¿Qué hace un hombre como ese en un lugar como este? Es la pregunta del millón que se hacen varios de los personajes que circulan por los cocteles y reuniones de placer o negocios que tienen lugar en Toni Erdmann. Todos excepto la protagonista, que sabe muy bien quién es el hombre detrás de la peluca, los dientes postizos y una impertinencia a prueba de cualquier clase de miedo al ridículo: su propio padre. A pesar de la amplia circulación en eventos cinematográficos internacionales luego de su estreno mundial en la sección más importante del Festival de Cannes, e incluso de una nominación a los premios Oscar en la categoría de idioma extranjero, el tercer largometraje de la alemana Maren Ade nunca se estrenó en nuestro país. Una pena genuina, subsanada en parte por su reciente inclusión en la plataforma de video a demanda Qubit. Ade conoce Buenos Aires: estuvo de visita en el año 2009, acompañando las proyecciones en la Competencia Oficial del Bafici de su segundo largometraje, Alle Anderen, que terminaría llevándose el premio a la Mejor Dirección y el de la crítica internacional. Más allá de una situación algo violenta sufrida en aquel momento en la Reserva Ecológica, donde le fue sustraída una cámara y otros equipos de rodaje, la realizadora de 40 años recuerda la experiencia como “en general, la mejor de todos los festivales a los que he viajado”, según consigna en un correo electrónico enviado desde Berlín. En estos momentos, Ade se encuentra extremadamente atareada pre-produciendo una nueva película y el paso de las horas y los días la apremia. El no estreno de Toni Erdmann en salas de cines de la Argentina es sintomático del estado de la distribución local y habla a las claras de la inasible cualidad del film: sin estrellas de renombre ni una temática diáfana y definida, resulta difícil de empaquetar y vender. Nuevamente, una pena, ya que en sus engañosamente extensos 162 minutos descansa un volcán en erupción, un relato que habla de varias cosas a la vez y de todas tiene algo interesante para decir: la globalización, a pesar de no ser nombrada en voz alta ni una sola vez; las complejas interacciones entre el empresariado, los sindicatos y los trabajadores, aunque sin echar mano a la denuncia indignada como gesto demagógico; las dificultades de cualquier relación entre padres e hijos, sin caer en uno solo de los lugares comunes cinematográficos. No es poco para una película que, además, es rabiosamente divertida. Por momentos, hilarante. Incluso en sus momentos más dramáticos.

PADRE, HIJA Y TONI 

En el comienzo, Toni Erdmann no existe. El que sí existe es Winfried (el experimentado actor austriaco Peter Simonischek). A Winfried, un hombre en su sexta década de vida, le gustan los juegos y chanzas, en particular aquellas que impliquen interpretar un personaje. La primera secuencia lo encuentra recibiendo la visita de un cartero y, en cuestión de segundos, cambiando su apariencia física para encarnar en un imaginario hermano gemelo, amante del sexo sadomasoquista. Winfried todavía no se ha jubilado y continúa impartiendo clases de piano, tanto en la escuela como en su casa. Por esos días se encuentra de visita en Alemania su hija Ines, interpretada por Sandra Hüller, rostro recurrente del más reciente cine germano, en particular de aquel que algunos han bautizado como “Escuela de Berlín”, de la cual Ade suele señalarse como una de sus más insignes representantes. Ines tiene un cargo importante en una empresa multinacional dedicada al análisis de riesgo de fusiones y compraventas de corporaciones y se encuentra radicada desde hace un tiempo en Bucarest, donde ese tipo de operaciones parecen estar a la orden del día. El brevísimo encuentro entre padre e hija no podría ser más tenso, demostración empírica de una relación que en algún momento del pasado comenzó a agrietarse. Un comentario al pasar, una promesa de esas que suelen lanzarse al aire sin intención de llevarla a buen puerto (“nos vemos”, “arreglemos algo”, “no dejemos de hacerlo”), se cumplirá a rajatabla cuando, poco tiempo después, Winfried se tome un avión, aterrice en la capital rumana y aparezca de golpe y sin aviso en la sede de la empresa donde trabaja su hija. “La relación padre-hija estuvo allí desde el principio”, afirmó Ade en una entrevista con la revista especializada Cinema Scope realizada durante el estreno del film en Cannes, “aunque no tenía en claro el conflicto real entre ellos dos. Estaba el concepto de que él era una especie de bromista y quería que el personaje femenino tuviera una profesión completamente distinta a la mía, que trabajara en el mundo de los negocios. Gracias a la suerte tuve la idea de que fuera una consultora, que es alguien interesante porque una parte de su trabajo es interpretar un papel. Eso se entrelazaba muy bien con el personaje del padre, que también comienza a encarnar un rol en la película”.

La despedida rumana no podría ser más amarga y resulta claro que los mundos de padre e hija son tan distintos y poco amigables entre sí como el agua y el aceite. Esa circunstancia fáctica se hace aún más evidente cuando el protocolo del universo gerencial choca de frente con ese hombre tan franco y directo que, más temprano que tarde, suele perder completamente el sentido de situación y lugar, como si no tuviera a mano filtro alguno. “¿Sos un poquito feliz acá?”, pregunta el padre y su hija no puede más que responderle con ironía y algo de desconcierto: “¿Qué querés decir con felicidad? Es una palabra muy fuerte”. Entonces Winfried se va, pero aparece Toni. Toni Erdmann (Winfried de incógnito, por supuesto), un tipo que se gana la vida alternativamente como life coach –“entrenador de vida”, sea lo que sea que eso signifique–, o bien como embajador alemán, irrumpe esa misma noche en un encuentro casual entre su hija y un par de amigas. Pelo largo tocando los hombros, dientes algo prominentes, traje desaliñado. Una figura basada, según afirma la realizadora, en el entertainer y cantante Tony Clifton, personaje caricaturesco creado por el comediante Andy Kaufman. De allí en más, y siguiendo esa máxima que afirma que del ridículo nunca se vuelve, Maren Ade se adentra en un viaje que intenta, por un lado, explorar la posibilidad incierta de que esos dos mundos lleguen a tener un contacto más profundo que el simple cruce de líneas paralelas, allá en el punto impropio del infinito. Por el otro, proponer reglas idiosincráticas para entender la comedia cinematográfica, lejos de casi cualquier forma preconcebida. Finalmente, poner en tensión tanto la cosmovisión de la joven ejecutiva, que antepone su trabajo ante cualquier otra realidad –incluso, a veces, a la del ser humano que tiene delante suyo– como la de ese hombre que suele observar y sentir la vida de manera más ¿terrenal, humana, cósmicamente graciosa?, al punto de resultar, por momentos, un auténtico pesado. Si algo no ofrece Toni Erdmann es una lección acerca de cómo la vida debería ser vivida. “Al tener dos personajes, siempre busco que existan dos lados. No me gusta la identificación cuando ya no se siente la libertad”, detalla la realizadora. “Pero uno puede sentirse libre cuando es capaz de elegir con cuál de los personajes se identifica. Y es aún más libre porque esos personajes no han decidido personalmente sus cosas. Eso es realmente importante para mí. Por otro lado, trato de acercarme lo más posible a su conflicto. Quiero crear una situación –o intentarlo al menos– en la cual pueda mirar detrás de los personajes, que siempre ocurra algo más allá de lo que se están diciendo. La gente me pregunta cómo creé esa sensación de incomodidad, pero pienso que ese sentimiento viene dado por el hecho de que, como espectador, uno puede encontrarse en los personajes. Para mí, una película debe ser algo en lo cual se pueda caminar libremente un poco. La identificación sin libertad no funciona.”

DESNUDOS Y EXCÉNTRICOS

Difícil saber cómo será la futura remake estadounidense para la cual Paramount Pictures ya ha adquirido los derechos, aunque sí es posible imaginar algo bastante o radicalmente distinto. No tanto por los nombres en danza (Jack Nicholson y Kristen Wiig) como por la casi imposible tarea de replicar aquello que hace de Toni Erdmann algo tan poco común y silvestre: su constante ambigüedad, el delgado pero potente arco dramático, la posibilidad de que los personajes no “aprendan” nada en el camino. Esa incomodidad mencionada por Ade, que va más allá de lo coyuntural (el chiste, el gag, el momento cómico) cala en lo más profundo de los personajes. Y en el espectador. El pasado mes de febrero, en plena temporada de premios, la directora declaró que “durante todo el rodaje tuve la sensación de que podría existir una remake, pero definitivamente no voy a estar involucrada. Me estoy divorciando de Toni Erdmann en estos momentos”. La declaración no es el resultado de la vergüenza ante su “esposo” cinematográfico, sino el cansancio lógico de una carrera extenuante que comenzó hace más de un año y llevó a una realizadora usualmente alejada de las alfombras rojas a un alto nivel de exposición. Según confirma a Radar, Ade se siente algo “extenuada luego de hacer unas 270 entrevistas sobre la película. Es algo que incluso comenzó a asustarme, a ‘friquearme’. Después de los Oscar decidí dejarlo atrás. Me he transformado en una especie de profesional acerca de mi propia película y es algo que no me gusta demasiado”. El divorcio, según parece, es un hecho consumado. Además de dirigir Toni Erdmann, durante los últimos años Maren Ade fue madre dos veces (está en pareja con otro de los nombres más importantes de la Escuela de Berlín, el cineasta Ulrich Köhler) y fundó junto a Janine Jackowski y Jonas Dornbacha la productora Komplizen Film, que además de producir films en Alemania ha participado en varias coproducciones internacionales de alcurnia, como el tríptico portugués de Miguel Gomes As Mil e Uma Noites y la chilena Una mujer fantástica, de Sebastián Lelio.

Según ha declarado en varias entrevistas, Ade le hizo el siguiente comentario a uno de sus coproductores durante el rodaje de Toni Erdmann: “Esta no va a ser una comedia. Va a ser una película muy larga y muy triste”. Más allá del humor, usualmente presente, la tristeza se refleja en el rostro de los dos personajes, en particular cuando caen en la cuenta –una y otra vez– de lo difícil que resulta encontrar una forma de contacto que vaya más allá de las formalidades del vínculo. El cover improvisado durante una reunión hogareña de “Greatest Love of All” –el tema que Whitney Houston lanzó a la fama en los años 80– funciona como perfecto reservorio de la mezcolanza de recuerdos, expectativas, deseos y añoranzas de Ines y Winfried que se cuece durante esa convivencia forzada en Rumania. Entre las grandes escenas que recorren el film –que logra sin esfuerzo transformar un simple golpe en un dedo del pie en una metáfora de todo lo que puede estar mal en la vida–, hay varios momentos incómodos que tienen al cuerpo humano en estado de desnudez como principal vía de comunicación. Ade pone en pantalla una inusual escena de sexo que funciona como espejo de las relaciones de poder dentro de las empresas y, sin cargar las tintas ni entrar en correcciones políticas de ninguna clase, grafica cuestiones ligadas a los géneros y sus roles establecidos. Más tarde, en lo que no puede sino pensarse como el clímax de un enrarecimiento que va creciendo progresivamente en la vida de Ines y en la película misma –impulsado en gran medida por el ubicuo Erdmann–, una fiesta de cumpleaños con catering y decoración de categoría corporativa se transforma en el más inusual de los campos nudistas. Pero en el cual también tienen la posibilidad de ser incluidos seres de peluche gigantes, primos lejanos de Chewbacca sin rostro a la vista. Esa excentricidad que se va apoderando de la historia es la que permite identificarse, alternativamente, con Ines y Winfried/Toni. Tal vez por esa razón el plano final, abierto y ambiguo, es uno de los más intensamente melancólicos del cine reciente. A pesar de esos tontos y cómicos dientes de chasco que, como gracia o maldición, siguen intentando unir a las dos generaciones.