La ilusión del Rubio: 8

Autoría: Santiago San Paulo

Actuación: Martín Slipak

Vestuario: Alejandra Robotti

Escenografía: Magda Banach

Iluminación: Horacio Efron

Música: Silvina Aspiazu

Producción: Leandro Fernández

Dirección: Gastón Marioni

“Yo floto”, dice una y otra vez el protagonista de La ilusión del Rubio, encarnado por el actor Martín Slipak. El texto de Santiago San Paulo fue uno de los ganadores del concurso Nuestro Teatro convocado por el Cervantes durante la pandemia. La pieza dirigida por Gastón Marioni se estrenó en febrero de 2021 en el marco del “Cervantes Online” –ciclo filmado en la Sala María Guerrero–, luego pasó por la explanada de la Biblioteca Nacional, realizó funciones en algunas provincias y también participó del FIBA. Ahora puede verse los miércoles a las 20.30 en Espacio Callejón (Humahuaca 3759).

Ese chico que flota como un fantasma y mira todo desde las alturas es Facundo Rivera Alegre, conocido como “el Rubio del Pasaje”. El 18 de febrero de 2012 había salido a bailar con amigos. Al día siguiente, la mamá sacó a pasear a Palermo –su perro– y vio que no había llegado. Era raro. La policía solía detenerlo por usar pelo teñido y visera, lo metían preso porque no llevaba DNI. La familia empezó a buscarlo y una semana después Viviana recibió una llamada anónima en la que alguien le informaba que no iba a volver a ver a su hijo nunca más. La predicción, lamentablemente, se cumplió.

Después vino el tormento judicial: en un proceso con numerosas irregularidades, la Justicia cordobesa declaró culpable de homicidio doblemente agravado a un chico del barrio Maldonado. La investigación fue suspendida y Facundo continúa desaparecido. La obra de San Paulo recupera este caso. Frente al dilema de cómo transformar una ausencia en presencia, el teatro se presenta como una de las respuestas más sólidas. El español Juan Mayorga sostiene que “ningún medio realiza la puesta en presente del pasado con la intensidad con que lo hace el teatro”. Pero aquí no se trata sólo del pasado sino de una ausencia, de alguien que estuvo pero ya no.

El intérprete aparece en escena y expone los mecanismos: “Mi nombre es Martín Slipak, soy actor, argentino, vivo en Buenos Aires. No soy cordobés, no hablo como cordobés, no estoy teñido de rubio. Este es mi cuerpo, se sabe porque está presente. Y con mi presencia, por el tiempo que dure la representación, voy a intentar interpretar a Facundo a mi manera. Nosotros creemos que él debe querer aparecer”. Y por obra de esa magia extrañísima que constituye la ficción, Facundo aparece. Aparece su voz pero también su cuerpo.

Un elemento importante en la puesta de Marioni es la ruptura de la cuarta pared: Slipak se dirige todo el tiempo al público iluminado levemente por la luz de sala en un gesto coherente con el relato, porque de alguna manera alude a la implicancia que tuvo (y tiene) el conjunto de la sociedad en la desaparición de Facundo y en otros tantas ocurridas en democracia. “Lo que pasa es que hay que tener un poquito de conciencia del privilegio de clase, con un poquito te juro que la cosa cambia”, lanza el protagonista.

La escenografía consiste en un micrófono y un espacio delimitado por luces que alberga seis sillas, una por cada día de la semana. La del domingo está fuera de esos límites. Con estos elementos se narran los episodios ocurridos en el barrio Juniors que terminaron en su desaparición, la visita de Facundo a sus seres más queridos y el asedio a sus verdugos. El trabajo de Slipak es sutil y, al mismo tiempo, contundente. Suele hablarse de la inteligencia mimética del actor y este es un claro ejemplo de cómo funciona eso de estar encarnado sin recurrir a artificios obvios, esa capacidad que transforma al actor en otro diferente ante los ojos del público.

En Fantasmas en escena, la investigadora Mariana Eva Pérez alude al problema de la representación como uno de los efectos buscados por la biopolítica desaparecedora ante la falta de imágenes para hablar de los últimos momentos de una vida o la ausencia de los restos. Según ella, existen dramaturgias capaces de performar lo espectral y dar lugar a la aparición de los fantasmas; Derrida identifica esa espectralidad como un nuevo estado que no es la vida ni la muerte sino algo entre ambas. Los desaparecidos permanecen suspendidos en ese tercer estado –de hecho el personaje de Facundo lo dice claramente en la obra–. El teatro y la ficción tienen el poder de sacarlo de allí (al menos durante los 40 minutos de función) e invocar ante los espectadores una versión de aquella existencia.

* La ilusión del Rubio puede verse los miércoles a las 20.30 en Espacio Callejón (Humahuaca 3759). Las localidades se adquieren por Alternativa Teatral