A pesar de los casi tres mil kilómetros que distancian a Dublín de Sarajevo, Emir Kusturica y sus compañeros de la No Smoking Orchestra decidieron despedirse de los escenarios al mejor estilo de los Irish Wakes. Y es que, apelando a la naturaleza que contiene a los funerales de la tradición irlandesa, hay que celebrar la vida por última vez. En honor al difunto. Pero antes de encargarle a otro los detalles del festejo, los pioneros del llamado gypsy punk diseñaron ellos mismos un show de despedida. Una suerte de inmolación con sabor a vale todo. O al menos eso fue lo que dejaron en evidencia en la noche del sábado en Buenos Aires, en un Teatro Vorterix colmado de público y de sensaciones. Toda una fiesta en la que el bar mitzváh se mezcló con el sirtaki griego y por supuesto con el mundialmente conocido folklore del pogo local. Por lo que fue todo un carnaval de culturas.

El cineasta, ataviado en esta ocasión con el rol de frontman, sabía muy bien con lo que se iba a encontrar en esta escala de su gira definitiva. De hecho, tras inaugurar el repertorio con el fulminante “Tarantella”, Kusturica tomó el micrófono y le agradeció al público argentino por su apoyo incondicional a lo largo de estos 20 años. “Después de tantos recitales que dimos acá, éste será el último en este país”, advirtió el artista bosnio. “A Latinoamérica la sentimos como nuestro hogar, pero ustedes son el mejor público de todo el mundo”. Lo que encendió aún más la chispa de la sala, aunque a nivel emocional. Nada comparado con el susto que se pegó Daddy Yankee en el otro extremo de la ciudad. En ese momento, durante su actuación en el estadio de Vélez Sarsfield, al boricua se le prendió fuego el techo. Si no pasó a mayores fue porque sus propios fans le avisaron.

Así como el ensamble balcánico, el reggaetonero estaba en la capital argentina despidiéndose de los escenarios. “La última vuelta” se denomina el tour del creador de mega hit “Gasolina”, en el que le respalda una puesta con tintes hollywoodenses (más allá de la combustión espontánea). Todo lo contrario a lo que presentaron Kusturica y sus colegas, quienes a lo sumo se hicieron de una pantalla en la que aparecía entre canción y canción el nombre de “Emir” (bien en plan de gigantografía) sostenido por su apellido y las iniciales de la banda. Tan rudimentario como su staff, con apariencia de amigos del barrio. Mientras uno cambiaba en el atril del frontman las páginas con las letras de los temas, otro se paraba al borde del escenario para filmar al público con su teléfono. Y cuando al acordeonista Zoki Milosevic se le salió un pedazo del instrumento, fue asistido por alguien que saltó de la nada. Pero sin perder la sonrisa.

Tan familiar, caótico y gracioso como las películas de Kusturica, quien en un par de ocasiones hizo alusión a algunas de las canciones que lo ayudaron a inmortalizar su filmografía. La primera de ellas fue la que le da título (o viceversa) a su cinta Life is a Miracle (2004), seguida por “Fuck You, MTV, en cuya introducción advirtió que durante toda su carrera con The No Smoking Orchestra siempre apostaron por la autogestión. Este tema se encuentra incluido en el último disco de estudio del grupo, Corps Diplomatique (2018), que hasta el momento no presentaron en la Argentina. Por lo que esta serie de shows sirven no sólo para despedirse de los escenarios, sino también para defender un trabajo discográfico influido fuertemente por Latinoamérica. Al punto de que incluye temas en español, entre los que se destaca “Cerveza”, donde versan: “Lo que nos da la alegria son el fútbol y la cerveza fresca”.

La lista de temas había dejado de ser lo que inicialmente tenían planeado. A partir de “Heroji”, en el que una compatriota suya salió a ponerle el gañote a los Alpes Dináricos, la propuesta performática se distorsionó. Siempre para bien. De otra forma hubiera sido imposible que hicieran la versión que se mandaron de “La mano de Dios”. El clásico de Rodrigo lo cantaron en clarísimo español, en tanto sonó medio a Kapanga, por la mezcla de cuarteto, punk y klezmer. Mientras el teatro abandonaba su sorpresa para sumergise en el enradecido tributo, en las pantallas deambulaban unas diapositivas de Kusturica con el Diego en tiempos de “La noche del 10”. De los mejores momentos de la performance, sobre todo por el guiño local. Aunque hubo otros más.

Si en Córdoba el cantante y guitarrista lució una remera de Abuelas de Plaza de Mayo, en esta ocasión llegó a ponerse la camiseta de Rosario Central (veinte años atrás, en La Trastienda, se puso una de Excursionistas). Será por su deseo de ser el Canalla más internacional, así como Viggo Mortensen lo es para los Cuervos. Lo único cinematográfico que tuvo la hora y media de recital fue el tema de la Pantera Rosa como nexo entre las canciones, lo que le dio pie aparte a Kusturica para rendirle pleitesía al público argentino, para compartir su admiración por Pancho Villa, para homenajear a su violero Ivan Maksimovic (fallecido hace dos años) y para dedicarle el tema “Mila Gora” a Monica Belucci. Atrás había quedado “Tik Tak”, y por delante esperaban “Pitbull Terrier”, “Bubamara” y “Komandante”, donde Emir finlamente logró acercarse a lo que siempre quiso desde su adolescencia: redimir el legado de su mayor héroe, Joe Strummer. Hasta la victoria, siempre.