“Cuando escuchaba tangos con mi papá, yo decía, ¿por qué cantan tan rápido?, ¡no se escucha lo que dicen!”, recuerda con gracia Lauro Campos. Porque si algo le faltaba al actor, autor y director teatral, era cantar. Y está feliz de la vida con Tangos en mi vida, el espectáculo que lo tiene por entero protagonista e inició el sábado pasado a las 21.30 en Teatro Caras y Caretas (Corrientes 1518), a sala llena y con nuevas funciones previstas para los sábados del mes.

Campos tiene sus razones cuando dice sobre “la letra que no se escucha”; sea porque los cantores y las cancionistas cantaban “rápido” o en el caso de estas últimas “con una voz muy finita, muy aguda”; pero también por la atención poética que el dramaturgo puso siempre en la palabra teatral/literaria/radial, habida cuenta de su desempeño expansivo y notable. “A lo largo de mi vida se ve que me hicieron caso y empezaron a disfrutar de la letra (risas). Lo que yo hago son tangos de los grandes poetas de esta música, y no hago más de los que presento porque no me da el tiempo, hoy el público está acostumbrado a espectáculos cortos y si se me va la mano se me aburren”, comenta a Rosario/12.

La poesía tanguera lo acompaña a Campos desde siempre, y entre las y los intérpretes que elige desfilan “Julio Sosa, Virginia Luque, Goyeneche y los que siguieron para acá, con la Tana Rinaldi, Amelita Baltar y tantos más, quienes empezaron a revalorizar las letras de los poetas, porque es lo que realmente eran. Y a eso yo quiero homenajear. Ahí le hago caso a mi amigo Walter Operto, que siempre me ha cargado diciendo ‘a vos siempre te gustan Shakespeare, García Lorca, ¿cuándo vas a hacer textos argentinos?’ Y tuve real necesidad de hacerlos, también porque ellos me llevaron a partes de mi vida, de mi infancia, de mi adolescencia. Mirá qué cosa tan rara, yo no pude nunca disfrutar del rock nacional, porque el tango me seguía absorbiendo el seso. Prefería meterme en un recital de la Rinaldi antes que ir a ver algo de rock”, continúa.

-Y es éste también un reencuentro con tu público, si bien la pandemia no te detuvo.

-En estos años terribles tuve la suerte de que Fernando Foulques me llamara para hacer un streaming, luego hice dos más con él, y también un programita de micros. Hice muchas cosas. Pero cuando se abrieron los teatros me dije: ¿qué hago? ¿Me quedo en mi casa mirando televisión o leyendo? En verdad, releyendo, porque he descubierto que es una condición de la vejez. Un médico mío me decía que a esta altura no leía cosas nuevas sino que releía, y estoy haciendo lo mismo, con cosas que leí a los 13 años, como cuando iba a Aricana y leía a Tennessee Williams en la doble versión, inglés y castellano. ¿Es éste mi destino hasta que me llamen de arriba? No, no puede ser, tengo que volver con algo, volver a trabajar y a vivir la vida del teatro. Así fue que me aferré a los tangos. Cuando Emmy (Reydó, esposa de Campos) se enfermó, yo me quedé sin voz. Real. Y entonces estudié canto. Y esas clases que hago, tres veces a la semana y no una (risas), me hicieron volver al tango.

Entre tango y tango, Campos dice que habla porque “¡verborrágico como soy!, hablo con el público y cuento cosas que me han pasado en esta y otras épocas. Cuento acerca de cada tango, dónde residen las virtudes de cada letra. Resulta ser un homenaje a los poetas, del que estoy muy contento. ¡Me miraban con cara rara cuando decía que iba a cantar tangos! Yo soy un poco blandito para el tango, no tengo pinta de malevo, eso lo cuento y la gente se ríe. Digo que, en todo caso, el que me mira extrañado es el vampiraje; los vampiros viejos dijeron: ¡no puede ser que este debilucho nos cante tango!, pero bueno, ahí aparecí el sábado y fue una bendición, el público se emocionó.

-En la interpretación se completa la letra y su intención, ¿no?

-Me acuerdo de Ignacio Corsini o de Agustín Magaldi, que tenían voz de tenor, después los cantores de tango fueron más barítonos o bajos; y la verdad es que el cantante es el que le da la impronta al tango. Una poesía de Eladia Blázquez tiene que estar muy bien señalada, valorizada, para que la gente se entere de que allí atrás hay un mensaje a la sociedad y una crítica profundísima.

Por otra parte, hay letras que encuentran sentidos nuevos, y Campos da un ejemplo personal: “Visité Nueva York con la intención de reencontrarme con la ciudad que amaba, pero cuando llegué me di cuenta que el tiempo y las circunstancias hacen cambiar no sólo a las personas sino también a los paisajes, a las ciudades. Nueva York esta vez me pareció agresiva, ¡qué cosa!, ¡cómo me la han cambiado! En el espectáculo le dedico un tango, pero hablo primero del amor, y que segundas partes nunca fueron buenas. La gente se obstina en hacer una segunda parte porque no pueden pensar que el amor se termina, pero en verdad es como dice Jardiel Poncela, el amor es como la mayonesa, cuando se corta hay que tirarla y empezar una nueva. Y le dedico a Nueva York ‘Como dos extraños’, porque la verdad que frente a ella así lo parecíamos. ‘Qué gran error volverte a ver, para llevarme destrozado el corazón’, a mí me hizo daño volver a ver ciertas cosas que recordaba con tanto afecto”.

La mayor satisfacción está en que los tangos en la vida de Lauro Campos lo hacen estar “muy contento”; tal como subraya: “Ojalá Dios me conserve la voz para poder seguir cantando, me hace muy feliz”.