Dominique Derauw dice “ashá” para referirse a su Bélgica natal; el yeísmo rehilado, marca registrada de la oralidad rioplatense, revela la procedencia de un castellano que ya domina con fluidez para disertar sobre fuerza, materia y energía en sus clases de Física en la Universidad Nacional de Río Negro (UNRN). Radicado en el municipio rionegrino de General Roca desde 2019, formó parte del equipo internacional de científicos cuyo trabajo sobre la erupción del volcán Nyiragongo (República Democrática del Congo) fue tapa de la prestigiosa revista de ciencias Nature.

El seguimiento de imágenes satelitales, realizado por el físico formado en la Universidad de Lieja, fue clave para entender la imprevista erupción ocurrida el 21 de mayo del año pasado en el Congo. Sirvió también para evaluar sus posibles consecuencias para la ciudad de Goma, asentada entre el lago Kivu -de alta concentración gaseosa- y el cráter volcánico de dos kilómetros de ancho; una combinación de alto riesgo para las poblaciones aledañas, por la probabilidad de desatar un extraño tipo de erupción capaz de arrasar la vida en los alrededores.

La historia de Derauw con Argentina comenzó en 1999, de la mano de un convenio para el desarrollo aeroespacial, firmado por nuestro país y Bélgica. El investigador, en ese entonces integrante del Centro Espacial de Lieja, colaboró con la construcción de herramientas para utilizar las imágenes producidas por los satélites SAOCOM, el exitoso proyecto de la Comisión Nacional de Actividades Espaciales (CONAE) que lo llevó a asistir a varias reuniones en Buenos Aires hace más de veinte años.

Fue durante esos viajes relámpago que el belga tuvo sus primeras impresiones positivas de nuestro país, aunque el encanto vendría después, al ser invitado a dar un curso en Bariloche: "Al principio creía que en el microcentro estaba toda la Argentina. Cuando descubrí más del territorio me terminó de encantar", rememoró.

En diálogo con el suplemento Universidad, Derauw detalló los pormenores de la investigación internacional y contó cómo la búsqueda de un cambio para su vida y la de su esposa los llevó a trasladarse al noroeste patagónico, construir una carrera internacional y hasta armar una vida social en General Roca. "La vida de un investigador del CONICET es más estable de lo que puede ser la de un investigador en Bélgica", afirmó.

-¿Cómo fue que llegó a la Argentina?

- Después de estudiar y doctorarme en Física, trabajé durante mucho tiempo en la Universidad de Lieja, en Bélgica, donde sigo trabajando a distancia. Luego de más de tres décadas participando en diferentes proyectos, comenzó a interesarme la idea de hacer una carrera internacional. Dicho así, suena muy grandilocuente, pero solamente significó la oportunidad de cambiar de lugar de trabajo. Vine a General Roca (Río Negro) y me radiqué en el Instituto de Investigación en Paleobiología y Geología (IIPyG) dependiente del CONICET y de la UNRN, en el marco de un proyecto para la observación de volcanes con el doctor en Ciencias Geológicas Alberto Caselli. Me mudé en enero de 2019 y mi esposa vino unos días después.

-¿Cuál es su relación con la vulcanología?

- Mi interés está puesto en la observación y seguimiento de los volcanes, sobre todo a partir de una herramienta que desarrollamos en el Centro Europeo de Geodinámica y Sismología (ECGS), ubicado en Luxemburgo. Junto a otros compañeros desarrollamos un instrumento muy importante que permite monitorear el movimiento de la superficie de la tierra por series temporales de imágenes satelitales. Funciona de manera automática y está habilitada para usar datos de cualquier satélite de imagen radar. Produce mapas de movimiento muy precisos. A pesar de que estos satélites suelen orbitar a unos setecientos kilómetros de la tierra, sus imágenes permiten medir movimientos de la superficie terrestre de centímetros y milímetros.

El volcán Copahue, una de las grietas en la corteza terrestre estudiadas por el investigador belga.

-¿Cuáles son las actividades que realiza en nuestro país?

- Acá hago fundamentalmente tres cosas: en principio, soy profesor de Física en la Universidad de Río Negro. Por otro lado, mi estancia en Argentina es para observar y monitorear volcanes locales. El IIPyG trabaja en el seguimiento del volcán Copahue, apostado al noroeste de la provincia de Neuquén, sobre la cordillera, en la frontera de Chile y Argentina. (Se trata de un volcán que el 22 de diciembre de 2012 comenzó un proceso de erupción, que lanzó cenizas, gases y humo negro a más a 1,5 kilómetros de altura. Las cenizas se desplazaron y lograron llegar hasta la ciudad de Buenos Aires. Desde entonces, presentó manifestaciones casi de forma permanente). El instituto de investigación monitorea también el volcán Domuyo -ubicado en el complejo de la Laguna del Maule-, cuya evolución puede conocerse en directo a través de una página web abierta. Si bien el Instituto observa las señales a través de varias disciplinas y herramientas, yo particularmente me dedico a seguir la deformación del Copahue a través de la técnica de Interferometría Radar de Apertura Sintética (InSar), para contribuir a su observación y monitoreo por parte del Laboratorio de Estudio y Seguimiento de Volcanes Activos (LESVA).

La tercera actividad que hago es el mejoramiento constante del software desarrollado en la ECGS, para adaptar la herramienta a nuevos satélites y nuevas técnicas de observación. Es una mejora permanente que realizo en conjunto con Nicolas d'Oreye, para mantenerla al día y poder continuar con el seguimiento de otros volcanes del mundo. Fundamentalmente, se utiliza para supervisar al Monte Nyiragongo, el Nyamuragira (también en el Congo) y el Pitón de la Fournaise, ubicado en la Isla de La Reunión, en Francia.

-¿Cómo comenzó a trabajar con la erupción del Nyiragongo?

- Desde hace tiempo colaboro con el Museo Nacional de Historia Natural de Luxemburgo y con el Museo Real de África Central. Hace más de quince años, ellos desarrollaron un sistema de monitoreo del volcán en el suelo, con estaciones sísmicas y mediciones ultrasónicas. Cuando el Nyiragongo entró en erupción lo hizo sin movimientos que lo anunciasen. Es poco frecuente y, en otras oportunidades -en 2002, por ejemplo- este mismo volcán tuvo movimientos precursores que se pudieron ver en las imágenes. Mis compañeros de Luxemburgo y de Bruselas partieron hacia el Congo a colaborar con la interpretación de datos en el Observatorio Volcanológico de Goma (OVA) y para asesorar a las autoridades en la toma de decisiones. Mi participación en el paper se da a través del uso del software que mencioné anteriormente. Mi parte estuvo enfocada en el tratamiento y diagnóstico de las imágenes satelitales y permitió medir los movimientos que tuvieron lugar en la zona debido a la erupción. El trabajo es realmente una labor de conjunto, en la que participaron más de veinte científicos alrededor del mundo.

“Junto a otros compañeros desarrollamos un instrumento muy importante que permite monitorear el movimiento de la superficie de la tierra por series temporales de imágenes satelitales”.

-¿Cuáles fueron los resultados de la investigación?

- Con ese mapa de movimiento listo, otros especialistas de Francia trataron de encontrar cuál fue la causa de esos desplazamientos en la superficie. Ubicamos un cuerpo de lava bajo la ciudad de Goma, y se pudieron rastrear los caminos del magma bajo el suelo. Eso fue muy importante porque Goma es una ciudad de alrededor de 1.200.000 habitantes y tiene, hacia el sur, al lago Kivu. La ciudad está instalada entre el lago y el volcán. Los franceses analizaron los datos entregados por el software y demostraron que la lava estaba pasando por debajo de la ciudad, en dirección al lago, a menos de quinientos metros de la superficie. El Kivu es un lago con mucho gas metano disuelto dentro del agua. A partir del análisis desarrollado por estos colegas, que reveló el pasaje del flujo de lava a tan poca profundidad y dirigido hacia el lago, se puede pensar que en el futuro, si hay otras erupciones, podría generarse lo que se denomina una erupción límnica, es decir, una expulsión súbita de gases mortales capaz de sofocar a los seres vivientes que se encuentren a su alcance. Hasta ahora, se creía que el riesgo de este extraño desastre natural era bajo, pero dada esta información, se entiende que las probabilidades son más altas. Esa es, globalmente, la conclusión del paper, lograda a través de todos los datos que fueron entregando los distintos equipos. La publicación en Nature es, primero y antes que todo, un trabajo grupal. Es lo que más me gusta de este trabajo; participaron científicos de todas partes del mundo y la primera autora y compiladora, Delphine Snmittarello, hizo un trabajo de recopilación excepcional.

-¿Qué cosas tienen en común y qué diferencias existen entre el ámbito de investigación belga y el argentino?

- Hablar de esto realmente escapa de mi profesión. Sin embargo, creo que los sistemas y sus dinámicas son bastante similares. Una diferencia importante es que acá existe una carrera de investigador. En Europa para ser investigador es necesario contar con algún tipo de proyecto que financie tu sueldo, en caso de no tenerlo, debes buscar otro trabajo y listo. En ese sentido, la vida de un investigador del CONICET es más estable que lo que puede ser en Bélgica o en algún otro país del continente europeo.

El trabajo del docente de la UNRN Dominique Derauw y otros científicos fue tapa de la revista Nature.

-¿Cómo lo ha tratado Argentina?, ¿Fue difícil la adaptación?

-La oportunidad de venir acá llegó en un buen momento, ahora que nuestros hijos son grandes e independientes. Yo llegué unos meses antes que mi esposa, para tramitar todo lo que hay que tramitar: permisos de trabajo y de residencia, entre otras cosas. Toda esa parte fue bastante fácil. El desafío más grande era la lengua, la comunicación con la gente. Pero los argentinos son muy curiosos y eso ayudó. Es muy fácil entrar en contacto con ellos y muy agradable. Basta con que uno abra la boca para que le pregunten de dónde es, qué hace acá, por qué vino. Hoy tenemos nuestra vida en Roca.