No estaría mal pensar en Rick y Morty como una de las máquinas narrativas más aceitadas en lo que va de un siglo que le compite en su nivel de demencia. “¡Van a ser cien años de Rick y Morty, Morty! ¡Cada minuto! ¡Cien veces doble ve punto cien años de aventuras de Rick y Morty punto com!”, gritaba al final del primer episodio, allá por diciembre de 2013, el encantador científico sociópata y megalómano Rick Sánchez. Y tenía sus buenas razones: como una alfombra de lo más psicodélica lista para desenrollar, aquellos veintidós minutos de presentación en sociedad ya contenían mucho del absurdo, la incorrección política y el delirio creativo que hizo de este programa una de las apariciones más refrescantes de la televisión de los últimos años. Porque si Los Simpson supieron convertirse en la Biblia de la comedia animada tras llevar el género a audiencias y alturas inesperadas, cuando se estrenó la primera temporada de Rick y Morty no era alocado pensar que estábamos ante el Nuevo Testamento. O al menos una segunda venida medio patafísica, un despilfarro interdimensional con un costado realista de sitcom cotidiana que -al igual que la serie de Matt Groening- supo meterse de lleno y con pluma afilada en los matices agridulces de ese microuniverso particular que es una casa de familia.

La sexta temporada de la serie redobló la apuesta. Recién lanzada por HBOMax en formato de estreno semanal, trajo la novedad de arrancar exactamente donde había terminado la anterior. Un gesto que vino a confirmar los rumores sobre una mezcla consolidada entre aventuras clásicas de un episodio de duración y una continuidad de la historia novelada que se fue desprendiendo del disparate. “Esto nunca había pasado desde que empezamos, pero si alguien se acerca por primera vez al programa le diría ‘Hey, capaz sería mejor si no empezaras con el primer episodio de esta temporada’”, confesó recientemente Dan Harmon, co-creador de la serie junto a Justin Roiland. Lo cierto es que, con apenas dos episodios estrenados, la nueva temporada mostró lo suficiente y más como para atrapar a nuevos y convencidos. Todo en un viaje aceleradísimo con una criaturita monísima con ojos llenos de ternura que se llama Mr. Frundles y transforma en Mr. Frundles a todo lo que muerde, un culto de billones dentro de un videojuego que convierte en realidad la teoría de que vivimos en una simulación programada o el infaltable rescate de la cultura pop del siglo pasado, con la adolescente Summer transformada en heroína de acción al estilo Duro de Matar.

La génesis tuvo lugar a comienzos de 2012, cuando, tras continuas discusiones con los directivos de la señal NBC, Dan Harmon decidió alejarse de Community, su proyecto anterior. Una serie que bajo la apariencia de una típica comedia universitaria escondía la intención de su creador de hacer lo que le viniera en gana (ahí, de hecho, dio sus primeros pasos como actor Donald Glover, hoy artífice y protagonista de Atlanta, ese objeto impredecible que -también- en cada nueva temporada va refundando sus propias reglas). Dispuesto a recomenzar de cero con un proyecto de animación, Harmon se acercó a Roiland (un viejo conocido suyo que seis años antes había creado cuatro provocadores cortos muy libremente basados en los protagonistas de Volver al Futuro), y a poco de su estreno Rick y Morty batió récords de audiencia en el bloque Adult Swim de Cartoon Network.

La serie se mantuvo vigente a lo largo de cinco temporadas con un ritmo frenético. Las claves del éxito son varias: desde una ciencia ficción distópica con realidades paralelas a lo Philip K. Dick a un humor idiota mezclado con diálogos agudísimos, todo entre críticas desde adentro a las megacorporaciones, criaturas azules de lo más simpáticas en su urgencia suicida por complacer o fragmentos en zapping de televisión por cable interdimensional (la publicidad sobre puertas falsas es una pequeña obra maestra del absurdo en dos minutos). Y un lugar destacado merece el brutal talento de Justin Roiland al poner voz a los dos personajes principales de la serie: “Suelo grabar las conversaciones entre ellos de tirón. Tengo dislexia, y muchas veces me cuesta interpretar los guiones a primera vista, pero esa cosa medio confusa al final dio con un tono que nos terminó gustando”, contó recientemente.

Susan Sarandon, Werner Herzog y Jordan Peele, entre muchos otros, tuvieron cameos de voz con personajes de lo más delirantes, mientras que Matt Groening, fanático de la serie, los invitó en 2014 para que hicieran una apertura de Los Simpson: “Cuando nos llamó dije ‘Hola’ y a continuación me pasé dos minutos sin respirar contándole cómo su programa había cambiado mi vida”, contó Roiland. “Ni bien terminé me sentí un idiota, pero entonces arrancó él y estuvo como veinte minutos hablando sin parar de cuánto le gustaba Rick y Morty”. Con el correr de las temporadas, la serie fue revelando flashbacks que habilitaron una continuidad entre episodios. No muy a gusto con la importancia que tomaba esa línea en las redes, Harmon y Roiland dieron vuelta todo más de una vez, riendo de la posibilidad de seguir seriamente la historia desde un lugar novelado. Pero miles de fans en foros y videos de YouTube se ocuparon de reconstruir, episodio tras episodio, cada ínfima posibilidad que diera pistas sobre el origen de los personajes y qué podría venir después. Una futurología de lo improbable frente a la que la dupla de creadores acabó cediendo.

“No puedo leer nada en las redes sobre Rick y Morty”, señaló Harmon al respecto. “Hace unos días vi por accidente algo en YouTube y me dieron ganas de renunciar, pero poco a poco me estoy librando de mi aversión a la serialización. Tenemos un equipo de escritores jóvenes que son fans del show y ya dieron muestras de su talento, y si me dicen ‘Hay que traer de vuelta a tal personaje’, les creo. Cada temporada va a seguir teniendo un buen número de episodios autoconclusivos, pero parece que nuestros seguidores adoran los culebrones. Y tampoco quiero ser un viejo que golpea a millenials con una vara mientras grita: ‘¡Maldita sea! ¡No me vengan con novelas y escriban un episodio entero sobre un yo-yo parlanchín!’”. Roiland concluyó: “Es como montar un caballo salvaje, nunca sabemos hacia dónde va a salir disparado todo, pero en medio de ese caos encontramos un buen equilibrio y recuperamos el ritmo de nuestros mejores momentos. Ya van a ver: no está bien que yo lo diga, pero esta temporada salió jodidamente buena”.