Una de las más grandes actrices de la historia del cine de Brasil está en la Argentina: Sonia Braga llegó a Buenos Aires invitada por el Grupo Octubre para servir de “madrina” del primer Festival Internacional de Cine de los Países del Sur del Mundo (Ficsur), que tuvo ayer por la noche su ceremonia de apertura. Braga también participará hoy a las 17 de una entrevista pública, coordinada por la periodista Any Ventura, en la Universidad Metropolitana para la Educación y el Trabajo (UMET), ubicada en Sarmiento 2037. “Yo pensé que era una cosa divina estar aquí en Buenos Aires y participar de un festival tan amplio, que va por tantas raíces, por el sur. ¡Ay, qué bonito las raíces del sur! Me gustó mucho esa imagen”, se entusiasma Braga en la entrevista con PáginaI12. Esta mujer, tan bonita y sensual como agradable en el trato y en la comunicación, tiene una trayectoria de cincuenta años y ha participado tanto en históricas películas brasileñas –Doña Flor y sus dos maridos sigue siendo su película insignia–, como en largometrajes de Hollywood, actuando a las órdenes de Clint Eastwood y Robert Redford, por nombrar sólo algunos de los grandes nombres del cine estadounidense. El año pasado, Braga fue noticia en todo el mundo porque se produjo su gran regreso al cine brasileño con su notable interpretación en Aquarius, de Kleber Mendonça Filho, el único film latinoamericano en participar de la Competencia Oficial del Festival de Cannes 2016. La película tuvo que enfrentar la arbitraria calificación de “apta para mayores de 18 años” por el gobierno de Michel Temer y se ha señalado que el largometraje no fue elegido por Brasil para participar como precandidato al Oscar a la Mejor Película de Habla no Inglesa 2016 por la manifestación pública del equipo de Aquarius en Cannes contra Temer y el golpe institucional a la entonces presidenta del Brasil, Dilma Rousseff.  

–Participó de cientos de festivales. ¿Este tiene un sabor especial por ser una muestra que se dedica a las cinematografías del sur?

–Sí, pero no solamente eso. Es como participar de una orquesta que va a tocar la música de Beethoven. Todos saben la música. Entonces, todos tienen la partitura y el sonido, pero haciendo una analogía con el festival, éste es un sonido nuevo. Se está iniciando. La gente está comenzando este festival y va a salir definido de aquí, de esta temporada. Los espectadores que van a ver las películas no tienen que pagar. Eso es para mí lo mejor de todo porque, por ejemplo, una persona puede ir con toda la familia. Después, se van a sentar a comer y a discutir las películas. Van a tomar caminos muy diversos...

–¿Genera encuentros?

–Sí, exacto. Entonces, es el encuentro de los participantes que hicieron películas, pero también para la gente de Buenos Aires va a ser un nuevo encuentro. Y tal vez haya gente que nunca fue al cine porque tal vez no podía pagar. 

–¿Cree que espacios como éste pueden colaborar en que se conozca más el cine latinoamericano entre los propios países del continente?

–Yo cambié mi mirada un poco con Aquarius, porque estuve en México, Cuba y en otros países del continente. Creo que hay un esfuerzo muy grande en que nos conozcamos mejor como artistas, cineastas y también gente común. Eso para mí es muy lindo. En los 60 hubo una gran curiosidad por nuestro cine, pero no había cómo divulgarlo. Imagine que yo soy de la época del telegrama (risas). Yo viajaba por el mundo con El beso de la mujer araña y decía: “¡Atención! ¡Telegrama!”. Sonia Braga recibe un telegrama que dice: “Felicitaciones”. Y yo le decía a mi asistente: “Dígale: ¡Muchas gracias!”. Hoy en día vivimos con internet. Entonces, la democracia del cine es más fácil.  

–Repasemos su historia. ¿Fue difícil su infancia siendo huérfana de padre desde muy chiquita?

–¡Uh! Hoy pensaba algo de eso cuando decía que yo era independiente. Pero cuando tenía nueve años ¡me sentía muy vieja! (risas), por una cuestión de responsabilidad tal vez. Eramos mi madre y siete niños y cuando mi padre se fue, quedaron mi abuela, mi abuelo y mi madre. Después, mi madre convocó a su hermana y a su cuñado para trabajar juntos y que todos pudiéramos sobrevivir. Yo estudiaba en el mejor colegio de monjas, el más caro, cuando tenía a mi padre. De pronto, empecé en un colegio público con varones. Eramos chicas y chicos. No sabía nada de chicos. Pero ahí vi por primera vez una fracción de la sociedad, ¿sabe? Y así, con mis nueve años, cuando en la escuela me dieron el Boletín para mi madre, ella me dijo: “Mira niña, ahora pertenece a ti, tú vas decidir si estudias, si vas a ser alguien en la vida o vas a ser como tu madre que no sabe qué hacer”. Cuando estaba con las monjas, el autobús me llevaba y me dejaba en el colegio. También estaba la persona que limpiaba la casa y hacía todo. Mi madre no hacía nada, pero era una gran costurera, sólo para nosotros, para los hijos. Y luego entendí lo que era de verdad la sociedad, la vida de verdad y no el colegio de las monjas. Después de un año, volví a ver las monjas y las vi de otra manera. Entonces, empezaron las decisiones y mi manera de mirar el mundo cambió. 

–¿Su vocación de actriz nació de niña?

–¿Piensa que tengo vocación de actriz de verdad? (risas).

–No está en duda...

–Con ocho años, antes que mi padre muriera, yo quería ser bailarina. Después, ya no pude serlo. Mi hermano era gay y entonces se daba la situación de estar apartados de la sociedad. Eramos los hijos de una costurera que trabajaba para la gente, pero que teníamos ese hermano lindo y gay. El hacía dibujos muy lindos pero también era artista. Y comenzó a frecuentar otro tipo de lugares: el teatro, el mundo de los decoradores de ambiente. Y ahí yo empecé participando de un programa de televisión y seguí. Es muy interesante porque tal vez si yo no hubiera tenido un hermano gay, que salió de una sociedad muy machista, muy dura, mi vida habría sido diferente.  

–Cuando cumplió 17 años se produjo su debut como actriz en el teatro. Participó de la obra Jorge Dandin y luego continuó en el musical Hair. ¿Su primer amor fue el teatro pero el verdadero es el cine?

–No, mi primer amor fue el músico que trabajaba para el teatro en el que trabajaba (risas). ¡Me había olvidado de eso! Me gustan mucho las artes visuales, de actriz no estoy tan segura. Cuando hice Jorge Dandin, de Molière, era muy divertido y no sabía bien por qué. Luego cuando hice Hair, que era como un happening, ahí sí amaba ir al teatro. La pieza empezaba a las ocho de la noche. Yo iba siempre a las dos de la tarde, limpiaba el teatro y me quedaba ahí, hacía amigos con los que venían a comprar el ticket. Pasaba el día en el teatro. Me gustaba mucho. 

–Debutó en el cine a los 19 años realizando un pequeño papel en la película O Bandido da Luz Vermelha, en 1969. ¿Cómo recuerda aquel momento?

–Yo sólo decía: “Ahí, stop...”. Pero le cuento un poquito antes. Cuando tenía 15 o 16 años, la vida artística en San Pablo era muy fuerte, tanto el teatro como las artes visuales, y en menor medida el cine. Todas las noches presentaban una película. Eran las de Bergman y todos los divinos años 60. Después, parábamos e íbamos a discutirlas bebiendo. Yo bebía a los 15 años. Y discutíamos lo que sentíamos con los films, pero no era una cosa de escuela sino de un grupo de amigos. Nada más. Después, yo empecé a trabajar en una oficina de arquitectura. También conocí un peluquero que quería que yo posara para las fotos. Posé y estuvo bien. Después, una amiga de un grupo tenía un amigo que estaba buscando una chica de mi edad para hacer una película experimental para un festival. Y me llamó. Esa fue mi primera película que no figura en ningún lado y se llama Atención Perico. 

–En 1975 interpretó a Gabriela en la telenovela Gabriela Clavo y Canela, basada en la novela de Jorge Amado del mismo nombre. ¿Fue el papel que le permitió alcanzar la fama en Brasil?

–Sí, antes tenía cierta fama, pero particular (risas). Era muy famosa con mis amigos. Esa fue una cosa muy impresionante. Había hecho previamente unas novelas, pero esa fue mayor, no por mí sino por todo lo que representó en los años 70 hacer una novela de Jorge Amado, un hombre comunista en aquella época. Y lo que representaba el personaje. Aprendí mucho componiendo a esa mujer porque hasta entonces yo hacía personajes de mujeres que eran feas, neuróticas, introvertidas. Y, además, era muy pálida. Entonces, me eligieron para ser Gabriela. Yo pensé: ¿Cómo yo? Y dije: “Ok, vamos a hacerla”. Y comprendí que yo era mucho más Gabriela de lo que podía pensar. Por supuesto conocía a Jorge y a su mujer Celia.

–Un año después, en 1976, llegó Doña Flor y sus maridos que hizo que la convirtió en una sex symbol. ¿Eso fue un halago o una carga en su carrera?

–Para mí no pasó nada. Para la gente sí, especialmente en los Estados Unidos. Para mí era normal: salía en O Globo, Folha de São Paulo... Cuando fui a Estados Unidos estaba en la página entera del New York Times y decían: “¡Mira, estás en el New York Times!”. Y yo decía: “Bueno”, pero no sabía el sentido de lo que estaba pasando. Fue ahí que empezó lo del símbolo sexual porque en Brasil no pasaba tanto. En Brasil no era una cosa rara. Yo posé después para Playboy y no tengo problema con eso. 

–En 1983 volvió a interpretar a Gabriela, el personaje que le otorgó la fama en su país, pero esta vez en una versión cinematográfica y teniendo como compañero a Marcello Mastroianni. ¿Cómo fue trabajar con un grande del cine mundial?

–Yo nunca supe tener mucha distancia con una persona, respecto de la emoción que genera estar al lado de alguien así. Marcello era un hombre increíble, pero yo no sentía esa distancia. Al contrario: era una persona común y maravillosa y nos llevábamos muy bien, hablábamos mucho, a pesar de que vivíamos en países distintos. Cuando se terminó la película no lo vi más, pero conocí a Fellini por Marcello. 

–En 1985 participó de El beso de la mujer araña, por la cual fue nominada por primera vez a los premios Globos de Oro. ¿Cómo recuerda ese momento?

–Cuando Héctor Babenco me llamó para hacer esa película, era para una participación especial. Era apenas para la escena del balcón cuando le digo adiós a Raúl Juliá, que se va. Babenco quería hacer la película, pero no tenía los derechos, estaba peleando por eso. Entonces, pasó a ser una cosa mucho mejor que por la que me había llamado. Esa fue la primera película en la que yo hablaba inglés. Entonces, fue la primera vez que en Estados Unidos me vieron hablando inglés. Después, me llamó Robert Redford para Un lugar llamado milagro y luego Paul Mazursky para Presidente por accidente (N.de la R.: por el que volvió a ser nominada a los Globos de Oro). Luego, Clint Eastwood para El principiante. Yo tenía cuarenta y pico de años y para una mujer que no hablaba muy bien la lengua, que tenía un acento extranjero, era más difícil, pero continué trabajando mucho. 

–¿Cómo fue la experiencia de haber sido dirigida por el gran Clint Eastwood? ¿Es tan malhumorado como algunos de sus personajes?

–Es la mejor persona del mundo. Tal vez, el más democrático con el que yo trabajé. Estábamos todo el tiempo Clint, Raúl Juliá y yo y nos reíamos mucho. Es una persona muy encantadora y divertidísima. Tiene un gran sentido del humor. 

–El año pasado se produjo su gran regreso al cine brasileño con el notable film Aquarius, de Kleber Mendonça Filho, en el que compone a la periodista musical Clara, protagonista absoluta de la película. ¿Qué fue lo que más la conectó con su personaje? 

–No, ella se conectó conmigo. Kleber y yo discutimos mucho eso abiertamente con el público. A veces, Kleber decía: “¿Es Sonia o Clara? No sé quién eres ahora”. 

–Cuando se presentó Aquarius en el Festival de Cannes todo el equipo que integraba manifestó de manera muy llamativa contra Temer, que acababa de dar un golpe institucional. Y, cuando no todos la tenían, ustedes se animaron a tener una posición pública al respecto mostrando carteles de repudio. ¿Cómo se gestó esa decisión?

–No todos estaban despiertos. Los que estaban durmiendo, ¿qué les pasaba? La mayor parte del tiempo Kleber y yo estábamos dando entrevistas, pero cuando fuimos a la première habíamos decidido hacer los carteles para presentarlos. Yo no tenía un cartel para mí porque estaba todo el equipo en la oficina haciendo los papeles de todo eso. Vino uno y me dijo: “Sonia, están todos haciéndolos ahora”. Y yo le dije: “Bueno, no hay problema porque estamos juntos”. Yo estaba siendo maquillada y peinada para la noche. Cuando llegamos allí, le pregunté a Kleber cuándo lo íbamos a hacer, que sabía que todos tenían los papeles. Kleber dijo: “Tiene que ser en un momento, no sabemos muy bien, vamos a ver qué momento es el mejor”. Y lo que pasó fue que el delegado general del Festival de Cannes, Thierry Frémaux, me llevaba para las fotos. Vi que había dos o tres abajo, volví y ¡casi por un minuto que los pierdo!, porque la mitad estaba adentro del teatro y la otra mitad en la escalera. En un momento, miro para atrás y digo: “Thierry, ¡ahora! ¡Vamos abajo!”, porque yo no tenía un cartel para mí. 

–¿Cómo analiza la realidad política de Brasil?

–Si usted encuentra a alguien que la pueda explicar, por favor ¿me llama? Y que me expliquen. Lo último: ¡Fuera Temer!