Desde Mar del Plata

Si una película despertó una encendida unanimidad de crítica y público en la última edición de Cannes, esa fue la brasileña Aquarius, opus 3 del ex crítico cinematográfico Kleber Mendonça Filho, de quien en este mismo festival había podido verse, cuatro años atrás, la muy buena Sonidos vecinos, estrenada un par de años más tarde en Buenos Aires, lamentablemente sin mucha repercusión. Protagonizada por una Sonia Braga que ocupa la pantalla durante cada uno de los 142 minutos de duración, Aquarius desembarcó en la Competencia Internacional de Mar del Plata con una repercusión similar a la de Cannes, a estar por los aplausos y vítores escuchados al final de la función de prensa de las 9 de la mañana de ayer, así como por el entusiasmo despertado por el anuncio de Mendonça Filho, quien, finalizando la conferencia de prensa posterior, informó que la película ya está comprada para estrenarse en Buenos Aires, en enero próximo. Aquí es donde hace su aparición un servidor, el aguafiestas, para quien Aquarius no representa otra cosa que la enésima reiteración de una de las más remanidas fórmulas de guión del cine contemporáneo, su extensión, injustificada, y la actuación de Sonia Braga, un típico show de lucimiento de diva de la escena.
Aquarius es el nombre del edificio de Recife (Mendonça Filho es de allí, y filma allí) donde vive Clara, el personaje de Braga, viuda jubilada, ex crítica musical que tiene sus paredes tapizadas de vinilos. Es lógico que la película lleve el nombre del edificio, ya que el edificio ocupa un lugar central, tanto en la trama como en sentido metafórico. El edificio es el campo de batalla entre Clara, última residente, y una compañía inmobiliaria que quiere levantar en ese emplazamiento un emprendimiento, para lo cual ya ha comprado todos los otros departamentos y viene intentando hacer lo propio con el de la tozuda protagonista, que tiene tantos años como el Aquarius y ha jurado que la sacarían de allí con los pies para delante. En otras palabras, se trata de la vieja fábula de la lucha por la dignidad de quienes resisten el embate despiadado (ya habrá tiempo para las más sucias tácticas) de la Corporación Deshumanizada. Lucha en la que unos son los buenos y los otros los malos, claro, y que aquí tiene a la ex Doña Flor en una verdadera actuación para la tribuna, resuelta a sacarle todo el jugo a la dignidad, capacidad de combate y, cómo no, condición sexy de su personaje. Filmando una vez en formato scope, como en la anterior Sonidos vecinos, Mendonça Filho confirma su notable manejo del espacio y también del tiempo cinematográfico, filmando mayormente con muy elegantes planos-secuencia y cerrando varias secuencias con bellos fundidos a negro: formalmente, lo suyo está fuera de discusión.

En Free Fire nadie escatima balas y hay fuego a discreción.

En la misma edición en la que se presentó Sonidos vecinos participó de la Competencia Internacional la inglesa Sightseers, una de una pareja de turistas que en el curso del viaje se convierten, como sin querer, en asesinos. El director era Ben Wheatley, sobre guión de Amy Jump, y ambos repiten ahora en Free Fire, donde el conteo de cadáveres crece tanto como el valor de la libra en relación con el peso, en lo que va de 2012 hasta ahora. Y ni qué hablar de la cantidad de munición escupida a lo largo de los 90 minutos, que si no es record debe andarle cerca. La cuestión es sencilla: a fines de los 70, una reducida delegación del IRA arregla una cita con unos traficantes de armas en un depósito, para concretar una compra. Entre los traficantes hay un blanco sudafricano y un negro estadounidense, y en general hay mucha pica entre todos, incluyendo cargadas nacionalistas. La cosa zafaría si no fuera que la noche anterior uno de los presentes violó a la hermana de otro: bastará que éste tire un tiro para que los restantes 70 minutos se conviertan en un tiroteo de todos contra todos, en el que las lenguas afiladas disparan tanto como las pistolas, revólveres y fusiles. Una asombrosa provisión balística se une a una no menos sorprendente incapacidad para morir por parte de los contendientes, permitiendo que estén más de una hora tiroteándose. Una película que definitivamente se adapta poco a la etiqueta de “drama de época”.
En Competencia Latinoamericana se presentó El auge del humano, del argentino Eduardo Williams, que tiene 29 años. Sin cortes que permitan hablar de episodios como tales, la película presenta tres situaciones o embriones narrativos. La primera y la segunda, protagonizadas por un muchacho argentino y uno que el cronista creyó brasileño y por el catálogo del festival se enteró de que era mozambiqueño, tienen lo que más claramente pueden definirse como “protagonistas”. La tercera, que transcurre en medio de la selva filipina, tiene un protagonista grupal. Las acciones son tan difusas como los roles dramáticos. En la primera “historia” (para darle un nombre), al protagonista lo echan de su empleo en un supermercado, y luego se junta con unos guachines amigos, antes de hacerlo con otro grupo, que para ganarse unos pesos se practican fellatios entre sí, “rematándolas” por internet. Internet y los celulares son el tema común a las tres ¿historias?, incluyendo un intento de conseguir conexión en la selva. Lo otro común son unos largos travellings de seguimiento, muy bonitos. “La ópera prima del argentino Eduardo Williams esquiva la narración predecible en pos de fundar una galaxia donde las distintas historias tengan reglas y características únicas”, dice el catálogo del festival, “formando una ronda de planetas que se vinculan según el criterio del espectador”. Tal vez por eso el crítico no entendió mucho: parece que se requieren conocimientos de astronomía para hacerlo.  

* Aquarius se verá hoy a las 14.20 en el Auditorium. Free Fire, hoy a las 17.30 en la misma sala. El auge de lo humano, a las 11.20 en Cinema 2.
El auge del humano, del argentino Eduardo Williams.