Desde Londres 

¿Qué pasaría si dentro de 50 años mientras el palacio de Buckingham es remodelado para convertirse en un shopping center, un obrero encuentra el diario íntimo de una mujer llamada Elizabeth, sobre la cual aprendió en la escuela que reinó 70 años? ¿Sabríamos algo más sobre ella además de lo que encontramos en la profusísima cobertura mediática de su vida?

De Carlos III sabemos todas sus opiniones. De la fallecida Reina, ninguna. Isabel mantuvo una relación de mutuo apoyo con el parlamento, ella neutral en política, y el parlamento respetando la institución monárquica. Isabel reina, el parlamento gobierna. En privado su lema era: la monarca nunca se queja, la monarca nunca da explicaciones.

Con suerte en el hipotético diario de la Reina podríamos encontrar uno de los secretos mejor guardados de sus 70 años en el trono: su posición política. Isabel II era una estudiosa de la historia y seguía con atención los temas del país y del mundo. No puede haber ignorado la crueldad imperialista británica, el colonialismo, ni el penoso papel de la explotación esclavista con cuyas ganancias muchas universidades fueron fundadas sobre piedras y sangre.

Enfrentó vendavales políticos y familiares con estoicismo y discreción. Y su longevidad nos permite hablar de una era isabelina que abarcó desde la posguerra hasta nuestros días, y que toca a cada persona de una manera diferente. Su discreción la ha opacado como para que cada persona pueda reflejar en ella algo que necesita encontrar.

Visto en arquetipos, no podía ser Reina de Corazones como lo fue Lady Diana quien con su despliegue emocional y su trágica muerte obligó a Isabel a acercarse más al pueblo, a suavizar su estricta postura de mujer de los años 50 consagrada a su función monarquica. Aun con la modernización de su imagen que la llevó a actuar su propio papel con el actor Daniel Craig de James Bond durante la presentación de los juegos olímpicos de 2012, su rol estaba mejor simbolizado por la Reina de Bastos: orientada al deber, a la honestidad, al trabajo intenso, y a engrosar el tronco firme de la monarquía.

No sabemos si disfrutaba la pompa y ceremonia, los millonarios gastos de sus jubileos y viajes por todo el mundo. No fue ni frívola, ni ambiciosa. Se la veía feliz en Escocia, manejando su Range Rover, yendo de cacería, rodeada de sus perros. Sin duda la vida de una anónima aristócrata rural.

Lo que sí sabemos es que renunció a ser su propia persona para convertirse en una pura investidura consagrada a la supervivencia y continuidad de la monarquía.