El cuerpo posee una capacidad curiosísima, la propiocepción, gracias a la cual sabemos donde tenemos el brazo derecho incluso con los ojos cerrados. En una habitación oscura no te ves, no ves tus pies, ni tus piernas; sin embargo, conoces la posición de cada uno de tus miembros. Significa que tienes conciencia de la unidad de tu cuerpo. A nadie se le ocurriría preguntar dónde se han ido sus dedos por el mero hecho de no ser capaz de contemplarlos. Todo eso es la propiocepción, cuya influencia resulta asimismo decisiva en las decisiones de carácter emocional. 

En ocasiones, da la impresión, que la propiocepción pierde de súbito la “conciencia”. Se desorienta, se desequilibra. “Yo no liquido, me busco el mercado que sea mejor para mí. Este país te hace ser así”, manifestaba Leonardo Ponzio, poco después de que el Ministerio de Economía, a cargo de Sergio Massa, tomara la decisión de aplicar un dólar favorable para que los exportadores liquiden sus granos y el Banco Central fortalezca sus reservas. Ni así. Ponzio se mantuvo firme en su decisión. Le falló la propiocepción. Fue en busca de su corazón y no lo encontró. Había dejado de latir.

El exjugador de River nos castiga a todos. “Este país te hace ser así”, una expresión que lo despoja de toda responsabilidad, y lo convierte en una víctima inducida de esta modernidad líquida de producción agropecuaria especulativa. Este campo inocente del alma mía, que un día sí y otro también, se empecina en recordarnos a los humillados que la culpa es nuestra. Que tenemos lo que nos merecemos. Así nos compran, nos venden, nos sacan los cuartos, y los hígados.

Se sabe que existe un arte especial para saber “irse”. Ponzio se ha ido del fútbol y de la patria con elegancia. Se fue arropado por el hincha y por sus sueños de devaluación, muy de este nuevo realismo posmoderno, asociado a la injusticia social como uno de los grandes fracasos políticos de nuestro tiempo. Es que el dinero manda. Está sobrevalorado, o bien, está sobrevalorado el que los posee. Tal vez, ambas cosas. Lo cierto, es que también ensucia. Ensucia hasta el homenaje más puro y enternecedor. “Nunca me voy a olvidar de ustedes”, afirmó Ponzio ante 70.000 personas entregadas. Se lo merece. Forma parte de ese dual reconocimiento a un jugador dedicado, a cuerpo y alma, al control obsesivo de la pelota, y al de su cosecha. Esa habilidad innata para hacer dormir el balón en el mediocampo, y hoy, millones de granos en silobolsas. Que talento.

Vivir en libertad no significa pensar solo en el estrecho perímetro de nuestros abyectos egoísmos. La ética va de preguntarse como vivir en lo concreto y en lo universal; y en este tiempo de individualismo exarcerbado, de convivir y de cuidarnos. La historia demuestra que la desigualdad es esencialmente ideológica y política, no económica.

Solo una vida dedicada para los demás es una vida que merece ser vivida. “Gracias por venir a compartir esta noche conmigo. Gracias, ustedes me pusieron en este lugar. No sé que decir, tengo mucha emoción”, expresó en su despedida. A Ponzio se le acumulan las fiestas. Al homenaje celebrado en el Monumental, se le suma la “gran fiesta” que está por venir. La de mayor talante festivo y la más personal: la “fiesta” exportadora. A ese “homenaje” no estamos invitados. Lo quiere disfrutar solito, en la intimidad, con una enorme sonrisa como una raja de sandía. Sabe que esta “fiesta” la vamos a pagar entre todos. Una bofetada más de esa soberbia extrema de la riqueza sin domesticar.

En un futuro, Ponzio se quiere dedicar a la política. No es necesario. En este país está muy bien representado. 

(*) Ex jugador de Vélez, y campeón del Mundo Tokio 1979