Ah, la historia de Higuita. Pueden tirarse cuatro datos y ya será extraordinaria: el delirante escorpión, aquellos tacazos simultáneos en vuelo hacia adelante para despejar un tiro hacia su arco en el estadio de Wembley, jugando para Colombia; los cuarenta y cuatro goles que metió en su carrera (una cifra descomunal para un arquero); haber sido una pieza clave en la mejor selección de su país; ser el arquero del primer equipo colombiano que ganó la Libertadores: atajó cuatro penales en la definición de Atlético Nacional de Medellín contra Olimpia, en 1989. El juego del Loco Gatti le inspiró la desfachatez, la gambeta, la confianza en el juego con los pies: “El Loco Higuita ya fue acusado de ridículo, exhibicionista e irresponsable sólo porque la portería le queda pequeña a su talento expansionista –escribió Valdano en una columna titulada ‘El arquero del futuro’–. Hasta los 13 años jugó de delantero centro, por eso guarda tanta vocación atacante”. Al parecer fue su juego vistoso y arriesgado lo que derivó en que la FIFA vedara a los arqueros tomar con las manos los pases de sus compañeros: más chances de emoción, pensaron.

Es que puede fallar: en los octavos de final del Mundial ‘90 Higuita quiso salir jugando, el camerunés Roger Milla le robó la pelota y adiós, Colombia eliminada. Sale una mal y la admiración se transforma en reproche embroncado. Ahí empezó a caer peor que fuera amigo de Pablo Escobar: Higuita lo visitaba en la cárcel y nunca renegó de esa amistad; lo metieron preso siete meses, acusado de partícipe en un secuestro, y por esa detención se perdió el Mundial ‘94, pero luego demostró su inocencia y le ganó un juicio al Estado. Debutó a los 18 años y se retiró a los 43; en la segunda mitad de su carrera pasó por ocho equipos de Colombia, Ecuador, Venezuela, y lo sancionaron por un par de dopings positivos: cocaína. Nació en 1966 en Castilla, un barrio popular de Medellín; hijo de madre soltera que murió cuando él era un pibito, que quedó al cuidado de su abuela, de esas infancias apretadas, de trabajos tempranos, con el fútbol como camino para zafar. Todavía no se había retirado como jugador cuando participó de tres realitys televisivos, dos de supervivencia y otro de cirugías: lo recauchutaron y de chapa quedó algo extraño. Ya en esta década, estuvo unos años en el cuerpo técnico del Al-Nassr, de Arabia Saudita. Ahora está de vuelta en Colombia: supimos de él hace unos días, cuando se sumó al reclamo por la liberación de Higui, la chica que estaba presa por haberse defendido en un intento de violación. A ella le encanta el fútbol y le dicen así por él: hay fotografías que dan cuenta del parecido. Cuando esta semana Higui fue puesta en libertad, Higuita reapareció: “Muy buenas noticias, ¡qué rico! Felicitaciones, porque este es un logro sobre todo de ustedes, las mujeres, que se unen para que no haya injusticias”.