Los rumores acerca del retiro definitivo del realizador británico Ken Loach –al menos, del universo del cine de ficción– comenzaron a circular durante la preproducción de Jimmy’s Hall, el drama histórico que tuvo su primera proyección pública en la Competencia Oficial del Festival de Cannes del año 2014. Su propia productora, Rebecca O’Brien, con quien viene trabajando codo a codo desde Agenda secreta (1990), afirmó en declaraciones periodísticas de aquel momento que estaban pensando en “ciertas ideas documentales” para el futuro inmediato. Finalmente, nada de eso ocurrió, y el año pasado el director de Kes y La canción de Carla regresó al Bulevar de la Croisette para presentar su último largometraje. Yo, Daniel Blake no sólo marcó un regreso sin partida previa, sino que lo hizo a lo grande: nuevamente en competencia por el premio principal del festival, terminaría llevándose triunfalmente la Palma de Oro como mejor película. “Fue una broma que hice en ese momento, no era algo en serio, realmente”, afirma Ken Loach en comunicación telefónica desde su oficina londinense, realizada con puntualidad inglesa casi milimétrica. No hubo entonces una razón para el retorno, por la sencilla razón de que nunca se había ido. Aunque sí existió un origen para la historia de esta nueva película y una razón para el compás de espera desde el estreno de su obra anterior. “Con el guionista Paul Laverty estuvimos intercambiando durante bastante tiempo algunas historias centradas en qué tratamiento recibe la gente cuando necesita ayuda desesperadamente, ya sea porque están enfermos o sin trabajo o algún otro tipo de problema. Es por eso que nos tomamos el tiempo necesario para hacer una investigación. Finalmente nos dimos cuenta de que el nivel de maltrato era realmente cruel. Y muy a sabiendas, porque el gobierno sabía lo que estaba haciendo. Aunque en realidad habría que hablar en tiempo presente: el gobierno sabe perfectamente lo que está haciendo”.

El carpintero Daniel Blake –a quien desde el minuto uno de proyección puede reconocerse como una persona orgullosa de su oficio– se encuentra temporalmente sin empleo. Con casi sesenta años, acaba de sufrir un problema cardíaco de cierta envergadura que, según afirman los médicos, le impedirá continuar trabajando durante los próximos meses, hasta que su corazón pueda fortalecerse un poco. Ese el comienzo de un recorrido por oficinas públicas con algo de kafkiano: imposibilitado de conseguir un puesto laboral por su condición física y, al mismo tiempo, de recibir una pensión por invalidez temporal, Blake rebotará de oficina en oficina y de empleado público en empleado público, sin solución a la vista para su problema. Loach detalla que “esa es la manera en la cual el estado crea una burocracia que atrapa a la gente, dándoles tareas que no pueden cumplir, ofreciéndoles trabajo cuando no pueden trabajar. Están atrapados, una y otra vez, por pequeñas razones burocráticas. Ahí radica la excusa para quitarles el dinero. Y cuando no tienen dinero ya no tienen nada y deben conseguir comida gracias a la caridad. Con Laverty pensamos que eso era realmente extraordinario, en particular cuando uno piensa que hablamos del Reino Unido, un país rico de Europa Occidental. Fue en ese momento que decidimos que debíamos contar una historia al respecto”. 

Las primeras escenas de Yo, Daniel Blake, resultan extremadamente representativas de la corriente de ese cine realista y social que viene marcando la cinematografía británica desde hace muchas décadas –comenzando con los documentales de los años ‘30 de realizadores como Humphrey Jennings, John Grierson y Paul Rotha–, y de la cual Loach quizá sea el último representante de su vertiente ficcional y clásica. El naturalismo en las actuaciones y los diálogos, la búsqueda de locaciones perfectamente representativas del entorno social de la historia, la imperiosa necesidad de generar una empatía total y absoluta con los personajes principales, sean éstos víctimas o resistentes. O ambas cosas al mismo tiempo. Al comienzo de la película, el golpe de la enfermedad no deriva en una situación límite para Blake y aún hay esperanzas de recuperar cierta idea de normalidad, de ritmo cotidiano. Pero el verdadero rostro de la maquinaria todavía no se le ha revelado a este particular héroe proletario. “Creo que es algo de índole mundial: los estados deben achicarse, los impuestos deben ser menores para los más ricos, los servicios médicos deben reducirse. Y si eres pobre, debes cuidarte a ti mismo. El estado se está quitando del medio, dejando de lado el trabajo que tradicionalmente hizo. Es algo que ocurre en todo el mundo, ciertamente en Europa. Lo hemos visto en Grecia, en España. Lo interesante es que ahora parece haber un movimiento para luchar contra eso”.

Cuanto peor, peor

Con 81 años cumplidos el día de ayer, 17 de junio, el cineasta nacido como Kenneth Loach en la ciudad de Nuneaton, condado de Warwickshire –casi en el centro geográfico de Inglaterra– continúa siendo fiel a sus ideas políticas, que algunos ven como simplemente socialistas y otros ligan indisolublemente con las corrientes trotskistas, a las cuales ha afirmado adherir en más de una ocasión. Sea como fuere, lo cierto es que la situación social y política, tanto local como mundial, lo mantiene ocupado y preocupado. Habiendo transitado lo que suele señalarse como el peor periodo del siglo XX en su país, tanto a nivel económico como de pérdida de derechos de la clase trabajadora –el thatcherismo–, el realizador afirma que ahora la situación es mucho peor. “Mucho peor”, repite. “Y creo que esto es así porque el sistema económico continúa desarrollándose. Lo de Margaret Thatcher fue una etapa y el desarrollo a partir de allí fue inexorable. No podía salir de otra manera. Hace cincuenta años, el sistema económico no había desarrollado grandes compañías multinacionales realizándolas más diversas clases de trabajo alrededor del globo. Todavía existían negocios familiares, había compañías privadas locales. Ahora son las grandes compañías multinacionales las que hacen todo, desde los servicios de salud hasta el transporte y desde la eliminación de residuos a la seguridad en las prisiones. Al competir entre sí, estas corporaciones reducen los salarios y los alcances de los sistemas de seguridad social, porque quieren trabajos baratos para poder así obtener contratos. Consiguen contratos al explotar la mano de obra. La intensidad de esta situación viene aumentando desde hace cinco décadas. Todo ha cambiado hasta el punto del no reconocimiento. Creo que es un cambio en el sistema económico, el desarrollo ‘necesario’ del capitalismo. Los monopolios toman el control y corren a las compañías pequeñas y el resultado de ello es la reducción del costo de trabajo. Y cuanto más lo reducen, se produce más pobreza, y al reducir el estado no hay servicios públicos para ayudar a la gente pobre y sin seguridad. El resultado es pobreza por un lado y una clase súper rica por el otro. De alguna manera ese es un desarrollo lógico; no se trata de una elaboración, sino de una evolución casi inevitable”.

Las mejores películas de Ken Loach logran iluminar, precisamente, la íntima ligazón entre los grandes procesos y algunas de sus consecuencias sobre el individuo. Ajeno durante toda su vida a los problemas que ahora debe enfrentar (el mayor dolor en toda su existencia parece haber sido, según confiesa en una de las escenas más emotivas, la muerte de su esposa), Daniel Blake comienza a verse atrapado en una telaraña donde la araña ponzoñosa es completamente invisible a los ojos, aunque los rastros de su amenazante avance sean cada vez más evidentes. Tres escenas de un mismo tenor intentan ilustrar la forma en la cual el muro tecnológico parece diseñado para la disuasión: analfabeto casi total en el uso de una computadora, Blake tropieza una y otra vez con la imposibilidad de completar online cierto papeleo necesario para la normalización de su coyuntura. ¿Hay manera de hacerlo personalmente, a la vieja usanza, con papel y una lapicera? No, no es posible. ¿Alguien en el job center (la oficina estatal encargada de conseguir empleos, luego de una serie interminable de entrevistas) es capaz de ayudarlo a hacerlo desde una terminal de la dependencia? Por cierto que no, eso va en contra de todas las reglas. La ayuda llegará tardíamente merced a un joven vecino del edificio de departamentos en el que vive, un muchacho que logra parar la olla gracias a un contacto en China que –previo pago electrónico– le envía por correo, a un precio más que conveniente, las mismas zapatillas que en las grandes tiendas inglesas se consiguen por el doble o triple de dinero. El término “rebusque” difícilmente exista en el idioma inglés, pero su razón de ser difícilmente sea más universal. El callejón sin aparente salida en el cual se encuentra encerrado Blake es, según palabras de Loach, apenas un corolario ejemplificador de un esquema absolutamente enraizado en las sociedades modernas. “Para poder cambiar eso habría que cambiar todo el sistema. Las grandes corporaciones tienen que maximizar sus ganancias, ya que es su deber legal y, si no lo hicieran, la gente que invierte en ellos se iría a un lado donde sí lo hagan. La consecuencia es que, por ejemplo, hacen cortes en los beneficios para la gente con problemas laborales o con los discapacitados”.

¿Cómo se vive en estos días la situación del Brexit, la posible salida del Reino Unido de la Unión Europea? 

–Esa cuestión es realmente confusa, porque la Unión Europea... Bueno, uno tiene cierta imagen de internacionalismo, de gente y gobiernos apoyándose mutuamente. Pero en realidad es una organización económica que beneficia a los grandes negocios. Promueve las privatizaciones, enfrenta las ganancias contra los derechos sindicales, etcétera. Pero si Inglaterra sale del acuerdo, por otro lado –y todo parece indicar que así será–, es probable que el gobierno intente transformar al país en un paraíso fiscal con salarios bajos. Y ni siquiera tendremos las pequeñas protecciones que la Unión Europea habilita. De alguna manera, es una discusión entre dos lados de la derecha: ¿de qué manera puede explotarse mejor a la gente? ¿Dentro de Europa o fuera de ella? Un argumento posible de la izquierda podría ser que la Unión Europea necesita ser reemplazada por otro tipo de organización, pero ese argumento no se ha escuchado.

Lejos de Londres

Si bien Loach ha trabajado a lo largo de su extensa carrera con actores y actrices reconocidos –entre otros Frances McDormand, Robert Carlyle y Adrien Brody– no es menos cierto que en muchos de sus largometrajes la búsqueda de un nombre famoso es lo menos relevante de la ecuación. Luego de un casting que, según confiesa, fue extenso y arduo, la producción encontró en el actor Dave Johns el físico, actitud y espíritu ideales para representar en pantalla a Daniel Blake. “Buscamos actores específicamente en Newcastle, donde transcurre la historia, que es una zona muy singular del noreste del país, con un dialecto y una cultura particulares. La idea era hallar a un hombre de clase trabajadora de aproximadamente sesenta años y Dave era perfecto para el papel. En realidad, es un comediante; incluso ha hecho mucho stand-up. Aunque no diría que actúa en la película en contra de su ‘tipo’. Al fin y al cabo, él es un hombre de clase trabajadora de Newcastle. De alguna manera Dave es alguien parecido a Daniel, aunque no esté pasando por la misma situación que el personaje en la vida real.” Además de contar con la solidaridad de su fiel vecino, Blake entablará amistad con una joven madre recién llegada de Londres. Pero Katie, interpretada por la actriz Hayley Squires, no está de visita en plan turístico: obligada por el exorbitante precio de los alquileres a mudarse definitivamente de su hogar, el departamento de relocalización estatal ha finalmente logrado, luego de un considerable tiempo de espera, encontrar un sitio para la pequeña familia: un desvencijado apartamento en Newcastle, a unos... 400 kilómetros de la capital inglesa. ¿Suena disparatado? No según Loach: “Está basado en algo muy real, que es el hecho de que mucha gente está siendo expulsada de Londres por el excesivo valor del alquiler. Katie es muy típica en ese sentido”. A pesar de pertenecer a otra generación, muy distinta en términos generales y particulares, la relación entre ambos comienza a afianzarse, al punto de depender el uno del otro: Daniel hace una serie de arreglos en la nueva casa de Katie e incluso cuida a su hija, mientras ella lo ayuda en más de una ocasión con los menesteres de su lucha casi quijotesca frente a los molinos de viento de la burocracia. Ciertos giros de la historia harán que surjan nuevos problemas en sus vidas, a su vez pruebas de resistencia para esa reciente amistad entre dos almas que, si bien difícilmente puedan definirse como gemelas, al menos tienen la capacidad de verse reflejadas la una en la otra. “Queríamos una relación en la cual ambos personajes estuvieran en un principio muy aislados y que, luego de hablar entre sí, de explicarse, incluso de sorprenderse mutuamente, surgiera primero una comunicación y luego una ayuda y sostén mutuo. Katie tiene necesidad de alguien como Dan y viceversa. De alguna manera se apoyan, se necesitan. Y aprenden del otro y con el otro. El hecho de que estén aislados en un primer momento ayuda mucho al desarrollo del drama posterior.” 

Difícilmente una película logre cambiar el mundo, la manera en la cual se mueven y respiran los grandes intereses económicos. Sin embargo, una de las primeras experiencias de Loach en la televisión, en 1966 –un año antes de su ópera prima cinematográfica: Pobre vaca –hizo una pequeña o gran diferencia, dependiendo del punto de vista, luego de la emisión. Cathy Come Home, una entrega del programa semanal de la BBC The Wednesday Play, logró que su historia acerca de una joven pareja que va empobreciéndose gradualmente hasta quedarse sin techo sobre sus cabezas pusiera el espinoso tema en la discusión pública, de manera abierta y sin eufemismos. Su realismo pseudo documental fue puesto de relieve y discutido y, en gran medida, permitió que la carrera cinematográfica de Loach comenzara casi de inmediato. “No he cambiado demasiado el método de elaboración de las películas. Siempre he trabajado junto con guionistas, que quizá sean las personas más importantes en todo el proyecto. Con Paul Laverty he colaborado a lo largo de 25 años. Realmente no hemos cambiado mucho. Y aunque sí se hayan producido cambios en algún sentido, no lo han hecho en lo más esencial. Suelo trabajar con guiones bastante firmes y, en líneas generales, lo que se ve en la película es lo que se escribió. Puede haber pequeños cambios, cosas que ocurren en el momento del rodaje, alguna improvisación, pero en esencia lo que se ve en pantalla es lo que Paul escribió”. 

¿Pueden algunas personas cambiar el mundo o, al menos, el entorno en el que se mueven? En Yo, Daniel Blake, una empleada administrativa intenta ayuda al protagonista con el maldito formulario electrónico, pero es inmediatamente descubierta y reprendida por su superiora. “Por supuesto que hay gente que quiere ayudar y hacer una diferencia desde el interior del sistema burocrático. Encontramos mucha gente como ese personaje en la realidad, personas que trataban de hacer lo mejor dadas las circunstancias. Pero la situación general no les permite cambiar las cosas. No es posible porque están controlados y si no lo hacen de la manera en la que se les ordena, terminarían siendo expulsados. Mucha gente se ha ido, por supuesto, gente que ha dicho ‘no voy a hacer esto’, y también conocimos a muchos de ellos. Pero la gente necesita el trabajo, un salario. Vale la pena aclarar que en las escenas en el job center, al margen de las dos empleadas más relevantes, que son actrices profesionales, el resto de los personajes están interpretados por personas que han trabajado en centros de trabajo en la vida real”.

De Sica, inspirador

A pesar de ser dueño de una filmografía que atraviesa cinco décadas, en las cuales más de una treintena de largometrajes se suman a una enorme cantidad de trabajos para la televisión, Ken Loach no sólo no ha cedido al canto de las sirenas del otro lado del océano (léase: Hollywood), sino que sus relatos han permanecido fielmente arraigados a su lugar en el mundo, Gran Bretaña. Quizás por eso sean tan destacables las excepciones. El viento que acaricia el prado (2006), Tierra y libertad (1995) y La canción de Carla (1996), entre algunos otros pocos títulos, abrieron el juego a otras latitudes, algunas cercanas geográfica y culturalmente, otras bastante más alejadas. “Creo que siempre hemos tratado de tocar temas que conocemos y sólo unas dos o tres veces nos fuimos a Irlanda, a España o a Nicaragua, a eventos históricos importantes, a momentos decisivos: la guerra civil, la lucha por la independencia, el terrorismo estadounidense en Latinoamérica. Pero en general hemos permanecido cerca de nuestro espacio más cercano, porque creo que hay que trabajar allí donde se comprende el lenguaje y los detalles sutiles de lo que está ocurriendo”. En Yo, Daniel Blake las fuerzas de la globalización pueden sentirse de manera indirecta, pero es el sistema interno el que empuja al carpintero a chocarse constantemente con una pared infranqueable. Será precisamente un muro, el que protege la oficina para obtener empleos, el que le ofrecerá la oportunidad de transformarse en un héroe proletario por un par de minutos. O, al menos, en un contestatario empujado a ello por las circunstancias. La imagen de Blake delante del grafiti que acaba de pintar, ante la mirada azorada de los empleados del lugar y algunos transeúntes, fue elegida, no casualmente, como la imagen de uno de los afiches publicitarios de la película. Su derrotero esperanzado, pero cada vez más agotador, recuerda ligeramente al de otro hombre, un poco mayor y definitivamente jubilado, llamado Don Umberto Domenico Ferrari. Las historias y circunstancias son diferentes, como así también los contextos históricos, pero algo parece unir al anciano de Umberto D, el film de Vittorio De Sica, con el protagonista de la última creación de Loach y Laverty: una obcecada resistencia hasta el límite de las posibilidades, un cierto patetismo que se desprende de las paradas en sus respectivos viajes, el humanismo de la mirada. “Vittorio de Sica fue una gran influencia, definitivamente, y desde muy temprano en mi carrera. De todos los directores italianos de aquellos años creo que De Sica es con el que más me identifico, porque creo que sus personajes tienen un cierto sentido del humor. No son simplemente personajes inmersos en una lucha política, hay una humanidad, una calidez, un humor en ellos. Además, así es como escribe Paul. Creo que allí está la verdad; no hay razones sentimentalistas detrás, así es la gente”.

Tiempos modernos

Antes de despedirse, Ken Loach responde a una pregunta que se relaciona con una simpática anécdota ocurrida hace algunos años, precisamente durante el proceso de montaje de Jimmy’s Hall. Su preferencia por las técnicas de la vieja escuela lo pusieron en un apuro de difícil resolución: editando la película con métodos manuales, cortando y pegando los planos como era la costumbre hasta no hace mucho tiempo, cayó en la cuenta de que se habían quedado sin stock de la cinta especial que se utiliza para pegar los fragmentos de celuloide. Cinta que, por otro lado, ya casi no se produce, por obvias razones. Un llamado a la solidaridad internacional tuvo el efecto deseado, aunque de la empresa menos esperada: los ultra digitales estudios Pixar enviaron a Londres una caja repleta del ansiado insumo, junto con un dibujo de Mike y Sullivan –los personajes de Monsters Inc.– montando un film a la vieja usanza. Loach rodó Yo, Daniel Blake con película analógica (como siguen haciéndolo muchos realizadores de renombre), pero tuvo que contentarse con una edición digital, utilizando computadoras y un software específico. “No me gusta mucho, sigo prefiriendo el montaje físico con la película. Pero ya no existe la infraestructura para hacerlo de esa manera, ese es el problema. Y nos hubiera costado muchísimo dinero, porque hay que conseguir muchos elementos y ya casi nadie los fabrica. Es una verdadera lástima, ya que el fílmico es muy táctil y al final del día puedes ver lo que has editado, físicamente hablando. Además, la cualidad de la imagen es mucho mejor, la proyección en celuloide genera una imagen diferente a la digital. Todavía me gusta mucho el fílmico. Por suerte todavía hay película con la cual filmar.” Como Blake en el film, que a los tropezones tiene que aprender a lidiar con una PC de escritorio, Loach no tuvo más opción que bajar los brazos y entregarse a la imparable fuerza de los nuevos tiempos.