"Es lo que ocurre cuando fuiste Jason Bourne treinta años atrás”. La definición de Jonathan E. Steinberg, cocreador y uno de los guionistas de la nueva producción de FX The Old Man, es sin duda afilada y vendedora, pero no es del todo cierta. Al menos en un sentido, el más cercano a las formas narrativas. En otro sentido, más ligado al pasado del protagonista y a la necesidad de defenderse de sus enemigos –los viejos y los nuevos– en un presente convulsionado, el responsable de llevar adelante proyectos seriados como la saga de piratas Black Sails tiene toda la razón. Es que Dan Chase (guiño: el apellido mismo señala la persecución inherente a la trama) supo ser un experto de la CIA infiltrado en los campos de batalla de la Guerra de Afganistán de los años 80, la misma que describía de forma bastante pueril la tercera entrega de Rambo. La historia de Chase es un poco más compleja que la que se desarrollaba en el film de Stallone, como comienza a quedar claro con el correr de los primeros episodios de The Old Man, serie que la plataforma Star+ estrenará localmente hacia finales de septiembre, con un par de meses de retraso respecto de su lanzamiento en los Estados Unidos. ¿Quién es Dan Chase? En principio, en la vida real, el encargado de interpretarlo es Jeff Bridges, un personaje –su primer rol protagónico en una serie de televisión– que parece haber sido escrito a medida. Aunque, sinceramente, ¿qué papel no está hecho a la medida de Bridges una vez que Bridges termina de adoptarlo? El Chase de Bridges es el ultimísimo héroe de acción, redivivo y coleando junto a su pareja de perros guardianes. Es también una nueva encarnación del espía que duerme y debe despertar si es que desea sobrevivir, un hombre cansado al cual no le queda más opción que activar todos esos sentidos que permanecían en estado latente desde hacía años, décadas. Un tipo que es dueño de muchas y variadas oscuridades pero que, a pesar de ello, no se desea ver vencido y resulta irresistible para el espectador.

Acompañando al gran actor de films como El gran Lebowski, Los fabulosos Baker Boys y Loco corazón, John Lithtgow (el inolvidable doctor Carter en Demente, de Brian De Palma) adopta la piel de Harold Harper, excolega y mentor de Chase en aquel remoto pasado afgano que ahora debe volver a colgarse la credencial de la agencia para jugar el juego del gato y el ratón, junto a agentes mucho más jóvenes pero desconocedores del poder de fuego de esa leyenda viviente llamada Chase. Una de las virtudes evidentes de The Old Man es su clasicismo. En el comienzo, segundos después de la breve secuencia de títulos, un reloj despertador presente en pantalla muestra las paradas nocturnas durante las cuales Dan Chase se levanta de la cama para ir al baño a orinar. Cosas de la edad y de la próstata. Ya de día, el hombre, que debe andar por los setenta años, sale a pasear con sus dos rottweiler bautizados con gracias humanas; mascotas amables y cariñosas con el dueño, armas mortales cuando se lo requiere, como se observa muy rápidamente. Es que una de esas noches de apariencia común y silvestre Chase se levanta en plena madrugada, como suele hacerlo, y nota que sus fieles canes no están en el lugar habitual, junto a él. En el piso de abajo, alguien intenta no hacer ruido y porta una pistola con silenciador. En el piso de abajo, también, Dave y Carol están agazapados en la oscuridad, esperando el momento ideal para saltar sobre el intruso. En otro lugar, en otra ciudad, otro hombre es despertado sin previo aviso: se trata del ex agente de la CIA Harper, que al escuchar el nombre de Chase se pone tieso, con una mezcla de sorpresa, desagrado y resignación. Como en El fugitivo, la famosa película de los años noventa dirigida por Andrew Davis y protagonizada por Harrison Ford y Tommy Lee Jones, y siguiendo en líneas generales la trama de la novela de Thomas Perry en la cual está basada, The Old Man seguirá de allí en más los pasos de ambas reinas del tablero, sin desmedro de los alfiles, torres y peones que irán moviéndose a su lado. Algunos de ellos, desde luego, terminarán cayendo sobre los casilleros en forma horizontal.

Volviendo a la cita del comienzo de esta nota, ¿qué es lo que pasa cuando fuiste Jason Bourne hace treinta años? Entrevistado por el medio especializado The Wrap, el creador de la serie, Jon Steinberg, sigue haciéndose preguntas. “¿Cómo se deja de ser un héroe de acción? ¿Qué historias debe contarse a sí mismo alguien así cuando deja de serlo? ¿Se puede tener una familia después de ello? Todas esas incógnitas te hacen imaginar de inmediato que, sean lo que sean estas personas en sus trabajos –espías rebeldes, cazadores de espías del FBI– también deben tener vidas emocionales internas que sean lo suficientemente interesantes. Una vez que uno se compromete con esa idea y estructura la relación entre los personajes, se convierte en una historia en la que es muy difícil debatir a partir del tradicional concepto de buenos y malos”. La dirección de los dos primeros episodios de The Old Man estuvo a cargo del realizador Jon Watts, el responsable de las tres últimas entregas de la saga dedicada a Spiderman –De regreso a casa, Lejos de casa y Sin camino a casa–, y el resultado es un estilo seco, clásico y relativamente realista, cercano al cine de acción de décadas pretéritas. A pesar de su avanzada edad, Chase sabe defenderse de los ataques de hombres más jóvenes y entrenados, pero los golpes duelen y dejan secuelas en el cuerpo. En la primera de un total de siete entregas, Chase debe abrirse camino con ingenio y fuerza física, abandonando finalmente una extensa vida “de civil” que, puede intuirse, fue erigida con esfuerzo y paciencia. Allí es cuando la serie demuestra que, además de las escenas de acción –que se irán haciendo más esporádicas a medida que la historia avanza, se ramifica y complejiza–, las múltiples fachadas de Chase en el presente, construidas a partir de identidades y documentos falsos, terminan imponiéndose como un reflejo indirecto de ese pasado como doble y hasta triple agente en suelo afgano.

El primero de varios flashbacks, con el actor Bill Heck haciendo las veces de un joven Chase, muestran al hombre de la CIA apoyando con tesón excesivo (al menos ante la mirada desaprobatoria de Harper) a un rebelde llamado Faraz Hamzad, líder de un grupo de guerrilleros enfrentados al poderío del ejército soviético. Las “vidas emocionales internas” mencionadas por Steinberg comienzan a adquirir una importancia mayúscula. ¿Quién era la esposa de Chase, fallecida tiempo antes del intento de asesinato del enigmático exagente? ¿Quién es la hija del protagonista, con quien Chase habla regularmente por teléfono con atención ante posibles e indeseadas escuchas? ¿Está la psiquis de Chase en perfecto estado o los años han comenzado a mezclar tiempos y personas? A esas líneas narrativas, que The Old Man entrelaza inteligentemente, el relato le suma la aparición de un nuevo personaje, Zoe, una mujer separada, la nueva vecina de una de las tantas versiones de Chase, interpretada por la gran Amy Brenneman, cuya carrera va de Fuego contra fuego, la obra maestra de Michael Mann, a series recientes como Goliath y Shining Girls. Zoe será la catalizadora de emociones que parecían olvidadas, a la vez que víctima y varias cosas más. “En el fondo, es una historia sobre dos tipos que están confrontando su propia mortalidad, especialmente en el caso de Dan Chase”. Indirectamente, Jon Steinberg disecciona el concepto de héroe, tan caro al cine de Hollywood, cuando afirma que “es una persona que ha esquivado a la muerte y se siente inmune a ella, y ahora cae en la cuenta de que ya no puede esquivarla más. Que el cuerpo comienza a fallarle, que vive solo y los hijos ya no están”. Sin embargo, en la misma entrevista, destaca un aspecto del personaje central de la serie que no suele formar parte de la construcción de esa clase de arquetipos. Mucho menos a esa edad. “Es lo que suele denominarse la crisis de los tres cuartos de vida. Uno está condicionado a pensar que cuando se llega a cierta edad ya se acabó todo. Pero creo que mucha gente cae en la cuenta de que todavía hay tiempo por delante. Y a medida que la conversación acerca del legado que se va a dejar se vuelve real, se torna muy importante el concepto de que hay una puerta secreta que puede llevar potencialmente a terrenos totalmente inexplorados”.

Esa otra definición de Steinberg podría extrapolarse al propio Jeff Bridges, quien a lo largo de una carrera que comenzó durante la infancia –típico en las familias de entertainers, en este caso comandada por el patriarca Lloyd Bridges– llega hasta nuestros días con la potencia de su presencia constante en pantalla. Nunca fue una estrella, al menos en el sentido que suele adjudicársele actualmente, pero tampoco dejó de estar ahí, interpretando papeles de lo más diversos, no tanto reinventándose como permaneciendo a fuerza de talento. Su rostro es inconfundible, incluso para aquellos espectadores que no logran relacionarlo de inmediato con un nombre, como así también su particular manera de hablar. Bridges es una auténtica institución de la actuación cinematográfica, con peso específico propio y poder idiosincrático, y forma parte indisoluble del cine estadounidense de las últimas seis décadas, lugar cimentado desde su participación en la genial La última película (1971), de Peter Bogdanovich, y, para una nueva generación en tiempos más recientes, gracias a ese eterno fumón, The Dude, en el film de los hermanos Coen El gran Lebowski. Como Chase, Bridges –que en diciembre cumplirá 73 años– también es un sobreviviente, triunfante no sólo ante el covid19 sino también un inesperado linfoma, dolencias que detuvieron el rodaje de The Old Man durante casi un año. ¿Y Chase, podrá reinventarse? Los nuevos episodios ya están en proceso de escritura, tomando elementos del libro de Thomas Perry e inventando otros para ofrecer (signo de los tiempos) una segunda temporada. Allí, se promete, un personaje apenas vislumbrado en los primeros siete capítulos, otro “hombre viejo” interpretado por Joel Grey, terminará adquiriendo una relevancia inesperada. Es que The Old Man es también un relato sobre paternidades, las sanguíneas y las putativas. Y, se sabe, las historias entre padres e hijos (e hijas, desde luego) incluyen rebeldías, enfrentamientos y decisiones que, muchas veces y más allá de la edad de los involucrados, no pueden sino ser interpretadas como traiciones al mandato patriarcal. Mientras tanto, se vive y se sobrevive.