Hubo un tiempo mágico e irrepetible para Danny Rubin. Después de varios años de vivir penurias en la ciudad de Chicago trabajando como armador de hamburguesas en un McDonald’s rancio con la fantasía de convertirse en un escritor para la industria cinematográfica, se le terminaban los tiempos de helada y mal clima. El guión que había escrito en apenas cuatro días caía en las manos de los ejecutivos de Columbia, gracias a los manejos de su agente y un director de cine iba a ponerla en imágenes. La película no era otra que El día de la Marmota.

“I’ve Got You, Babe” cantaban Sonny & Cher cada mañana a las ocho en punto cuando Phil Connors se despertaba para darse cuenta que ese día no iba a ser un día hermoso. Bajaba entonces al lobby del hotel y repetía nuevamente la pantomima de un nuevo día, el mismo día. Tomaba su café, salía a la calle, se cruzaba a su amigo de la infancia, iba a reportar el clima; siempre el mismo día. ¿Quién no se acuerda hoy de El día de la marmota? La película se estrenó en 1993 y fue un éxito (aunque moderado, Roger Ebert le puso apenas tres estrellitas). Aquella joyita protagonizada por Bill Murray y dirigida por Harold Ramis, que retrataba el loop de Phil Connors, un presentador del clima en TV, altanero, mujeriego y sobrador, que, atrapado en un rulo temporal, un eterno 2 de febrero en una aburrida festividad de provincias, pasa de ser un insoportable a un experto en francés, un pasable pianista, un artista del hielo y un rescatista. De este modo transforma su personalidad de aberrante a un tipo querible, como en los viejos personajes de Frank Capra o en Cuento de Navidad de Charles Dickens, y, por supuesto, encuentra el amor de su vida en Rita, la bella y perdida Andie MacDowell. El día de la marmota quedó grabada en la memoria de la incipiente cinefilia de VHS como un recuerdo de juventud, una comedia más de las tantas comedias románticas que proliferaron por aquellos años y que usaron el mismo arco de transformación hasta el hartazgo.

“Soy el tipo que escribió El día de la marmota” dice hoy Danny Rubin a la revista Vulture que le dedicó un extenso perfil sobre el problema de ser justamente el tipo que escribió El día de la Marmota. Porque aquel momento mágico e irrepetible en el que finalmente logró que su guión viera la luz y se filmara, nunca más se repitió. O mejor dicho, se repitió todos los días de su vida, como le pasó a su propio personaje, Phil Connors. Ya que a diferencia de Bill Murray, que siguió con su carrera a caballo entre la melancolía y humor distante, y de Harold Ramis quien filmó la gran Analízame y murió diez años después, el único que quedó atrapado, en la misma película fue el hombre que bajó la idea a un papel. “No soy un guionista de carrera con una gran historia detrás de mis películas. No soy Tom Stoppard”. 

Sin embargo, pudo haber sido un Stoppard o un David Mamet. Después de su pequeña fábula romántica, Rubin se convirtió en el guionista más codiciado. Le encomendaban guiones o storylines con ideas prefabricadas, las típicas ideas de fórmula con las que personajes como Syd Fields o Linda Seger recorren el mundo dando talleres para ilusos que quieren dar el batacazo escribiendo un guión que funcione, se venda y los ayude a pagar deudas. Rubin se negaba: “Ellos decían: sólo escribe algo más o menos normal y va a salir el estilo Danny Rubin, va a ser genial. Pero yo no quería escribir algo normal. Era perderse la diversión de pensar la premisa y la estructura.” Y así, no sólo se perdió de pensar y descubrir nuevas historias, sino que los contactos se volvieron poco cercanos, las oportunidades menos oportunas y el lugar de “guionista más codiciado del momento” fue solo eso: los famosos quince minutos de fama que todo guionista tiene. Entendió que tampoco le interesaba jugar ese juego; le deprimía ver cómo la industria se copiaba a sí misma y usaba siempre el mismo formato para todo. Aquel día mágico e irrepetible era para Rubin una verdadera pesadilla, un momento trabado en su cabeza que volvía en un loop gastado y viejo, como una música insoportable repitiendo día a día: “I´ve Got You, Babe”.

Con los años, mientras la carrera de Rubin parecía desplomarse y diluirse, El día de la marmota crecía en el imaginario popular, no sólo norteamericano (o de Pennsylvania, lugar donde se filmó la película) sino del mundo entero. La historia del hombre atrapado en el mismo día se convirtió en una metáfora de absolutamente todo. En sus años malos, Rubin recibía cartas de todo tipo; un monje que tomaba la película como una alegoría del cristianismo, un cabalista descifraba el significado de su numerología. Estudiantes de filosofía disertaban sobre la iteración pos estructuralista y el concepto nietzscheano del “eterno retorno”. Adictos le escribían a Rubin para decirle que la película les había ayudado para superar la abstinencia de drogas. De a poco, pensó que en el fondo su viejo y querido Phil Connors tenía una lección para él.

En el 2012, tiempos de melancólicas remakes y evocaciones al pasado emocional de los 80 y 90, harto de no querer volver a escribir para cine, a Rubin le picó la fantasía de hacer un musical de la película, en parte porque era lo único que no había perdido en la firma de derechos con Columbia. Había dos pesos mediados de Broadway detrás del proyecto: Matthew Warchus estaba interesado en dirigir la puesta, y las canciones estarían bajo la tutela de Tim Warchus, quienes habían trabajado juntos en una versión de Mathilda. Rubin se acopló a la dupla y formó un triunvirato; no solo entregó su historia con un simple apretón de manos y ningún tipo de contrato sino que se sumó a la dirección de actores y a pensar y elegir las coreografías. El día de la marmota tuvo su estreno Broadway este año, con algunos problemas en la función de prensa (el sistema de poleas que hace elevar a los bailarines se rompió en la función de prensa) y el actor principal Andy Karl, que interpreta a un histriónico Phil Connors se lesionó la pierna el primer viernes de función. Contra todo pronóstico, las salas se llenaron de melancos, ex adictos, filósofos y teólogos para comprobar la vieja teoría inventada por el padre del psicoanálisis de que en la repetición está la diferencia y la obra se mantuvo en cartel. Cada día, Phil Connors vuelve a levantarse, llueva, caiga piedra, nieve o salga el sol, y cada día, desde el comienzo del año, Danny Rubin, sentado en la primera fila, acompaña el despertar de su vieja criatura tarareando “I’ve Got You, Babe” con una apretada sonrisa de alivio en la boca.