Parece haberse impuesto un criterio argentino en la aplicación del VAR: no intervenir en jugadas polémicas que se den en el final de los partidos. Sucedió hace quince días en el clásico entre Racing-Boca con Fernando Rapallini como árbitro principal y Andrés Merlos como VAR. Y volvió a suceder el domingo pasado en Sarmiento-Gimnasia (Pablo Echavarría y Lucas Novelli) y Boca-Atlético Tucumán (Fernando Espinoza y Jorge Baliño). En los tres casos, hubo penales claros que en la cancha no se cobraron y desde las cabinas de Ezeiza decidieron no revisar para no crearse complicaciones en el tiempo de descuento.

La herramienta tecnológica fue creada para ratificar fallos y reparar errores en cualquier momento de los encuentros. No tendría que manipularse su uso en función de los relojes. Un penal no cobrado o mal cobrado, un gol mal anulado o marcado en posición adelantada influyen y no deberían pasarse por alto en ninguna instancia. Pero la tendencia al muñequeo parece irresistible para buena parte de los árbitros argentinos. Siempre lo fue y lo sigue siendo. Lamentablemente.

Preocupa el avance de este criterio. El campeonato empieza a recorrer su tercio final y en los próximos sesenta días habrán de determinarse el título de campeón, las clasificaciones a las copas continentales y los dos descensos a la Primera Nacional. La definición debería quedar limpia de cualquier suspicacia y no contribuye a este fin que se omita la revisión de jugadas polémicas dentro de las áreas en el final de los partidos. Que esto haya sucedido en contra de los equipos que ocupan los dos primeros puestos de la tabla (Atlético Tucumán y Gimnasia y Esgrima La Plata) que además no son de los más poderosos o de mayor peso político, refuerza las sospechas de que la noción de justicia está debilitada y de que muchos árbitros cobran o dejan de cobrar en función las circunstancias o del color de las camisetas que tienen enfrente. 

Colaboraría también a un aire más puro, que se publiquen los audios de los diálogos entre los árbitros de campo y los de cabina con la misma celeridad con que lo hace Conmebol (de 8 a 10 horas después de cada partido). Pero Federico Beligoy, el Director Nacional de Arbitraje, todavía prefiere mantenerlos en reserva. Como si se tratase de un secreto de confesión y no de una manera de transparentar las decisiones. Beligoy cree que difundir esas conversaciones calientes equivaldría a exponer a los jueces. Pero sería conveniente desclasificarlas cuanto antes.

Sobre todo para corroborar o modificar una íntima convicción de muchos jugadores, técnicos, dirigentes e hinchas: que los árbitros de VAR son quienes generalmente tienen la última palabra y que los árbitros de campo, por pereza o falta de autoridad, quedan subordinados a ella. Más allá de que en los casos del último domingo haya existido una llamativa coincidencia entre los que corren adentro y los que miran desde afuera. Poco antes o poco después del fatídico minuto 90.