“¿Qué cómo nos cambió la vida el cannabis? Imaginate esta escena: Salomé, mi hija, durmió durante 17 años con los ojos abiertos. Su patología no se los dejaba cerrar. Hace seis años que los cierra y está mejorando su vista. Y hace seis años que no tiene más convulsiones.No sufre más los síntomas más graves del autismo, está totalmente conectada con la vida. Hoy, con 23 años y va a zumba, va a clases de cocina, chatea con WhatsApp, hace la vida de cualquier adolescente. Tiene por supuesto un retraso madurativo sí, pero es ella”.

La que habla es Berta Thachek, activista madrynense y madre de una joven con encefalopatía crónica de origen no evolutivo. Hace años lucha por el derecho a cultivar cannabis para uso medicinal, en su provincia. No sólo logró que la justicia le permitiera hacerlo, primero para su hija, y después en el marco de una asociación de madres de niñxs y adolescentes, usuarixs medicinales. Ahora, la organización que lidera acaba de recibir un terreno en las afueras de esa ciudad de Chubut, cedido por el estado provincial, nada menos que en las cercanías de la división montada de la Policía.

“Al principio conseguía el aceite en Mendoza y de Córdoba, atravesando varias provincias hasta llegar a Chubut. En uno de esos viajes secuestraron una encomienda antes de llegar a Sierra Grande y terminé en un juzgado federal de Viedma. Entonces me abrieron un acta, ¡una causa federal! Y recién ahí entendí lo que me estaba pasando: estaba en una situación grave. Entonces contraté a una abogada, que ahora es la abogada de nuestra asociación, Sol Cuyini Mariana Guzmán. Ella logró la anulación de la causa. Y la jueza que estaba haciendo en ese momento un amparo a María Eugenia Zar, que es la abuela de Juaco en San Antonio Oeste, otro usuario medicinal, me devolvió los goteros y casi que me exigió que hiciera un amparo acá en Chubut y me dio una carta de recomendación. Yo solicité el amparo y a los 8 meses me salió, soy la única mamá que lo consiguió acá en esta ciudad”.

Después de esa experiencia con la Justicia, Berta se siguió asesorando con cannabicultores, “sobre todo con uno que conocí en una jornada en San Antonio Oeste con Eugenia Zer, que estamos muy conectados con San Antonio. Ahí conocí cannabicultores de todas las edades, muchos hoy son mis amigos. El primero fue un chico de Neuquén que me dio las semillas y me enseñó a cultivar y a hacer yo misma el aceite para mi hija. Al principio distintos chicos me guiaban por teléfono y después aprendí a manejarme con cierto conocimiento de base y videos de YouTube. Cada tanto lograba enganchar alguna jornada sobre el tema y estudiaba por mi cuenta, miraba los videos de Manuel Gúzman, por ejemplo, que es un médico español muy recomendable. Y sigo estudiando, no paro de estudiar”, cuenta con la voz entrecortada por el viento que sopla en la ruta 3, que une Rawson con Puerto Madryn, desde la banquina donde paró su auto al recibir el llamado de este diario.

Poco después de lograr el amparo, en Madryn y más allá corrió la noticia de que Berta hacía aceite y que funcionaba muy bien. “Y mucha gente que lo necesita empezó a preguntarme, a pedirme ayuda. Como no podía correr el riesgo de dar el aceite y que me quitaran el amparo, a mi abogada se le ocurrió hacer una asociación cannábica: éramos en un principio cinco mamás, cuatro abogadas, dos cannabicultores, una contadora y una secretaria”. Así, en julio de 2020, conformaron la Asociación de Cannabis terapéutico de Puerto Madryn.

“Buscamos desde un principio que cualquier madre pueda cultivar tranquila con fines medicinales, que si se sufre algún robo pueda denunciar, que no tengamos allanamientos en nuestras casas, ni causas federales y que ya no haya más presos por cultivar y lo fuimos logrando", explica Berta. Pero una vez sorteados esos problemas empezamos a tener otros: muchísimos robos de plantas. Todo el mundo sabía que yo las tenía en mi casa y entraban a mi casa a llevarse nada más que eso. Después de varias de esas situaciones, conseguí reunirme con el intendente y el secretario de gobierno, y se les ocurrió buscar un predio donde fuera seguro, entonces nos sugieren que empecemos al cultivar en el predio de la policía montada”.

No fue fácil lograr que los agentes aceptaran que estas mujeres iban a empezar a cultivar marihuana en un territorio de la fuerza: “Tuvimos muchas reuniones, muchas dificultades hasta que logramos hacerle entender que la marihuana es la medicina que todos nosotros usamos -cuenta Berta-. Hay muchos prejuicios y la policía no tiene formación en estos temas. Cada pequeño paso es un trabajo enorme”.

Una vez que consiguieron el predio, hubo que pensar en las características del clima patagónico: “necesitábamos containers para cultivar adentro porque acá es muy frío y hay mucho viento, el clima no es bueno para las plantas. Así es que el subsecretario de Seguridad y Relaciones Institucionales del Ministerio de Seguridad, Rubén Becerra, y el intendente, Gustavo Sastre, se pusieron en contacto conmigo, por esa vía llegué hasta el Gobernador y finalmente conseguimos el dinero para comprar los containers”, que ahora esperan dentro del predio policial los primeros brotes.