Natasha “Tash” Sultana tiene 22 años recién cumplidos, dreadlocks, look reo y unos profundos ojos azules. Y es además una guitarrista virtuosa, multi-instrumentista, compositora y loop artist. Absolutamente todo es atípico en esta australiana de origen maltés: su talento luminoso, su cualidad de mujer-banda (hay varios testimonios en Youtube que muestran todo lo que es capaz de hacer con la loopera), su sonido (que tiene poco que ver con el rock y pop que suele salir de Australia hacia el mundo) y, sobre todo, su historia.

Tash agarró por primera vez una guitarra a los 3 años y afirma que desde entones no pasó un solo día sin tocar. Tuvo las reglamentarias bandas en el secundario y, todavía siendo adolescente, tuvo un grave brote psicótico producido por el consumo de hongos alucinógenos que la llevó a estar un largo período oscilando indistintamente entre la realidad y el delirio.

Componer obsesivamente la ayudó a paliar los efectos de la psicosis, y fue entonces cuando comenzó a tocar en la calle. Hoy en día es una artista callejera moderadamente célebre de Melbourne. No lo hacía por necesidad, sino como vía de expresión: “Amaba tocar en la calle porque es crudo y orgánico. Tenés que trabajar duro para que la gente se detenga a escucharte. Hoy no lo extraño especialmente, pero sería divertido volver a hacerlo cada tanto”, cuenta.

En 2013 comenzó a subir sus canciones a Bandcamp y fue cosechando una cada vez mayor masa de adeptos. Su primer EP, Notion, llegó en 2016, y hace menos de un mes salió Murder to the Mind, su primer sencillo y apuesta fuerte para un sello estadounidense, Mom + Pop. “Siempre toqué sola, hice canciones y aprendí sola a tocar todos los instrumentos. No sólo es lo que amo sino también el lugar donde más cómoda me siento”, dice.

El sonido de Tash Sultana es exótico, aunque ella no se hace cargo: dice que sus orígenes no son una fuente de inspiración, sólo sus experiencias y su vida cotidiana. Eso se nota en la lírica: son sentidas canciones de un amor devoto, joven y lleno de pasión. Y su sonido, personalísimo, está en algún lugar entre el blues, la world music y hasta el reggae; parece provenir de un tiempo y un lugar propios, paralelos.

Hay algo cálido y salvaje en su música: “Amo el mar y afortunadamente vivo muy cerca. Intento pasar todo el tiempo posible en el agua. Y si mi agenda me lo permitiese, surfearía todos los días. Afecta directamente mi humor, y por lo tanto mi música”, afirma esta fanática de Erykah Badu, Fleetwood Mac, Fat Freddies Drop, Pink Floyd y… ¡Santana!, a quien felizmente teloneará este año.