“Solo Van Gogh supo arrancarle a la cabeza humana un retrato que era un cohete explosivo del latido de un corazón”, dice Antonin Artaud en El rostro humano. El rostro es el cohete que explota desde adentro, abre agujeros en la cabeza, expresa nuestra subjetividad desde el latido de nuestro corazón. Nos auto representamos desde el rostro. Por el rostro nos identifican. Es el resumen de una subjetividad. Singulariza. Cada cara es única, aunque se asemeje a otra. Es lo que se ve, lo que comanda al cuerpo entero. Gatillar un arma de fuego apuntado a la cara es intención de aniquilación completa. Va más allá de matar, mata al infinito, despersonaliza.

Ese rostro sereno sonriendo a la gente y la pistola a centímetros de su mejilla sumado a los dos sonidos secos del frustrado gatillo demuestran la intención. No solo matar, también destrozar, dislocar, hacer estallar la cara, borrarla. No solo magnicidio, también femicidio. Unos de los determinantes que califica como tal es lastimar el rostro (acá hubiese sido destruirlo). Entre los combustibles que avivaron estas llamaradas de abominación criminal se debe sumar los agravios sexistas: yegua, loca, guanaca, bruja, puta, y los simulacros de cadáveres, caricaturizando a Cristina, envuelto en bolsas de consorcio. Mujer-basura gesto repetido para descartarla. Pancartas instigadoras: “Cárcel o muerte”.

La exterminación de la vicepresidenta es un anhelo vociferado sin tapujos por odiadores de diferentes cuños. Este intento de femimagnicidio es la constatación empírica de que lo simbólico adquiere materialidad. Las palabras y las representaciones gráficas terminan pasando a los hechos.

El atentado se hace más significativo por el objetivo inmediato buscado: hacer estallar el rostro en mil pedazos, y que la fuerza de la mujer odiada por ser amada pase a ser una potencia ilocalizada, jirones de carne. Un agujero por el que se escapa el cuerpo, dice Gilles Deleuze refiriéndose al tríptico de Francis Bacon “Sweeney Agonistes”. Rostros desapareciendo. El pintor se inspiró en T. S. Eliot que en su poema “La tierra baldía” anuncia la devastación de Occidente, Bacon representa el rostro que la padece.

La cara es el encuentro entre el sentido y la subjetivación. El espacio de resonancia individual y social, la coreografía de la palabra, (¡mírame cuando te hablo!). Se va haciendo faz al vivir, puesto que, aunque se nace con determinaos rasgos, se rectifican, modulan, modifican.

El rostro también es político. Regentea al resto de cuerpo e interactúa con la comunidad. “La máquina rechaza constantemente los rostros inadecuados”, decían Deleuze y Guattari en los setenta refiriéndose a la máquina abstracta que constituye un rostro. La rostridad es el proceso que nos identifica. Hoy se hace extensivo a las máquinas digitales. A partir de nuestros rasgos faciales los algoritmos pensados desde un sistema patriarcal y discriminatorio pueden convertirnos en lacras sociales concretas, no solamente virtuales.

¿Lo tragicómico?, nuestros retratos y gustos los suministramos cada vez que nos conectamos, con cada selfie, con cada mensaje. El espionaje y manipulación corre por cuenta de les capitalistas digitales. Ex programadores del imperio denuncian que la población mundial es vigilada, controlada y manipulada en aras de intereses políticos y de mercado. Todo a partir de rasgos fasciales. La exhumación virtual de Cesare Lombroso.

Joy Buolamwini, una científica del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT) desarrollaba una investigación en la que debía interactuar con rostros. Y si bien el programa reconocía otras caras, no lograba que reconociera la suya. Después de varios intentos se le ocurrió ponerse una máscara blanca, ¡y el sistema la reconoció! Ella es negra.

Prejuicio cifrado es un documental que da cuenta de la segregación digital por portación de rostro (disponible en Netflix). Hay misoginia, sexismo, sexofobia y demás exclusiones sociales manipulando rostros. Las empresas ya no analizan humanamente a quienes emplean, lo hacen los algoritmos, ¿un ejemplo?, en las búsquedas de personal, ofrecen en su mayoría hombres blancos. Matemáticas y prejuicios. Estos entes formales se auto alimentan y logran -sin conciencia de ello pues son inteligencia artificial- que algunas personas no consigan empleo o que, como la propia Joy, no logren avanzar en su proyecto porque el programa desconoce sus rasgos.

La negación del rostro de alguien (por ser el signo irrepetible de cada persona) ya es violencia. En el siglo XX, el padre del escritor Jorge Barón Biza, en una reunión pre-divorcio no deseado por él y delante de testigos, arrojó un vaso con ácido a la cara de su mujer. Amasijo dantesco, petrificada de por vida. Otros femicidas lo imitaron. En el atentado contra Cristina Kirchner así mismo se intentó llevar la aniquilación hasta sus últimas consecuencias: la muerte destrozando el rostro de una mujer que representa multitudes. Pero no solo en presencia se apunta al rostro, la virtualidad también lo hace.

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La jueza Elena Liberatori declaró inconstitucional el sistema de reconocimiento facial del gobierno de C.A.B.A. implementado sin recaudos legales que protejan los derechos personales de cada habitante. La resolución judicial cuestiona lo inconsulto de activar un sistema de reconocimientos de datos biométricos sobre diez millones de personas. Podrían juzgarnos por un sistema de inteligencia artificial sin la posibilidad de estar a derecho. La información obtenida a través de una empresa privada “no fue precedida por un debate profundo acerca de la pertinencia y seguridad del sistema”. Se detecta que el gobierno porteño hizo un presunto uso irregular que permitió acceder a datos faciales de personas que no estaban siendo buscadas: dirigentes sociales, referentes de derechos humanos, sindicalistas, judiciales, emprendedores, periodistas, líderes y lideresas. Las profecías de la rabia comenzaron con insultos soeces y signos necrológicos, siguieron con espías digitales y estuvieron a punto de destrozar el rostro más replicado de la Argentina actual. Ahora resuenan nuevamente las palabras de Arturo Jaureche: “El arte de nuestros opositores es desmoralizar, entristecer a los pueblos. Los pueblos deprimidos no vencen, Por eso venimos a combatir por el país alegremente. Nada grande se logra con tristeza”.