Desde Roma
En el 2015, en todo el mundo, 24 personas por minuto se vieron obligadas a dejar su casa para escapar de la pobreza, las persecuciones o la muerte según una estimación del Alto Comisario de las Naciones Unidas para los Refugiados y otras organizaciones humanitarias. Esto significa millones y millones de seres humanos al cabo del año que buscaron refugio en otros países, muchos de ellos en Europa, una de las regiones más estables y cercanas a las zonas en conflicto de Medio Oriente y a las zonas en graves dificultades económicas de Africa. Según el Dossier Estadístico Inmigración 2016, del Centro de Estudios e Investigaciones sobre la Inmigración, presentado recientemente, los migrantes en el mundo han aumentado, llegando a 244 millones los que se han trasladado voluntariamente en busca de mejores condiciones de vida y a 65,3 millones los que piden asilo porque escapan de la guerra o son perseguidos. Este proceso no se detendrá fácilmente dicen los expertos.
“Hacemos muy mal, nosotros, italianos, en no tomar en serio el problema de las migraciones. No nos olvidemos de que hemos sido un país de emigrantes. Los italianos no han logrado entender que los inmigrantes son un gran recurso para el futuro”, dijo a PáginaI12 Franco Pittau, experto en estadística y temas migratorios y uno de los coordinadores del Dossier Inmigración 2016. “Yo siempre menciono el caso de Argentina. A principios del 1900, creo que en torno del 1908, los italianos en Argentina eran el 36 por ciento de la población mientras los considerados argentinos eran el 32 por ciento. Y ésta es una gran demostración de cuánto Argentina había madurado una cultura de la buena recepción, de la aceptación. Argentina es un país que ha tenido al menos diez presidentes de origen italiano y que creó una ideología positiva sobre la inmigración. Y esto es muy bello e importante”, añadió.
Italia, que tiene 30 millones de sus connacionales repartidos por el mundo, comenzó a recibir inmigrantes recién en la década de los 70. “Al principio los italianos eran indiferentes”, comentó Pittau. Pero los inmigrantes fueron aumentando, empujados por los distintos conflictos armados repartidos por el mundo y la pobreza. En 1990 los inmigrantes en Italia eran 500.000, en el 2000 llegaron a 1,2 millón. Hoy son cerca de 5 millones y las cifras aumentarán según las previsiones. En 2015 llegó a Italia más de un millón de personas, según ISMU (Instituto de Iniciativas y Estudios sobre la Multietnicidad), y todo hace suponer que a fines de 2016, el total será levemente inferior al del año precedente, aunque buena parte de estos migrantes no permanece en Italia definitivamente sino que intenta llegar a otros países europeos.
–La pregunta que muchos se hacen es qué puede hacer el mundo desarrollado, Europa en particular, para ayudar a toda esta gente, cuando hay algunos países europeos como Hungría u Holanda que no quieren saber nada de inmigrantes.
–En primer lugar, la Unión Europea podría dar más dinero a los países receptores –Grecia e Italia, entre los principales– para ayudarlos. Pero sería necesario además madurar algunos proyectos... Muchas cosas han cambiado en el mundo, un poco por culpa nuestra, por ejemplo por la intervención de los países occidentales en Medio Oriente, en Libia. Resolver esos conflictos podría ayudar a detener el flujo de los que escapan de las guerras. El caso de Africa es diferente, el flujo de migrantes no se detendrá. En la base de las acciones están las ideas. Y el problema es que Europa no logra pensar en conjunto ninguna idea que permita afrontar este fenómeno.
–¿Qué se podría hacer concretamente?
–Muchas cosas, como por ejemplo incentivar los acuerdos de cooperación entre los países europeos y africanos de los que vienen los migrantes, organizar centros de recepción de personas que piden asilo político en los países de origen o países vecinos, cosa que costaría mucho menos a Europa, trabajar más con Africa. Es cierto que en Africa hay gobiernos corruptos pero también hay gente de buena voluntad. Europa debería establecer también cuotas claras de migrantes económicos, para cada país, que podrían entrar legalmente. Después de algunos años aplicando estas cosas se podrían ver algunos resultados positivos.
–¿No sería fundamental acabar con todas las guerras?
–Sí, pero las guerras no se detienen fácilmente. Sobre todo hay que trabajar mucho sobre la base cultural de la gente. Si en los países desarrollados hubiera gente más abierta, dispuesta a la colaboración, a la comprensión y el respeto de los derechos, muchas cosas no sucederían porque la gente no elegiría como sus dirigentes a los políticos que hacen lo contrario.
–¿La experiencia migratoria argentina puede agregar algo más en este sentido?
–La Argentina es un país que nos ha recibido bien, y en gran cantidad. Es el primer país por la cantidad de inmigrantes italianos. Y además, luego nos ha dado el regalo del papa Francisco, un hijo de emigrados italianos. Una persona que con mucha simplicidad, de modo que todos puedan entender, predica estos valores de los que hablábamos. Está tocando mucho el corazón de la gente. Dice muchas cosas que otros hombres poderosos no dicen. No hace milagros, pero sin un personaje que grita a favor de esta gente, sería todo mucho peor. De la Argentina se debería aprender la cultura de la recepción, aprender a ser acogedores. Evidentemente el ADN de ustedes tiene esta característica. Nosotros nunca fuimos así de generosos, de receptivos. En síntesis, pensar en los países que han representado una buena práctica con los migrantes sería algo que nos haría muy bien.