Quisiera compartir con el lector una experiencia acontecida no hace mucho, y que produjo en mí el estado más liberador que jamás haya sentido, ni terapia alguna me haya proporcionado. Me colocó en un territorio nuevo, me dio una intensidad nueva, una velocidad nueva. Había cruzado un umbral, la línea por la que venía se inclinó espasmódicamente, la dirección cambió.

Ya no fui la misma.

Hace un tiempo padecí un estado físico-anímico persistente, extraño para mí en sus modos de expresión, pero sumamente desagradable de sobrellevar. Mi padre, médico psiquiatra, dice siempre: lo tuyo es neurológico, dado que naciste con fórceps, o genético, eso viene por ambas ascendencias y no se cura, no te hagas mala sangre. Diagnostica neurosis de angustia existencial severa.

Mis conocimientos en psicoaptología me llevaron a una conclusión, que mi psicóloga escuchó atentamente, pero con extrañeza: yo sufría de una depresión endógena, o exógena, lo que fuere, pero que no respondía en absoluto a ninguna situación de pérdida en relación con mi entorno familiar, social, o económico. Por el contrario, el trabajo que realizo con grupos me inspiraba y sanaba, con mis hijos nunca me había llevado mejor, lo mismo con mi familia, mi pareja, mi trabajo, mis colegas. Nada justificaba ese estado de fatiga psico-físico. Este estado iba acompañado de largas horas diarias de ansiedad generalizada, la angustia devenía demonio que carcomía mis entrañas, me caminaba hasta las paredes, doblada al medio, por la intensidad de la contracción, del vacío inconmensurable, la garganta seca, la comida no pasa.. No como. Mi madre dice: nena, a tu edad tenés que comer, si no masticás algo, se te van a caer los dientes. Mi marido también opina. Mejoro mi autodiagnóstico: desequilibrio espiritual. O depresión anoréxica, si vamos a hacer caso a las modas diagnósticas. 

De todos modos, para empeorarla, en una primaveral crisis alérgica, una  noche de insufribles broncoespasmos me eleva la temperatura a 39 grados, la  médica de guardia me receta un antibiótico de amplio espectro, pues logro convencerla de mi cuadro: claramente una neumonía, sino, ¿por qué la fiebre, y el desánimo?

Dos días después, la radiografía confirma lo contrario. Una neumonía no remite en 24 horas, dice el médico. Desauciada, sin ver salidas a esa situación de desasosiego agobiante, y ya sin fiebre, estaba decidido: la causa de este estado era un déficit de estrógenos, por la edad.

Finalmente, lo que revelaron los resultados de los análisis no señalaban anemia alguna. Usted leyó mal los números, dijo el doctor, y sus hormonas, señora, están un poco bajas, pero ¿qué espera? Corresponden a su tiempo de climaterio. Lo único que tiene son gases.

Sucedió un domingo por la noche. Uno llega a veces a ese momento donde ya no se soporta lo que hasta ayer se soportaba... Cuando nuestra riqueza está más asegurada, nuestro talento más afirmado, nuestra neurosis bien analizada, es cuando se produce el pequeño chasquido que va a inclinar la línea de fondo, el programa de Víctor Hugo Morales mostraba el rostro de un compañero militante de Mariano Ferreyra quebrándose de dolor, mientras relata su muerte.

El crimen de un chico militante, como tantos otros jóvenes que espontánea y masivamente fueron los primeros en acercarse a la Casa de Gobierno, la mañana de la muerte de Néstor Kirchner.

A veces los puntuales, inesperados acontecimientos micropolíticos nos sacan del relato individual y nos pasan a un plano donde la vida no es ni tan siquiera lo personal, sino todo lo contrario. No puedo explicar aún cómo de pronto mi cuerpo saltó de la cama, de mi boca empezó a salir un alarido interminable y brutal. El alarido empezó a articular la palabra ¡basta, basta, basta! ¡Basta de tanta enfermedad personal, tanta patogenización!¡Basta de mi autoconmiseración!, y mis piernas corrían como locas recién salidas del Moyano buscando desesperadas territorios desconocidos. ¡Basta de tanta neurosis al cohete y carísima! ¡Basta de mí!

La depresión, la melancolía anoréxica, es una enfermedad de lujo en un contexto en el que hay chicos que no pueden comer, en el que hay bebés nacidos con menos de 1500 gramos que son tirados a la basura pues no pueden sobrevivir.

¡La anorexia es una enfermedad de clase!

No hay anorexias ni bulimias en las clases más carenciadas...

Basta de tanto mirarse al ombligo, esa dureza callosa, y al mismo tiempo ese yo mezquino, narcisista y por ende débil, dependiente siempre de estructuras paternalistas.

Los valores de nuestra sociedad capitalista penetran a través de la estructura de la familia y son cómplices en la causa de las neurosis (Marie Langer).

¡Basta de agorafobias! Los que no tienen techo no sufren de agorafobia, viven en la calle, toman los terrenos vacíos.

La neurosis es una enfermedad de lujo en un continente cuya enfermedad más comprometida es la desnutrición y la mortalidad infantil.

¿Y lo de las hormonas? ¡Dejate de joder!, gritaba por los pasillos, y mis brazos se agitaban en el aire al ritmo de mis piernas: ¿cómo hicieron mis abuelas para convivir con sus déficits hormonales, cómo hicieron para envejecer dignamente?

Drásticamente, me curé.

Definitivamente, la conciencia del atravesamiento sociohistórico en nuestro  cotidiano-individual nos cura.

La conciencia de la presencia de otros en nuestro entorno, de otros diferentes, nos ayuda a ver al otro más real, más libre de fantasmas proyectados. Nos ayuda a pedir ayuda, a conectarnos con afectos más solidarios, más inclusivos, menos competitivos.

Drásticamente me curé gracias a los otros, a dejarme afectar por los otros.  Los otros, mis colegas de trabajo, fueron mis acompañantes terapéuticos.

Los otros, mis hijos, fueron un ejemplo de vida comprometida con lo social y militante, me ayudaron a volver a creer que la lucha por una Latinoamérica más unida y socialmente más justa es posible.

Los otros, los grupos adonde recurrí para curarme de mí, porque necesitaba huir de la sorda soledad de escuchar siempre mi voz, me dieron otras voces, me ayudaron a reírme de mi dolor y mis frustraciones.

Mi marido, algo confundido, susurra: ¿No estarás más loca que nunca? Lo miro sonriente y digo: No te preocupes, esto recién empieza...

* Psicóloga psicodramatista. www.psicodrama.com.ar