La Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética se formalizó en 1947 cuando el presidente Harry Truman decidió frenar a su antiguo socio en la guerra contra el nazismo. Se dividieron áreas de influencia y Washington trató de evitar la intrusión soviética en Occidente, mientras se resignaba al control de Moscú sobre Europa del Este.

Un año más tarde, la URSS se quedó de manera monopólica, no con un territorio, sino con una justa deportiva: el campeonato mundial de ajedrez. El título volvía a disputarse después de la guerra. Mikhail Botvinnik se consagró y sus sucesores fueron siempre soviéticos. Vale decir: el match por el campeonato del mundo era siempre entre ajedrecistas de la URSS.

El candidato que surgió de la Argentina

El torneo de candidatos servía como filtro para elegir a un desafiante, pero la hegemonía soviética era total. La URSS también monopolizó las Olimpíadas de ajedrez, un torneo por equipos que se disputa cada dos años. Quedó primera entre 1952 y 1974. En esos años, la Argentina salió segunda en tres ocasiones (1950, 1952 y 1954) y tercera en otras dos (1958 y 1962). Además, sumó en 1953 y 1959 a dos campeones mundiales juveniles: Oscar Panno y Carlos Bielicki, respectivamente.

El saludo del campeón y su retador.

La Argentina tenía una fuerte tradición ajedrecística. En 1927 se organizó el match en Buenos Aires en el que Alexsandr Alekhine arrebató el cetro de campeón al cubano José Raúl Capablanca. Roberto Grau educaba a generaciones de jugadores aficionados con su mítico Tratado General de Ajedrez, en cuatro tomos. Y Miguel Najdorf, varado en 1939 por la invasión de Polonia mientras disputaba la Olimpíada de Buenos Aires, se convertía en una figura clave en la formación de jugadores y en la difusión del juego.

Con esos antecedentes, Buenos Aires fue elegida sede de la final del torneo de candidatos, en 1971. Tigran Petrosian, el campeón despojado en 1969 por Boris Spassky, aspiraba a una revancha. Campeón en 1963, tres años después batió a Spassky, para luego caer ante el jugador más fuerte de la nueva camada. Si superaba a su rival en el Teatro San Martín, el match por el título mundial tendría los mismos protagonistas por tercera vez.

El escollo de Petrosian tenía 28 años. Nacido en Chicago en 1943, Robert James Fischer era un prodigio. Campeón de su país con apenas 15 años, se había convertido en el jugador más importante de Estados Unidos desde el mítico Paul Morphy, considerado el mejor ajedrecista de mediados del siglo XIX y campeón del mundo, si bien el título oficial comenzó a disputarse dos años después de su muerte.

Fischer tenía un aura de niño terrible del ajedrez. Y era claramente el único jugador no soviético en condiciones de ser campeón del mundo. Aplastó a Petrosian en nueve partidas y se convirtió en candidato a desafiar a Spassky. La Guerra Fría iba a tener un nuevo capítulo, acotado a un tablero de 64 casillas y 16 piezas por jugador.

Embelesado por Buenos Aires, Fischer trató de que la Federación Internacional de Ajedrez (FIDE) se decantara por la capital argentina. En las semanas del match con Petrosian había recorrido la ciudad. Comenzó a tratarse con Antonio Carrizo. El conductor radial comentaría, años más tarde, ante un entrevistado, que Fischer (ya por entonces recluido del mundo exterior) le escribía cada tanto y que le preguntaba por la música de un cantante, que le gustaba mucho, y que había descubierto en 1971. El entrevistado, que era ese cantante, comentó lo llamativo que le resultaba que alguien abocado a una actividad tan cerebral tuviera tiempo para escuchar su música. Lo cierto es que, de acuerdo a Carrizo, Bobby Fischer estaba maravillado con Roberto Sánchez, Sandro.

La disputa por la sede

Los soviéticos no tenían demasiado interés en viajar a Sudamérica. La opción que barajaron era Belgrado. Se sumaron varias ciudades europeas a la puja, y hasta la Chicago natal de Fischer, descalificada por llegar tarde. La clave pasaba por cuánto ofreciera la ciudad aspirante a organizar el match. Belgrado ofreció 150 mil dólares. Buenos Aires, impulsada por el impacto del match de candidatos, ofertó 100 mil, por debajo de otra aspirante yugoslava, Sarajevo, que llegó a los 120 mil dólares.

Entonces entró en escena Gudmundur Thorarinsson, el presidente de la Federación de Ajedrez de Islandia. Su hermano Johann, uno de los mejores jugadores de la isla, lo instó a pujar. Así fue como como se postiló Reikiavik, ofertando 125 mil dólares. Lo que equivalía a 50 centavos de dólar por cada uno de los 250 mil habitantes de la isla.

Spassky y Fischer, años antes de su histórico duelo. 

Estaban estipuladas 24 partidas y, en caso de empate, el soviético retendría el título. Spassky dejó en claro que se oponía a un match en dos sedes, pero las negociaciones se focalizaron en un match repartido entre Belgrado y Reikiavik. Después de semanas de discusiones, la capital yugoslava se bajó por la negativa estadounidense a depositar 35 mil dólares a modo de garantía. El 11 de julio de 1972 comenzó en Islandia el match del siglo.

Fischer vs. las cámaras de TV

El comienzo fue desastroso para el desafiante. La primera partida se suspendió después de cinco horas, con Fischer en pésima posición. Al día siguiente, cuando se sentaron a completar la partida, Fischer se ofuscó con las cámaras. No estaba de acuerdo con la filmación de las partidas, un acuerdo de la FIDE con el productor Charles Fox. Se consumó la derrota y, al otro día, Fischer no se presentó a jugar. Le dieron por perdida la segunda partida. Spassky estaba 2 a 0 arriba y era una ventaja considerable.

Las luces de alarma se encendieron. Si Fischer no se presentaba a la tercera partida, se la darían por perdida. Y si la situación se repetía en la cuarta partida, sería el fin del match. Fischer reclamó jugar a puertas cerradas. Spassky cedió, y ese acto de gentileza resultó decisivo para el desarrollo del match. Jugaron en un pequeño cuarto destinado a una mesa de ping pong. Fischer no tuvo piedad. Viktor Korchnoi, rey sin corona del ajedrez, diría: “Spassky es un caballero, los caballeros suelen conquistar a las damas, pero pierden en el ajedrez”.

Fischer aceptó volver a la sala principal, pese a su disgusto con las cámaras. Entablaron la cuarta partida. En la quinta, Spassky abandonó. El match estaba empatado. Fischer se puso al frente en la siguiente partida, la más analizada de las 21 del match y, para muchos, su obra maestra. Spassky abandonó después de 41 jugadas. La sexta partida fue el quiebre psicológico.

Mientras, el mundo seguía las alternativas de lo que ocurría en la isla. El encuentro había roto las fronteras del ajedrez y millones de personas se interesaron en un duelo que, de algún modo, cifraba el enfrentamiento entre las dos potencias. En su libro Bobby Fischer se fue a la guerra, acaso la crónica definitiva sobre aquellos días, David Edmonds y John Eidinow, relatan que "en el principal diario agentino, Clarín, el match fue noticia de primera página durante casi dos meses hasta que fue desbancado por una masacre de presos políticos en una cárcel de la Patagonia". En esta parte del mundo, Trelew se superpuso a las partidas en Reikaivik

Rumbo al título

Entablaron en la séptima partida. Fischer ganó la octava. Después, tablas en la novena y otra victoria del retador en la décima. El match estaba 6 a 4 a su favor. Spassky ganó la undécima partida, que sería su última victoria. Después de tablas en la 12ª partida y otra victoria del estadounidense en la 13ª, con el match 8 a 5 a su favor, se sucedieron siete partidas entabladas.

El 31 de agosto de 1972 comenzó la 21ª partida. Fischer estaba adelante por 11,5 a 8,5. Se suspendió después de 41 movidas, con Fischer en posición muy favorable. Al día siguiente, Spassky no fue a completar la partida. Se había roto un cuarto de siglo de hegemonía soviética: Fischer era campeón del mundo. El gobierno de Richard Nixon se apuntaba un triunfo que era más que deportivo. De hecho, al irascible Bobby lo había llamado Henry Kissinger para pedirle que jugara y cediera en su pugna con las cámaras.

1992: los mismos rivales, veinte años después. 

El día que Fischer se coronó fue la última vez que jugó de manera profesional al ajedrez. Desapareció de la escena y en 1975 entró en conflicto con la FIDE respecto de la organización del match contra su desafiante, Anatoly Karpov. No hubo acuerdo y lo despojaron del título.

Veinte años después

Convertido en un mito viviente, reapareció recién en 1992 para un nuevo match con Spassky, a dos décadas del encuentro en Islandia. Se enfrentaron en Sveti-Stefan, en Montenegro. El primero que ganara 10 partidas sería el vencedor. Las tablas no contaban. Fischer se impuso 10 a 5 después de 30 partidas.

El millonario Jezdimir Vasiljević financió el encuentro con 5 millones de dólares en premios, de los cuales 3,5 eran para el ganador. Hombre de las finanzas, hizo su fortuna con un esquema Ponzi y terminó preso.

Cuando Fischer reapareció, el 1º de septiembre de 1992, rechazó la acusación del gobierno de Estados Unidos de que violaba las sanciones contra la ex Yugoslavia, que se desangraba en una guerra civil. Mostró un documento que le había enviado el Departamento de Estado y escupió sobre él ante los periodistas.

Más tarde, saludó los atentados del 11 de septiembre de 2001 y se mostró antisemita y negador del Holocausto. Una actitud llamativa, dado que era judío por parte de madre. En 2004 pasó detenido ocho meses cuando quiso entrar a Japón con su pasaporte estadounidense, que le había sido revocado. Estados Unidos inició el trámite de extradición, pero en el medio Islandia le concedió la nacionalidad, un gesto humanitario por la fama mundial que había recibido en 1972.

Bobby Fischer (1943-2008), uno de los grandes ajedrecistas de la historia. 

El 17 de enero de 2008 murió en Reikiavik, la ciudad de su consagración, víctima de problemas renales. Lo enterraron en el cementerio de la localidad de Selfoss. Tenía 64 años, tantos como las casillas del tablero de ajedrez