Preludio

Es tu hija, Noche, la que has abandonado en el Jardín de Occidente. ¿Sabés acaso desde cuándo espera? No respondas, no importa; no es el tiempo, sino la espera. Como Ariadna abandonada, como Penélope asediada: espera, espera, espera. Es tu hija, Noche, la que has abandonado.

Canto único

Tan evidente su fatiga; y vos, Cátulo, medio en bolas y legañoso, despatarrado en el sillón; ahí, en la penumbra centelleante de un programa de tele aburrido, en la pieza sucia de un hotel familiar.

- ¿Cómo anduvo?

- Como el culo.

- Cuántos.

- Dos.

-¿Me decís que en toda la noche levantaste dos tipos nada más?

¿No la ves? Las ojeras, la piel ajada, las piernas flojas, el culo que no le da más. ¿No la ves? Pero qué vas a ver, si te olvidaste de mirarla.

- Hace frío.

- ¿Y eso?

- Ni un alma en la calle.

Hace frío, Cátulo; un frío de cagarse. ¿Quién carajo va andar por la calle? Pero vos ahí, en bolas y legañoso, en la penumbra centelleante de un programa aburrido, cagándote en todo, Bernardo Neustad en la TV. Acordate de cuando la conociste. ¿No era linda? Era más que linda. Y esa carita triste que te partió al medio apenas la viste.

-¿Cómo hace, Natacha, eh? Decime.

-Natacha es una piba.

Qué necesidad de someterla, de humillarla. Ella era más que Natacha, era como nadie. Piel sabrosa, labios dulces, y el aroma ése que no se olvida. Por ella juraste; le juraste y te juraste: nunca más la grela, nunca más. Y mirate ahora, Cátulo, medio en bolas, legañoso, aliento crónico de vino malo.

- Mirta junta como Natacha. Y no me vengas con que la Mirta es una piba, porque es más veterana que vos.

-Vos sabés mejor que yo de dónde sale lo de la Mirta.

Lo sabés, Cátulo, mejor que ella; por qué entonces esa cara. Tranquilizate, viejo, ¿tanto te cuesta recordar? No fue hace mucho, apenas un suspiro en esto que vos llamás vida, ahí, medio en bolas y en penumbras. Hacé memoria, allá, en Mendoza, cuando te andabas escondiendo por el asunto del mercado. Allá, en los fondos de la Turca. Linda cueva, la de la Turca, eso ni se discute, pero a vos te llamó otra cosa, una voz, un hilito suave de canción que conocías. Y qué voz, Cátulo, qué voz; voz de artista, de artista en serio, de las del cine, de esas que tan bien cantaban en la penumbra del Gran Rex o del Heraldo, cuando Gran Rex y Heraldo eran cines con nombres de cine y pasaban cintas de artistas, de esas que tan bien cantaban. Acordate, Cátulo. Y pará la mano, viejo. Pará.

-Hacé como la Mirta, entonces.

- En eso metete vos, si tanto te gusta.

- ¿Vos me querés joder a mí?

- Pensá lo que quieras.

Adónde vas, Cátulo, bajá los garfios, esa que está ahí es la misma piba que cantaba como nadie. La que te partió en dos, a vos, que te decías invencible. ¿No ves cómo sufre cada vez que te ve así, medio en bolas y evidente, en la penumbra de un zapping aburrido? Adónde vas, Cátulo, sofrená el pingo. Contá conmigo: uno, dos, tres. Hacé un esfuerzo, ¿o pensás que no te quiere? Es la fatiga, viejo; tan evidente.

-¡Hijo de puta! ¡Hijo de puta! ¡Me rompiste la nariz!

-¡A quién hijo de puta! ¡A quién se lo decís!

-¡Basta, bestia! ¡Basta, por favor!

Basta, Cátulo. Qué culpa tienen los años, la vida; esto es así, siempre es así. Hay un día en que te das cuenta de que el tipo de la foto esa que tenés en algún hueco no es el del espejo y pensás que el del espejo raja. Pero en realidad sos vos el que va meta y ponga sin pausa hacia allá, siempre hacia allá, hacia el sitio de donde dicen que se vuelve pero al que nadie quiere llegar. El espejo no es más que un vidrio, ése que está ahí sos vos.

-¡Puta de mierda! ¡Puta vieja! ¡Reventada!

-¡Hijo de puta, hijo de puta!

-Dale, gritá, llorá; dale, mirá qué linda te sale la voz ahora, puta reventada.

Es tan evidente la fatiga, ¿qué ganás con lastimarla? Si no se dio, no se dio, o te crees que sos el único que sufre por un destino que fue esquivo. Ella te vio como al Magaldi que se la lleva y la salva; ella, que se sentía Eva Perón. También, cómo la verseaste. Que vos eras no sé qué de no sé dónde, que le ibas a conseguir no sé cuánto porque eras amigo de no sé quién; y ella que te creyó.

-¡Pará de llorar, atorranta! ¡Pará y mirame cuando te hablo!

Dejala, Cátulo, dejala que llore.

-¡Que parés, carajo!

-No, no, patadas no.

-¡Pará te digo!

Pará vos, viejo. Pará vos. Mirate un poco; aparte de merca, ¿qué más te hace falta? Si sos una morsa aplastada en un sillón, aburrida con el zapping, sucia y borracha; vivís ahí, despatarrado mientras ella se pela el culo por la zona de la Terminal. Y hace frío, ya te dijo. Un frío que de verdad te pela el culo. Dale un respiro. Ya sé que habría sido distinto si en el canal le hubiesen dado bola. Ya sé que daba lo mismo tango, cumbia o bolero; lo importante era que la dejasen cantar y que oyesen su voz. Ya lo sé, todo lo sé. Entonces no me expliques a mí, explicateló vos; recordateló. Cantaba como los dioses, para ella eras el sol. Recodateló.

-Bety, linda, perdoname. Vení, no llores más.

-¡Soltame!

-Perdoname, perdoname.

-¡No me toques!

No entendés nada, Cátulo; si te digo que recuerdes, si te digo que pares, no es para que, así, repentinamente, después de la biaba, te comportes como un santo, como si no hubiera pasado nada.

- ¿Adónde vas con ese bolso?

- A Mendoza, a la calle, a la mierda, no sé.

-Perdoname, se me fue la mano, te juro que no va a volver a pasar.

-Soltame.

-Pero...

-¡No me toques, te dije!

Y qué esperabas, Cátulo, qué esperabas.

- Soltá ese bolso.

- Dejame.

- ¡Soltá eso, mierda!

Qué sordo, qué ciego, ¿no ves que es la fatiga? Todas las noches, meta yirar, dale en la esquina, saltito apurado para calentar las carnes, y encima el escote, pedazo de escote, con este frío pelaculos; dejate de joder, Cátulo, dejala que se vaya. Ya sé que no son celos, qué novedad, pero te da miedo quedarte solo. Vos también te ves ahí, despatarrado en el sillón, medio en bolas y legañoso, aburrido y meta zapping, y te das asco. Pero la culpás a ella. Seguí así, Cátulo; seguí así, tirando de la piola, y vas a ver cómo se corta.

-Pará, loca de mierda, de dónde sacaste eso.

Y de dónde te pensás que lo sacó. De la calle, lo sacó. De la noche y del frío, de la fatiga. Del miedo lo sacó.

- Dejame salir o te mato.

Dejala, Cátulo.

- Dame eso, soltalo.

- Dejame pasar.

Dejala, Cátulo, ¿no ves que está cansada?

-¡Dame eso, puta de mierda! ¡Puta vieja! ¡Dameló!

 

Ay, Cátulo, para qué me gasto en hablarte, si jamás me hacés caso. Te dije que la dejaras, te dije que estaba cansada, pero vos nada, viejo, como si el mundo fuera esto, un sillón en la penumbra y una mujer obligada a obedecer. Ahora jodete. Ella va a llorar, y es muy probable que la encanen; si es piola, se raja lejos; y, aunque no creas, te seguirá queriendo. Y seguirá llorando, y tendrá que pelarse el culo viejo en otros lados para conseguirse un mendrugo. Pero vos, Cátulo, para vos ya no hay remedio. Ahora dejá, qué importa; ya no busques, no recuerdes, no pienses. Despatarrado y legañoso, sucio el blanco de las medias, hediendo a alcohol, boqueando sangre ahí donde el plomo te quema. Mejor no pienses, Cátulo. Qué triste y justo es verte morir así.