Muchos comportamientos que consideramos exclusivamente humanos son comunes en especies. Aunque nos diferenciamos de los animales, los seres humanos somos parte de una gran familia animal y por lo tanto una especie más. Ese gran salto epistemológico se lo debemos a Charles Darwin, cuya teoría de la evolución, es releída y aggionarda por Nicolás Olszevicki y Matías Pandolfi en el libro Sexo Animal. Cómo la evolución moldea el comportamiento (Editorial Planeta) y nos permite conocer más del mundo natural, y ubicarnos, como humanos, en el lugar que nos corresponde.

De estas y otras cuestiones habla en esta entrevista Nicolás Olszevicki, doctor en Letras y comunicador de la ciencia; quien fue becario doctoral y posdoctoral del Conicet y es profesor en la carrera de Comunicación de la Universidad Nacional de General Sarmiento. Escribió en numerosos medios (entre ellos en Página 12) y actualmente es asesor en el Ministerio de Salud e investiga temas de historia y filosofía de la biología y su relación con la comunicación de la ciencia. El otro autor, Matías Pandolfi, falleció en medio de proceso de escritura de este libro. Fue doctor en Ciencias Biológicas e investigador del Conicet en el instituto de Biodiversidad y Biología Experimental y Aplicada (Ibbea, Conicet-UBA) y profesor de Histología en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA.

--¿Por qué un libro sobre sexo animal?

--Bueno, en realidad es más que un libro sobre sexo animal. Es un libro sobre comportamiento animal desde la perspectiva de la teoría de la evolución de Darwin, y todo lo que se fue refinando esa teoría en el siglo XX. Por eso hay capítulos sobre la moral o sobre el lenguaje. Pero una de las cosas que nos dice la teoría de Darwin es que el sexo es una de las actividades principales de todos los animales; o mejor dicho, LA actividad principal: sin sexo, no hay descendencia (salvo en algunos casos raros), sin descendencia no hay variación, sin variación no hay selección natural y sin selección natural no hay evolución y no hay diversidad.

--¿Y por qué vale la pena un libro sobre Darwin y el comportamiento hoy?

--Hay varios motivos: uno es que es una teoría hermosa, por lo simple y por lo explicativa, y las cosas lindas vale la pena contarlas una y otra vez. Otro, porque es una teoría que, a pesar de ser simple, está muy mal comprendida en general, está llena de malentendidos, y está bueno aclararlos. Y la tercera es que creo que puede ayudar a pensarnos a nosotros mismos, los humanos, siempre y cuando seamos cuidadosos y no hagamos extrapolaciones toscas y poco reflexivas.

--No te cansás de repetir que la teoría de la evolución de Darwin es una de las mejores sino la mejor jamás elaborada.

--Bueno, al menos digo que es mi teoría favorita, porque lo es. Me parece una idea con una potencia enorme y que, además, tiene la particularidad de que es bastante simple de entender. De esas ideas que uno lee y dice: “¿Cómo no se le ocurrió a nadie antes?”. Ojo, tampoco es que Darwin haya salido de la nada; eso nunca ocurre en ciencia, a pesar de la imagen que suele transmitirse de los genios aislados; había muchos pensando en lo mismo que Darwin y proponiendo soluciones a los mismos problemas para los que buscaba soluciones Darwin; de hecho, Wallace, que suele considerarse el codescubridor de la evolución por selección natural, estaba pensando, en algunos aspectos, casi lo mismo. Pero la teoría que expone Darwin en El origen de las especies, en 1859, es mucho más completa y mucho más abarcativa.

--Hablás de animales no humanos, entiendo para descentrarnos y pensarnos también los humanos como animales, como una especie más, ¿por qué es importante hacer ese movimiento?

--Originalmente, la idea del libro era escribir sobre humanos. Después, en la medida en que fui avanzando con la investigación, me di cuenta de que el de humanos tenía que ser otro libro, que requería abordar otra bibliografía, mucho más compleja y mucho más polémica. Probablemente en ese proyecto me embarque a partir de ahora.

Dicho esto, la historia que nos contamos como humanidad aún hoy, aun después de Darwin, es, en algún punto, una historia que trata de separarnos y distinguirnos de lo que tenemos de animal. Pensemos por ejemplo en la famosa “Oración por la dignidad del hombre” de Pico Della Mirándola, que condensa el modo de concebir al humano del Renacimiento: ​​Dios llena el mundo superior de sabiduría y belleza y llena “con una turba de animales de toda especie las partes viles y fermentantes del mundo inferior”. Entre esas especies no está el ser humano, claro, porque al ser humano le toca un lugar particular en ese mundo inferior: es el que está puesto ahí para entender la razón de la obra de Dios, para amar su belleza y admirar la vastedad, para hacer de sí mismo lo que quiera. El ser humano es distinto a todos los demás: es excepcional. Es la idea de la scala naturae que viene de la antigüedad, ¿no? Una escala que ordena jerárquicamente a los seres vivos, de los más simples a los más complejos, con el ser humano en el ápice. Y justamente Darwin rompe, más fuerte que nunca nadie antes y nunca nadie después, con esa idea: somos una especie más. Es para mí la ruptura epistemológica más fuerte de la historia humana. Tendremos nuestras particularidades, sí, como cualquier otra especie tiene las suyas, pero somos una especie más. Entonces si nos tomamos en serio a Darwin, y yo me lo tomo en serio, no podemos seguir empacados en sostener nuestra excepcionalidad absoluta. Tenemos que reconocer que, como todo animal con una historia evolutiva determinada, compartimos muchos rasgos y muchos comportamientos con otros animales.

--Eso podría llevarnos a buscar en la naturaleza, los animales específicamente, explicación a los comportamientos humanos ¿qué podemos tomar y qué no?

--Bueno, acá es donde digo que hay que ser cuidadosos. En la naturaleza pasa de todo. Incluso entre los animales no humanos más cercanos a nosotros en el árbol de la vida pasa de todo, y pasan cosas contradictorias entre sí. Podés encontrar comportamientos totalmente altruistas y totalmente egoístas. Podés encontrar cooperación e infanticidio. Podés encontrar cópulas forzadas y podés encontrar sexo por placer. ¿De cuál de esos nos agarramos para explicar el comportamiento humano? ¿Del que más nos guste? Al menos hay que ver todo el conjunto, y ese conjunto es bien heterogéneo. Y hay otra cosa aún más importante: una cosa es tratar de entender y ver si algún o algunos modelos animales sirven para tratar de explicar algo de lo que sucede con los humanos y otra cosa es utilizar lo que ocurre en tal o cual especie para justificar un determinado comportamiento. Yo creo que en ningún caso uno puede ir a preguntarle a la naturaleza cómo tenemos que ser; hay que evitar a toda costa caer en lo que se conoce como la “falacia naturalista”; esto es, inferir del hecho de que algo es como es en la naturaleza que debe ser de ese modo entre nosotros. No podemos ir a la naturaleza a pedirle que defina nuestros valores. Eso corre por cuenta nuestra. Ahora... eso no quiere decir que todos los valores den lo mismo, o que podamos establecer absolutamente cualquier sistema de valores independientemente de nuestra biología.

--En ese sentido, decís que hay más de mil especies con comportamientos homosexuales comprobados. O sea que los homofóbicos no tienen ni siquiera como argumento válido el recurrir a la naturaleza para justificar su odio.

--Claro, eso es lo que te decía. Ponele que quieras argumentar en contra de la homosexualidad por el lado de que “no es natural”. Bueno, fácil contestar: sí es natural. Recontra natural. Lo ves en más de mil especies. Pero hay una respuesta mucho más fuerte: ¡es ridículo que intentes argumentar a favor o en contra de un comportamiento humano por el lado de lo que es natural y lo que no es natural! ¿Sabés qué cosa también es natural? Que cuando un macho nuevo llega a un harén, mate a todos los hijos recientes de las hembras para que entren en celo más rápido. ¿Lo vamos a defender como un valor para nosotros, los humanos, porque “es natural”? Y eso el progresismo lo tiene que tener en cuenta también a la hora de construir su propia narrativa. Nunca es bueno el argumento de que determinado valor es defendible porque es natural.

--El libro muestra que mucho de lo que consideramos exclusivamente humano no lo es, ¿podés contarme algo sobre este punto?

--Cuando uno se pone a revisar todos los comportamientos que suelen considerarse exclusivamente humanos, resulta que encuentra entre los animales no humanos muchas similitudes para todos o casi todos. Cosa lógica, porque, en definitiva, somos una gran familia: derivamos todos de un ancestro común. El comportamiento sexual con fines no reproductivos, por ejemplo. Está lleno de especies que tienen sexo fuera del período fértil o que tienen formas de sexo que de ninguna manera pueden dejar descendencia. Hay masturbación. Hay sexo oral. Hay sexo anal. Hay sexo homosexual. Tampoco somos los seres humanos los únicos que cooperamos entre nosotros. Ni los únicos que cuidamos a nuestros hijos e hijas, o que ayudamos a cuidar a los hijos e hijas de nuestras familias. Ni los únicos que construimos amistades. Ni los únicos que tenemos cultura, entendida como transmisión vertical de conocimientos de generación en generación. Ni los únicos que somos monógamos y fieles, o monógamos e infieles, o polígamos. Obviamente que cada uno de estos comportamientos tiene en nosotros alguna particularidad, pero definitivamente son compartidos por muchísimas otras especies.

--¿Qué aportes han hecho las científicas feministas al estudio del comportamiento sexual animal? ¿En qué se diferencian de las teorías clásicas?

--Muchas de las críticas más importantes hacia la sociobiología, y en particular hacia sus derivaciones, vinieron de filósofas y biólogas feministas como Ruth Hubbard, Donna Haraway o Sarah Blaffer Hrdy (a quienes francamente he leído menos de lo que debería, y que estudian en nuestro país de manera muy profunda filósofos y filósofas como Danila Suárez Tomé o Federico Bernabé). Haraway tiene un libro, por ejemplo, donde muestra cómo un enfoque feminista de la primatología como el alentado por Jeanne Altmann en la década del ´70 produjo una verdadera revolución en el campo de estudio del comportamiento animal, que permitió no solo abordar nuevos tópicos en relación con el comportamiento de las hembras sino incluso volver a mirar lo que ya se había visto, pero esta vez con ojos menos androcéntricos. Las científicas y filósofas feministas señalaron con mucha razón los excesos en los que incurrió y por momentos sigue incurriendo el pensamiento biológico evolutivo mainstream cuando procura aplicarse sin mediaciones al comportamiento humano, justificando de este modo opresiones e injusticias. Pero además, mostraron, sin romper por completo con el paradigma, que la sociobiología “clásica”, aun cuando no se aplicara al comportamiento humano, estaba todavía marcada por un enfoque muy “victoriano”, que era el enfoque que sin dudas el propio Darwin tenía, que le asignaba a las hembras muy poca agencia en comparación con los machos, que eran los que competían, los que buscaban activamente los encuentros sexuales, etc. Uno de los grandes aportes en este sentido fue empezar a ponerle el ojo a las hembras y descubrir el rol clave que tienen en la selección sexual, en cuestiones como las tácticas de selección espermática, la competencia por el acceso a machos, los modos que tienen de resistir a las cópulas forzadas, las maneras en que se las ingenian para acceder a cópulas por fuera de la pareja...

--Como sucede con las mujeres, la ciencia también se ha ocupado muy poco de estudiar a las hembras, en particular sus genitales, en contraposición a la gran cantidad de estudios sobre el pene, ¿qué están dando estos nuevos estudios sobre las vaginas de las hembras?

--Eso es bastante impresionante. Y fue lo último que agregué al libro. Es muy fácil encontrar artículos sobre la evolución del pene y su gran variabilidad entre los animales, incluso al interior de una misma especie, y mucho más difícil encontrar lo mismo sobre las vaginas o sobre el clítoris. Evidentemente el sesgo androcéntrico existió y sigue existiendo. Hay una científica que se llama Patricia Brennan, que se dedica a estudiar órganos y comportamientos sexuales en hembras de diversas especies, que siempre que la entrevistan dice que hay muchísimos estudios sobre el pene, pero “un vacío increíble en nuestro conocimiento de las vaginas”. Brennan es la que descubrió una de las vaginas más sorprendentes que se conocen entre los animales, que es la de la hembra del pato argentino: una vagina contraespiralada que, se supone, le permite preservar algún atisbo de autonomía reproductiva (esto es, elegir por quien ser inseminada) en una especie en que las cópulas suelen ser forzadas.

--¿Hay especies que necesitan el orgasmo para ovular?

--Básicamente, hay dos tipos de especies en cuanto a cómo se produce la ovulación de las hembras: aquellas que lo hacen de manera espontánea (como nosotros, los humanos) y aquellas que necesitan algo que la induzca, que puede ser un estímulo como la presencia de feromonas de un macho o la propia cópula.

--El sexo con placer también funciona en algunas especies. Vos te preguntas por qué pudo haber sido seleccionada evolutivamente esta conducta, ¿cuál es la respuesta?

--El sexo por placer, o mejor, sin fines reproductivos (porque en definitiva no podemos saber por qué tienen sexo los animales cuando lo hace sin fines reproductivos, porque no podemos preguntarles) es un comportamiento muy pero muy difundido en la naturaleza. Y la verdad es que no sabemos por qué, y probablemente no lo sepamos nunca con la certeza que se espera de la ciencia (y que muchas veces la ciencia no puede dar). Hay hipótesis diferentes para cada especie e incluso hipótesis diferentes para la misma especie, cosa muy común en el pensamiento evolutivo. Yo creo que es razonable pensar que el sexo con fines no reproductivos sea lo que se conoce como un spandrel, o sea, algo que no necesariamente tiene ventaja adaptativa sino que es un subproducto de alguna otra cosa que sí tiene ventaja adaptativa. Pensalo así: perseguir el sexo, para un animal, es obviamente conveniente, porque es lo que le permite dejar descendencia. Si el sexo proporciona placer, el animal lo va a buscar con más énfasis. Después, puede seguir buscando el sexo no necesariamente porque le sirva para dejar descendencia sino solo porque le proporciona placer.

--Algo que quieras decir sobre Matías Pandolfi.

--La verdad es que yo a Mati lo conocí muy poco, y me gustaría haberlo conocido más. Lo convoqué a escribir el libro en 2019, porque lo leía en redes sociales: él era un biólogo superquerido en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA y muy apasionado por la divulgación de la ciencia. Cuando se me ocurrió este libro, dije: “Tiene que ser con él”. Por cuestiones de la vida nos fuimos atrasando en la entrega, y en marzo de 2021, cuando volví de vacaciones, me enteré de que había fallecido. Un golpe terrible, que me hizo pensar en abandonar el libro. Pero me junté con un grupo de viejos amigos de Mati de la Facultad que me dieron el apoyo para continuar y me ayudaron leyendo y comentando los capítulos. Entre eso y el empuje de la familia, pude terminarlo.