroeste de Londres, a comer con ella. El peluquero que revolucionó el mundo del peinado con el corte de las cinco puntas decía que solo Betty sabía dar perspectiva a las cosas y que por eso siempre recurría a ella cuando el descontrol era lava y el engreimiento amenazaba con el fracaso. Dicen que además era generosa y le abría la puerta de su casa a quien su hijo quisiera invitar.

Aquellas noches íntimas de viernes londinenses se mudaron a Los Ángeles cuando Betty enviudó. Madre e hijo disfrutaban de Hollywood, de las glamorosas fiestas pop y de las epifanías del presagio. "No he puesto todo este tiempo y esfuerzo en ti para no recuperar un poco ahora", decía Betty mientras brindaba con una copa de champán y saboreaba que la compararan con la reina madre. Cuando se despidió de su hijo unos días antes de morir le dijo que estaba cansada, nunca lo había dicho.

A Betty Bellin nada parecía asombrarla demasiado, y si alguien le preguntaba el motivo de su indiferencia, lo explicaba con cinco palabras: "Cariño, lo he visto todo".