Entre el “coure y el bocho” debió ubicarse Emilia Salúm para trabajar Egida, su disco debut. Entre corazón y cabeza, entre lo acústico y lo electrónico, transcurren entonces las once piezas que pueblan el trabajo, casi todas suyas, pero con algunas perlas de quienes la han rodeado: dos hijos de tigre, básicamente. Uno, Juan Belvis –fruto del romance MIA entre el “Nono” Belvis y Liliana Vitale- que, además de además de producir el disco, compuso tres temas: “Joda Nova”, el corte, más “Égida” y “Égida Reprise”. La autoría de este último la comparte con el segundo: Luciano Vitale, hijo de Lito y primo de Belvis. “Trabajar con ellos fue algo soñado”, se enciende la guitarrista y cantautora, consustanciada con el clan. “Construimos una tríada creativa interesante porque encontramos complementos que funcionaron en la producción, en la parte operativa y en lo emocional. Juan y Lulo son dos personas enormemente creativas, conservan una sensibilidad admirable y trabajar codo a codo con ellos fue muy estimulante”.

Salúm está en medio de una extensa gira por Europa que ya pasó por Barcelona, Valencia, Tubingüen, Zurich, Múnich y Berlín. “Vengo sin freno y con muchas ganas de seguir”, dice desde Zillertal, Austria. “Estoy viviendo cosas extraordinarias, conociendo personas preciosas y maravillada de volver a viajar… ¡aún no pude parar a procesar tanto input!”. Las presentaciones de la artista en Europa son en la modalidad de solo set, pero a veces aparecen laderos. En Barcelona, por caso, mostró Egida junto a Ferrán Rico en bajo y Estefanía Chamorro en batería -un “power trío”, según ella-, y en la alemana Tubinguen la interacción fue con el equipo del Festival de Música y Pensamiento Latinoamericano, que se realiza allí.

Lo que tiene y muestra Salúm para que el mundo le caiga en gracia es un fino trabajo cruzado por guitarras clásicas, beats electrónicos, arreglos “galácticos” de cellos y violines, coros góspel y sintetizadores futuristas… todo puesto al servicio de un tópico común: el movimiento. “Historias de viajes en tren, epifanías en aeropuertos, noches de joda y revelaciones religiosas me llevaron a componer algunas de las canciones de Egida”, sigue aproximando la también pedagoga y pintora nacida hace 35 años en Baradero, e influida por Atahualpa Yupanqui, Caetano Veloso, Gilberto Gil, Björk y Nai Palm.

El nombre del disco resulta tan sugestivo como sus canciones: le bajó leyendo. La atrapó que tal significara “protección” y, junto con una imagen de perla flotante, le ayudó a cerrar el concepto: “Las perlas son quistes de nácar que forman los moluscos para aislar un cuerpo extraño que ha entrado en su cuerpo y así protegerse. Esta es una acción de defensa que termina formando pura belleza”, relata. “Por otro lado, la égida es uno de los elementos principales de la armadura de algunos dioses griegos como Zeus y Atenea, que también simboliza escudo, protección, defensa”.

-Pero, ¿en qué aspecto identifica a tu disco?

-En que hoy, bajo otra perspectiva temporal, entiendo que en pandemia estaba atravesando un momento de mucha fragilidad. El afuera estaba en pausa y solo quedaba la posibilidad de ir hacia adentro, protegerse, cuidarse y esperar. Es evidente que 2020 y 2021 fueron años muy particulares para todxs.

-A veces los primeros discos dicen casi todo de sus creadores o creadoras. ¿Coincidís? ¿Qué dice de vos Egida?

-No estoy de acuerdo con la idea de que los primeros discos digan casi todo de sus creadorxs. Detrás de la obra está la artista y detrás de la artista, la persona y muchos matices que no habitan en la obra. De hecho, no siempre me interesa encontrar esa transparencia. A veces, la música para mí es una posibilidad para correrme de mí misma. Ser la Emilia que en el “mundo real” no soy, quiero decir. De hecho, algunas canciones son personales, pero otras son pura ficción, fantasía o delirio.

-¿Por qué conectás el trabajo con la idea de movimiento?

-En física se entiende por movimiento al cambio de posición que experimenta un cuerpo en el espacio en un determinado periodo de tiempo: algo así como estar de gira (risas). Lo que está quieto, naturalmente muere al instante. Claro que hay momentos de mayor o menor actividad, pero cuando estoy en movimiento, pasa algo nuevo. Creo que por eso me gusta tanto viajar. Me es inevitable pensar esto desde la física, porque el trabajo siempre requiere de energía y para eso es necesario el movimiento. Y parte de mi trabajo radica precisamente en cuidar esa energía.

-Conviven en tus temas electrónica y acústica. ¿Cómo ligás con cada una de estas dimensiones?

-El mundo electrónico es más nuevito para mí, ya que usualmente hago música de forma acústica. Me parece un lenguaje interesantísimo para explorar, el concepto de perillear e ir orejeando, de jugar con diferentes parámetros sonoros, es como cocinar y probar diferentes sazones, texturas y sensaciones. Ir probando, ¿no? El mundo acústico, en cambio, es más emocional, porque me trae al cuerpo el instrumento, la voz, la presencia, la respiración, los espacios y la práctica. Tiene otros ritmos. Pero, en definitiva, lo que me gusta de combinar ambas dimensiones es el contraste. Un ejemplo de esto es un disco de Alva Noto y Ryuichi Sakamoto llamado Vrioon. Me obsesioné con él y lo usé como referencia para algunas propuestas de Égida. En fin, sueño con poder generar lo que genera esa música en mí.