Que enfermó a una vecina haciéndole beber un mejunje de hierbas. Que hizo marchar hacia atrás una cabra y luego la mató, algo tan típico de brujas. Que le pidió al sepulturero que desenterrara la calavera de su padre para hacerse un molde para una copa de plata. Las brujas hacen eso. Que hirió a un carnicero y a una adolescente del pueblo. Que mató vacas y cerdos con la mirada. Que celebraba aquelarres en su casa. Que les mintió a sus propios hijos y los convenció de ser víctima de agravios. Que huyó del pueblo sin aviso aunque tenía un proceso judicial en su contra.

De todo esto es acusada Katharina Kepler en el siglo XVII, enviada a prisión y desterrada de su pueblo original en Alemania. Hay varias razones para que ella sea acusada de bruja: tiene más de setenta años, vive sola desde hace tiempo y uno de sus hijos es Johannes Kepler, astrónomo que pasaría a la historia por sus leyes sobre el movimiento de los planetas en su órbita alrededor del Sol. Si bien este hijo morirá en la pobreza, lo cierto es que ha tenido roce con reyes europeos fascinados con sus conocimientos de matemática y astrología. 

Se dice que aprendió esas cosas de su madre luego de mirar cometas cuando era chico y que viajó a la luna para averiguar asuntos de los planetas que luego traficó. ¿Cómo hizo para viajar a la luna? Eso no importa. Los vecinos del pueblo son gente de bien, que no sabe cómo ocurren ciertas cosas pero pueden dar fe de que ocurren. Además, si supieran cómo pasan, ellos mismos podrían ser acusados de brujería.

Esta es la historia real de Katharina que la escritora canadiense Rivka Galchen encontró de casualidad. Galchen tiró de ese hilo para construir esta ficción, una novela atrapante desde el título: Todo el mundo sabe que tu madre es una bruja. Editada por Fiordo y con traducción de Daniela Bentancur, se trata de una escritura rítmica y atrapante, hecha de poesía y sentido del humor. Este pareciera ser el antídoto frente a tantas mentiras solapadas, delirios hilarantes, calumnias pomposas que Katharina enfrenta con un sentido peculiar del honor y la practicidad. 

Sí, ella sabe algo de horóscopos pero desconfía de sus designios. Y conoce mucho de hierbas curativas. Y no le interesa nada de la vida de la gente: prefiere concentrarse en observar los cambios de humor de sus vacas o el modo en que la salvia puede contrarrestar la fiebre y la hemiplejía. Katharina es iletrada (“me asombra todo el gasto y el esfuerzo dedicados a la tarea inútil de los libros”, afirma) y por eso le cuenta su historia a su vecino (este es un hecho real que Galchen documentó) y a su hijo Johannes y a su hija Greta.

Así que este es un libropolifónico, donde el punto de vista que prevalece es el de ella, que es graciosísima incluso en momentos tremendos y que tiene una lealtad incombustible hacia su familia y hacia lo que ella cree correcto. También aparecen cartas y testimonios de quienes sienten un placer culposo en ser parte de la condena a la mujer, engrosando sus denuncias con detalles disparatados pero escritos en perfecta jerga judicial. Galchen (que también es autora de unas prosas poéticas exquisitas llamadas Pequeñas labores, que este año editó Zindo y Gafuri) cuenta que escribió este libro entre el gobierno de Donald Trump y la pandemia, que ella atravesó en Nueva York, donde vive desde hace tiempo. 

En una entrevista con la revista Vulture contó que cuando escribe pone sus sentimientos “en una zona de extrañamiento para que aquello importante, aquello que deseo averiguar, permanezca en secreto”. La autora asegura que no fue su deseo hablar del presente sino evadirlo aunque reconoce que, finalmente, esta es una novela de gran actualidad. Y vaya si lo es ahora, aquí. Todo el mundo sabe que tu madre es una bruja se acaba de publicar en nuestro país mientras las mentiras tejen una red apretada que asfixia la democracia y deviene práctica cotidiana de un oscurantismo que apenas logra camuflarse detrás de la sofisticación virtual.

Todo el mundo sabe que tu madre es una bruja.
Rivka Galchen
Fiordo (304 páginas).