“Te siento tan velozmente como una pluma -como una música bastante interrumpida por puertas y ventanas-, como alguien muy frágil y muy honesto”, le escribió la pintora Sonja Sekula a Frida Kahlo, tras vivir con ella un apasionado romance que la dejó plena de añoranza. A su vez, en una epístola de marzo de 1938, el escritor Pierre de Lanux expresaba en referencia a la artista mexicana: “trato de recordar cada color, la mascada, la falda, la cinta en tu pelo, y presionarlo todo sobre mis ojos”.

Es sabido que Frida Kahlo supo provocar intensas pasiones en personas de ambos géneros. Su tormentoso matrimonio con el machirulo, mujeriego y violento Diego Rivera no le impidió sostener relaciones con otros varones (entre ellos el líder de la revolución rusa León Trotsky) y mujeres (entre ellas Jaqueline Lamba, esposa de Bretón o la artista estadounidense Georgia O’Keeffe), que, en ocasiones, eran amantes del propio Rivera. Su amor por las féminas se refleja en obras como “Dos desnudos en el bosque” (1939) que supo regalarle a la actriz Dolores del Río y donde reivindica a la vez la tierna sororidad, la identidad mestiza y las relaciones interraciales.

Pero ¿por qué gays, lesbianas, travestis, trans, aman hasta la locura y la voluptuosidad de la carne a Frida Kahlo? No se trata únicamente de una libertad sexual y una bisexualidad inéditas en su tiempo. Están, por un lado, sus intensos ojos negros, sus pobladas cejas y el vello sobre su rostro que constituyen toda una declaración de principios sobre una belleza andrógina que no se basa en cánones clásicos. Por otro lado, está su cuerpo enfermo, contrahecho, roto que la vuelven figura de referencia para el cuerpo queer, anormal, raro y considerado monstruoso para las sociedades capitalistas discriminatorias y excluyentes.

Las coordenadas del suplicio corporal de Frida son conocidas: nació con espina bífida, poliomielitis a los seis años de edad, politraumatismo por accidente vehicular a los dieciocho años (un autobús en el que viajaba fue arrollado por un tranvía); tres abortos (uno espontáneo, dos quirúrgicos); alcoholismo, tabaquismo y una muerte temprana tras desear el suicidio. Ella reivindicó ese cuerpo y denunció la violencia patriarcal con imágenes pictóricas dolorosas y serenas, con perturbadores autoretratos en donde la carne se abre de una manera particularmente sensual mostrando el interior del cuerpo o se encuentra atrofiada en corsés de aceros, agujas, escayolas, vendas y camas de hospital. Así, “La columna rota”, muestra su torso abierto y recorrido por una barra metálica.

En el marco de la exhibición Tercer Ojo, el Salón dedicado a Frida Kahlo permite reconstruir estas imágenes de la artista que la elevaron al cielo de diamantes de la comunidad LGTBIQ. Así, las fotografías familiares dan cuenta de una niñez en donde la pintora jugaba con los roles de género en el vestir, en el estilo y en el maquillaje y una juventud en donde exploró su sexualidad, su identidad de género y su feminidad junto a otras mujeres, que, como ella, estaban sometidas a la heteronorma, principalmente por sus propios maridos. En “Autorretrato con chango y loro” están representadas el conjunto de sus pinturas surrealistas donde solía conjugar trazados naif de frutas, animales y otros elementos naturales con collares de espinas y clavos. También hayan lugar objetos con las huellas de rímel labial que dan cuenta de sus amores diversos. El broche de oro es la pintura “Diego y yo” (1949), último autorretrato pintado por Frida con el rostro omnipresente, terrorífico y amado de su marido como tercer ojo.