La sociedad que durante mucho tiempo enlazó a Santiago Loza, dramaturgo, y Lisandro Rodríguez, director, tuvo su punto cúlmine en La mujer puerca. Fue la última obra que hicieron juntos en los tiempos del Elefante Club de Teatro y se convirtió en un fenómeno difícil de explicar, que sintonizó misteriosamente con el público. Pasaron ya diez años y la obra exquisitamente protagonizada por Valeria Lois, tan mínima como potente, reestrenó y sigue vigente. La actriz, Rodríguez y Loza conversan con Página/12 sobre la historia y el regreso de este "clásico en miniatura".

El público se acomoda ahora en las butacas del Estudio Los Vidrios, espacio que Rodríguez maneja desde 2018, para participar de esta ceremonia encabezada por una mujer que siempre soñó con ser santa pero que no puede porque tiene "naturaleza puerca". "No soy católico pero creo en algo. El teatro tiene algo de religión, porque está basado en la esperanza de que algo se puede modificar, aunque sea por un instante. Le viene perfecto que un personaje se ofrende", decía el director diez años atrás

En la platea hay personas que la vuelven a ver; otras que cuentan que se trató de la primera obra que vieron en aquél momento en que estrenó; otras que la vieron ya varias veces. Está, también, Loza, autor de un texto profundo que se entrega en un volante rosa, mismo color de la polera característica del personaje. El folleto evoca el estreno. Loza cuenta que el espectáculo se mostró primero a modo de prueba y que, "de manera misteriosa, produjo una suerte de contagio parecido a un fervor". "Todo lo que sucedió fue maravilla y devoción (...). Quiero evitar la nostalgia porque está mal vista. Pasaron diez años y la ceremonia vuelve a ocurrir. Quienes fuimos parte sólo envejecimos, dejamos de ser una promesa, pasamos de moda, no nos hicimos ni más sabios ni mejoramos como personas, nos alejamos, nos desencontramos, nos volvimos a reunir, seguimos perdidos en la bruma", añade. Contextualiza en la postpandemia este regreso. Valía la pena volver a montar esta "pequeña ficción misteriosa, ridícula, triste, luminosa, exagerada y tierna" que trata, sobre todas las cosas, "del amor".

En el libro Nadadores lentos, de Ediciones DocumentA/Escénicas, Loza --además escritor y cineasta-- se detiene en las particularidades de escribir para teatro: "Escribí siempre para sistemas de producción acotados. Mi ansiedad se correspondía a la precariedad de recursos. Escribía para salas con sillas incómodas, donde los espectadores no podrían tolerar más de una hora. El sistema de producción justificó mi apuro. Lo acotado armó poética (...). Algunos espectadores encontraban refugio en lo mínimo". La mujer puerca fue uno de los "textos breves como puñaladas" que brotaron de su faceta de dramaturgo, desde una "especie de libertad" que no sentía cuando escribía para cine. En este plano, un signo distintivo de la producción de Loza, como se sabe, fueron los monólogos, y dentro de ellos, otro signo: la voz de las mujeres.

"Una mujer ha vivido a pleno para conseguir la santidad. No lo ha logrado, tiene naturaleza puerca. Es mundana, terrenal. El deseo de beatitud no conjuga con su ser. La tragedia de la materia que no está hecha para la trascendencia", se lee en la sinopsis. Esta mujer "común", de pueblo, hace su monólogo desde una pequeña tarima. No se sabe con precisión dónde está; sí que se dedica a servir. Lois ha contado que la polera rosa chicle le da calor, pero que ni en verano se la sacaba, porque es como "el chaleco de fuerza, el poder del personaje". A un costado tiene una mesita con el Sagrado Corazón, una jarra con agua, una crema de conocida marca también rosa. Esta mujer pasó la vida buscando señales de Dios. Dice estar "toda remendada". "Las marcas que tengo no se ven. Pura cicatriz interna. No soy nada para el señor", se lamenta. "Si uno escucha todo lo que dice la gente no cree más. Si uno sigue la lógica no hay milagro", postula tras repasar leyendas, mitos, sucesos de su pueblo. "La puerca" --así es como le dicen sus creadores-- es una historia de fe y amor, la desesperada búsqueda de un interlocutor. También una historia de sexo y de abusos. La historia de una huérfana criada por su tía que acarrea consigo el estigma de que su madre haya muerto cuando nació. 

El díptico Sencilla y Ella merece lo mejor, Asco, La enamorada del muro y La vida terrenal fueron las obras que habían estrenado Loza y Rodríguez en el Elefante. "La puerca", presentada después de un ciclo que se llamó "La voz", suerte de continuidad del mismo, cerró la etapa de la sociedad. Se volvió éxito tanto de crítica como de público. Rodríguez la define como una obra "precaria". Pero, paradójicamente, nada le falta ni le sobra. Tiene, quizá, lo más importante: una actriz que genera la devoción de la que trata, en parte, la obra. Tanto el dramaturgo como el director apuntan a la labor de Lois cuando se les pregunta por qué La mujer puerca generó lo que generó y genera lo que genera. Al ver la obra es fácil coincidir con esta idea. "Había mucha vitalidad en ese momento, y terminó de eclosionar en La mujer puerca. Algunas obras eran más logradas, otras más pifies, pero fue una búsqueda conjunta que tuvo en 'La puerca' su expresión más amorosa. Es una obra rarísima. No la escribí pensando en Lois. Se pensó para otra actriz que finalmente no quiso. Hay algo que me sigue pasando como espectador, más allá de que sea mi texto", dice Loza a este medio.

Una curiosidad es que estuvo a punto de no estrenar. Otra es que se probó con la presencia del personaje masculino que está en el texto original, en el que "la puerca" está cuidando a un señor mayor. "Fuimos a esa imagen primero y después la desarmamos en función de lo que sentíamos que convenía actoralmente y como imagen en general, hasta llegar a esta mujer sentada en un banquito con una mesa con cosas que conforman su mundo y que no se mueve de ahí, que le habla a la gente. Cuando estrenó algo avanzó hacia otro punto. La gente siendo iluminada y observada por el personaje. Se armó algo singular y único", recuerda Lois, actriz popular a quien también se ve en el teatro comercial y oficial, en televisión y en cine, y que aquí muestra una actuación demoledora y magnética sin ser excesivamente técnica.

Ella venía de hacer obras con grupos, rodeada "de amistad y confianza". De pronto se encontraba trabajando con un director que no conocía, al cual tuvo que "querer rápidamente", y afrontando su primer unipersonal. "Estaba muy insegura. Me generaba mucha contradicción, porque era algo que quería hacer. El texto me parecía hermoso, una apuesta increíble, pero me daba miedo no poder resolver apoyándome en nadie", confiesa. "Teníamos muy poca expectativa. Vale no quería estrenar casi. Le daba vértigo. Pero me encanta eso. Se la ve muy segura pero es sumamente frágil al mismo tiempo. Al trabajo le hace muy bien'", agrega Rodríguez. Loza cuenta que, a diferencia de otras puestas sobre sus textos, en este caso disfrutaba de ver las funciones. "Este regreso me da la posibilidad de probar de vaciar aún más la actuación de la actuación. Antes sentía que tenía un compromiso, la necesidad de mostrar algo, un heroísmo, como una cosa de inmolarse en escena. En este momento siento más la sensación de que la obra transcurra entre la actuación y la persona", define Lois.

Sobre el éxito de la pieza, Rodríguez analiza: "Siempre es una conjunción de factores, pero creo que lo que hace Valeria con el material es extraordinario y vigente. Es como una especie de monólogo que vende cierta religiosidad, pero es re punk. Es un stand-up medio punk, pero ficcional y poético. Ella se permite decir cosas espantosas. Es un personaje accesible, pero a la vez no te lo podés encontrar en cualquier lado". La iniciativa del regreso fue del director y la actriz: "Charlamos mucho sobre qué sentido tenía hacerla. Lo que se actualiza es el abordaje de ella con el material. No tiene que cambiar el texto. Ensayamos un par de veces pero nunca como antes. No hay que hacerlo. De hecho, Vale no quiere ensayar conmigo sola. No se arma sentido: tiene que haber gente para ensayar". Loza cuenta que, también ahora, tuvo intercambios con Lois para pensar en algunos aspectos del texto, como por ejemplo el abordaje de la prostitución. Ella se "sigue haciendo preguntas", y eso da vida al material.

Hubo otras versiones, incluso en otros países, como Estados Unidos, con respeto hacia el texto original con el personaje masculino. Loza nunca pudo desprenderse de esta. Es la que más le gustó. Concluye: "La crítica fue buena. Vale no ganó ningún premio, lo cual fue raro. Pero lo que más me impresionó fue que se diera, dentro del ámbito alternativo, un fenómeno medio popular: iban personas a verla varias veces. Tocó algo y no lo sé definir. Para mí tiene algo especial. Me conmueve y me sigue conmoviendo. No siempre en el teatro algo acontece realmente. No sé dónde está el misterio. Estoy realejado del teatro ahora, pero cuando veo esto, me digo: es un lugar de protección. En una situación tan hostil como la que se vive, que de pronto suceda esto, para mí es zarpado".

*La mujer puerca se presenta los sábados en Donado 2348. En octubre las entradas están agotadas pero se puede reservar para noviembre.