“Soy el pájaro pez y hago todo al revés / Floto roto en el aire moviendo los pies”, canta el compositor y multiinstrumentista Edu Schmidt en su nuevo single, “Al revés”. Fiel a su estilo lúdico, el músico de Haedo apela a metáforas divertidas para expresar asuntos cotidianos. En este caso, reflexiona sobre la (mala) costumbre popular de opinar sobre la vida de los otros, a veces con dedo inquisidor. “Entonces, la canción propone rebelarse contra eso”, resalta Schmidt sobre este primer adelanto de un disco que saldrá antes de fin de año. “El disco se va a llamar Coso, porque me parece que es una foto de cómo estamos, porque no sabemos qué va a pasar ni qué somos”, explica el ex Árbol. Junto a su banda Los Enroscaos, se presentará este viernes 12 de agosto a las 21 en Galpón B, Cochabamba 2526, con show apertura de Piantados.

Durante el concierto, el eje también estará puesto en su último disco, Croto (2020), que salió en plena cuarentena y sigue siendo muy vigente. “Los dos años de cuarentena pasaron muy rápido, parece que no hubieran existido, así que es como si al disco lo hubiera sacado recién”, dice. El disco nuevo, en tanto, tendrá siete canciones y no le faltará su eclecticismo característico. “Yo fui reduciendo la cantidad de temas, porque con Árbol hacíamos doce o tres canciones en los discos. Este formato de sacar de a una canción, si bien no muestra el concepto total del disco, me parece alucinante porque es más práctico. Y es más directo y fluido el contacto con los seguidores”, destaca. “El que me conoce sabe que el próximo corte va a ser muy distinto, incluso para despistar. Habrá canciones lentas, también una despojada con charango y voz, y otra con banda haciendo un riff todos juntos”, adelanta.

-"Lo que digan que tengo que hacer yo lo voy a hacer al revés", cantás en "Al revés". ¿Hay un componente autobiográfico o en qué está inspirada esta canción?

-Sí, es algo que nos pasa mucho a todos y los que nos hacemos medio los rebeldes para llevar la contra y hacemos todo al revés. En otras actividades no pasa, pero pareciera que cuando sos músico por lo general todo el mundo opina sobre tu trabajo. Nadie opina sobre el que trabaja en una panadería o el que es técnico en computadoras. Sin embargo, nosotros parece que tenemos un laburo sobre el que todo el mundo puede opinar. Entonces, es un poco rebelarse contra eso. Y también porque es un mundo donde todos parecen tener la posta, son todos directores técnicos pero nadie en el fondo parece saber para dónde ir porque el mundo está cada vez más inentendible. A veces no es alguien en particular que opina sobre tu obra, sino que responde a parámetros de lo social, lo que "está bien o mal”, lo que “es lindo o feo". Foucault hace cuarenta años denunciaba eso, una pesadilla que se está haciendo realidad: el sistema panóptico. Estamos todos mirando y opinando sobre la vida de todos. La idea es poder salir un poco de la Matrix.

-Y como creador de canciones que sos, ¿necesitás evadirte de ese "ojo que lo mira todo" y darle lugar a la intuición propia?

-Yo creo que es imprescindible pero al mismo tiempo es muy difícil, casi imposible. Porque por más que vos no hagas las canciones para seguir el gusto de los otros, te gusta que les guste. Entonces, ahí hay un juego un poco histérico. Y al mismo tiempo nosotros también como consumidores de música buscamos algo que nos sorprenda y cuando hacen algo que nos gusta muchas veces le vemos los piolines. Hay un juego medio histérico que también tiene que ver con la puesta en escena, porque cuando uno ve algo que está actuado ya sabe que lo está. Pero el tema es que ahora es todo muy confuso porque la realidad también parece estar actuada y a veces sobreactuada. Es difícil creerle a alguien porque pareciera que estuviéramos en pose todo el tiempo o pensando "qué buena foto que sería esto para Instagram". Un pensamiento que hace cinco años no teníamos. Por eso hay tantas corrientes espirituales que hablan de vivir el presente porque cada vez más estamos con la cabeza en diez mil lados menos en el momento en el que estamos. Vendría bien parar un poco la pelota y hacer como que el celular nunca existió.

-En tu último disco, Croto (2020), hay una canción que sobresale, “Atahualpa", con la colaboración de Dos Más Uno y Camilo Carabajal. ¿Yupanqui es una referencia musical para vos?

-Obviamente lo conozco a Atahualpa pero no es una música que escuche a diario. Por ahí mi Atahualpa es Luca Prodan. Pero sí lo tengo como un referente de lo argentino y también en relación a esa sabiduría ancestral que tenía. Lo que me despertó la canción fue la frase que aparece en un documental y cuenta sobre la cantidad de pájaros que están cantando arriba de la rama de un árbol. Y esta canción habla de eso. No escucho su obra todo el tiempo, pero soy fan de la magia que tuvo con su pensamiento.

Hay siempre un componente lúdico en su música: por la variedad de instrumentos que ejecuta (charango, guitarra, violín, flauta, trompeta), por la diversidad de estilos que interpreta y por el humor que siempre se filtra en las canciones. “A mí la música me sirve para no tomarme las cosas muy en serio”, dice. “Pero también soy consciente de que ahora tengo 48 años y que el que está jugando es un adulto que hace más de treinta años que pelea contra lo solemne. Hoy justo di un taller en una escuelita en Maldonado y terminó siendo un recital. Y todo el tiempo jugábamos a hacer quilombo y a que estábamos en un recital de rock”, cuenta. “Lo descontracturado del rock tiene algo para enseñar también. Y siempre trato de romper un poco algunas cosas preestablecidas. Por ejemplo, con la idea de la ‘estrella de rock’, qué es el éxito o cómo tiene que ser una canción o un recital. No me gusta mucho el abanderado y estar todos calladitos”.

Desde hace varios años Schmidt realiza un taller denominado Cocina de Canciones, que lo hizo recorrer espacios formales e informales de todos los rincones de Argentina y países limítrofes. De hecho, la semana pasado lo llevó a una escuela ubicada en un barrio popular de Maldonado, Uruguay. Bajo el eslogan “cualquiera puede hacer una canción”, en el taller se analizan estructuras, rimas, melodías, estrofas y estribillos. “Y en dos horas y media analizamos canciones, pasamos la ‘receta’ de la canción”, cuenta. “En realidad, la idea es deconstruir la canción y revalorizarla. Ahora en la música urbana se le da mucho hincapié al ritmo, pero no tanto a la melodía y a la armonía. Entonces, la idea es volver un poco a la canción tradicional, pero también para romperla. Y después componemos una canción entre todos. A veces son diez personas y otras veces son ochenta; a veces lo doy en un conservatorio donde todos son más grosos que yo y otras en un centro cultural para gente que no sabe nada de música”, precisa desde Uruguay antes de dictar el taller en una cárcel.