Ya quedan escasos artilugios, racionales o literarios, para poder narrar a Carlos Alcaraz. Porque el castellano no parece contar con suficientes vocablos -y vaya si se trata de un idioma acaudalado- para explicar lo que puede hacer el joven español en una cancha de tenis. Claro, la invitación resulta desafiante: ¿cómo contar que el fenómeno Alcaraz ganó una final de Grand Slam en la que, transcurridas casi cuatro horas, estaba al servicio, a milímetros del abismo, con el marcador 6-4, 7-6 (7-4), 4-6, 5-3 y 40-0 a favor de su rival, el italiano y número uno mundial Jannik Sinner?
¿Cómo agregar, además, que el escenario tiene espacio y lugar en la Philippe Chatrier, el estadio principal de Roland Garros, el torneo más valioso del planeta sobre polvo de ladrillo, uno de esos campeonatos que graban los nombres de los campeones a fuego, indelebles al paso del tiempo? No existe términos pertinentes, no hay adjetivos que puedan calzar en semejante acontecimiento. Resulta necesario apelar, entonces, a las emociones.
Carlos Alcaraz, prodigio de 22 años, el número uno más joven de la historia del ranking de la ATP, ganador de cuatro Grand Slams en igual cantidad de finales disputadas, afronta triple match point contra el jugador más eficiente y consistente del mundo, de 23, el otro genio del momento llamado a rivalizar en la nueva época. Se trata de la primera final de un Major entre dos tenistas masculinos nacidos en el siglo XXI. Es el presente y es el devenir. El futuro inmediato, sin embargo, no parece estar del lado del español. Pero la historia habita en este instante: huidizo, el escapista español consigue escabullirse de los tres puntos para campeonato.
En la era de la velocidad de la luz, en la que todo se vuelve efímero y en la que ciertos paladines del mundo contemporáneo pretenden convertir el deporte -y todo lo demás, por cierto- en un acontecer de extensión minimalista, Alcaraz acaba de eludir el triple match point, tras haber estado con dos sets de desventaja, y estirará todavía más una final que, con casi dos horas más de duración, ofrecerá la remontada de todas las épocas. Cumplidas las cinco horas con 29 minutos ganará, después de un desarrollo imposible de guionar, con tanto drama como exaltación, con un desenlace tan impredecible como el que promete una moneda que vuela en el aire, la definición más larga de la historia de Roland Garros por 4-6, 6-7 (5), 6-4, 7-6 (3) y 7-6 (10-2 en el súper tie break) -por encima de la que consagrara al sueco Mats Wilander ante Guillermo Vilas en 1982, con duración de 4 horas y 42 minutos-.
El niño que disfruta del tenis como nadie será el único singlista masculino que se adueñará de una final de Grand Slam después de salvar tres puntos de campeonato desde que iniciara la Era Abierta en 1968. Y compartirá el sitial de campeones que evadieron match points sólo con dos hombres: Gastón Gaudio salvó dos match points en Roland Garros 2004 ante Guillermo Coria y el serbio Novak Djokovic también eludió dos contra Roger Federer en Wimbledon 2019.
"No sé cómo hice para ganar este partido; creo que con el corazón", se sinceró Alcaraz, el número dos del ranking, minutos después de besar su quinto trofeo de Grand Slam y concretar la reconquista de Roland Garros: ya había ganado el US Open 2022, Wimbledon 2023, Wimbledon 2024 y París 2024. Y reflexionó con mayor profundidad: "Fue el partido más emocionante de mi carrera, sin dudas. Lo tuvo todo, momentos muy buenos, momentos muy malos. Estoy orgulloso de cómo pude afrontarlo. Es el primer partido en el que remonté dos sets en contra; creo que no hay mejor ocasión para hacerlo que en la final de un Grand Slam".
Tres semanas después del triunfo de Alcaraz en la definición de Roma, en la reaparición de Sinner tras los polémicos tres meses de suspensión por aquel doble doping de marzo del año pasado, la final de Roland Garros, la primera en un Major entre ambos dominadores de la era, devino en un espectáculo sin fin. Porque el deporte no sigue ningún libreto -a quien sea, gracias-.
Con la magia y las variantes del español, que llegó por momentos a volar en la cancha y hasta cerró la victoria en un inefable match point con un winner de drive a la carrera. Con la destreza, la entereza y la templanza del italiano, por momentos inquebrantables. Todos condimentos repartidos en porciones casi justas durante el progreso, el partido que definió al campeón de Roland Garros 2025 habrá provocado un reto en términos de paradigma, con un doble mensaje certero.
Primero a la ATP, que se empecina en operar contra el polvo de ladrillo, la superficie que premia a los creativos, al uso interminable de los recursos y a la mezcla de táctica y estrategia: ya quitó un torneo de la gira sudamericana -bajó de cuatro a tres, con la desaparición del Córdoba Open- y parece querer achicar más los segmentos de canchas lentas en el calendario.
Y en segundo lugar, acaso como un desafío más existencial, a los que se rigen por la celeridad de los tiempos que corren: un acontecimiento de más de cinco horas de espectáculo, de emoción, de incertidumbre, bastó para echar por tierra toda lógica tiktokera. Cuando muchos aseveraron que sin Federer ni Rafael Nadal -homenajeado en este primer Roland Garros sin su presencia-, y con Djokovic en pleno epílogo, ya no hay Big Three. Pero la mesa chica del tenis está en manos de dos distintos: Alcaraz y Sinner reafirman el nuevo Big Two.