La película podría empezar con Félix Nebbia y Roberto Chavero –el padre de Litto y el futuro Atahualpa Yupanqui respectivamente–, dos bohemios incurables y geniales, compartiendo una pensión de mala muerte en Sunchalez, en el barrio Pichincha de Rosario: diccionario en mano, ambos pasan la tarde buscando el nombre artístico del folklorista hasta que eligen los nombres de dos indios peruanos hermanos, hijos del Emperador Huayna Capac, allá por el 1535: Atahualpa y Yupanqui. “Años más tarde me encontré personalmente con Yupanqui en la entrega de unos Premios Konex, en 1985. En un momento que nos sacaron una foto juntos, sin dirigirme la mirada me dijo: ‘tu padre era un gran tipo, lástima que siempre andaba preocupado por la maldad del mundo’”.

La anécdota, que no está incluida en Mi Banda Sonora, el nuevo libro de Litto Nebbia recién editada. es solo una de las tantas historias que marcaron la infancia de un músico que, apenas siendo un adolescente, se convirtió en un pionero del rock en español y que aún ahora, ya con 69 años, no para de producir, componer, tocar, pensar.

Pero más allá de la prolífica producción de Nebbia, que desde 1989 viene auto gestionándose desde Melopea, su propia discográfica, la edición de este libro también funciona como un manifiesto vital y cálido de la música independiente y de los derechos de la comunidad musical. Nebbia se anima también a desafiar incluso al grotesco sistema de expoliación de los músicos que encarnan hoy en día empresas como Sony Music Entertainment (quienes a pesar de haber ganado fortunas con su música ha mostrado un desinterés por lo menos curioso) o editoriales como Warner-Chappell. En estos momentos Litto está en juicio con la editorial y protagoniza un enfrentamiento tal vez histórico con la compañía (ver recuadro). Pero aunque uno de los puntos fuertes del libro sean todos los testimonios de la valentía y la fuerza con la que Nebbia encontró un camino alternativo a la auto victimización y fatalismo que caracteriza en general a las estrellas de rock, el libro resulta ameno y rico en historias, musicales, cinematográficas y vivenciales. Aunque se complemente muy bien con Una Mirada (más caprichoso y filosófico, del 2013), y con Mi Discografía (casi un catálogo condimentado con deliciosas anécdotas que pone un poco de orden para los melómanos y nebbieros, del 2014) Mi Banda Sonora enfatiza la temprana y duradera pasión del músico por el cine y sus bandas sonoras.

POBRES Y LIBROS

Más allá de su origen humilde y la privaciones y dificultades que pasó, la infancia de Nebbia estuvo totalmente marcada por la pasión musical de sus padres, Félix y Martha, una familia humilde, pero con un gran acceso a la cultura (como diría Atahualpa: “Pobres, pero con libros”). A los 4 años, después de salir del cine de ver High Noon (A la hora señalada, dirigida por Fred Zinneman, con Gary Cooper y Grace Kelly), Félix le pidió a Litto de cantar la melodía principal que cantaba Frankie Lane; y, ya que le salía tan bien, que también improvisara un poco a partir de motivo principal, en el que acaso sea el primer recuerdo consciente de Litto de empezar a explorar el mundo de la improvisación (que no es otro que el de la composición). Figuras legendarias de la música mexicana como Agustín Lara, José Mojica y Alfonso Ortíz Tirado solían presentarse en vivo en aquella época por Rosario y frecuentaban (y admiraban) al padre de Litto: “Mi padre, por su voz, era preferido del Dr. Ortiz Tirado y le había escrito un papel con unas frases dedicatorias que rezaba: ‘si mis compatriotas lo escucharan cantar, le besarían los pies’. Documento que mi padre luego mostraba orgullosamente. Y Agustín Lara le mostraba nuevas canciones y llegó a tenerme en brazos en la pensión”.

A los 8 años, su padre (admirador de los Beach Boys y de Los Beatles, a los que conoció cuando su hijo se compró el simple de Twist and shout/This boy, su primer disco) llevó a la pensión al compositor de tango y pianista Virgilio Expósito para que lo escuchara cantar. Décadas más tarde, en 1993, producirían juntos para Melopea Cancionística/ Melódico, su último disco editado. Más o menos a la misma edad, Félix Nebbia (que nunca dejó nada suyo grabado) le hizo grabar al niño prodigio un par de canciones que cada tanto aparecen en algún compilado, en las que increíblemente ya mostraba sus inconfundibles tarareos.

Aunque probablemente esto sea lo más parecido a una biografía suya, el foco de este libro está puesto en su admiración por directores como John Cassavetes, John Huston o Ingmar Bergman y por compositores de bandas de sonido como Max Steiner o Alex North, así como en su obsesión por el inicio de El Halcón y la Flecha de Jacques Torneur. Aunque su trayectoria como cantautor y su desinterés por adaptarse a la industria hacen que esa faceta se soslaye, Nebbia (que también cuenta cómo rechazó incluir una de sus canciones en la exitosa serie Breaking Bad por su conflicto con la editorial Warner/Chappel) hizo más de 20 bandas de sonido de films, entre las que se destaca la producción de la banda sonora de Quien quiera oír que oiga de Eduardo Mignona, aquel de “si la historia la escriben los que ganan eso quiere decir que hay otra historia”. 

Además de ofrecer un retrato contundente del personaje y de algunas de sus aventuras, opiniones y gustos, Mi banda sonora también sirve para darle otra perspectiva a su música: la influencia del cine de los 50, 60 y 70 es clave en el imaginario de Nebbia, pero también en su música, ese híbrido tan personal como colectivo que Andrés Calamaro en el prólogo define como una síntesis de “candombe rioplatense, tango crepuscular, fusión folklórica, música de película, jazz de la tierra y géneros auténticos”.

Aunque la elección no sea casual (además de ser músico y productor Andrés fue siempre un tipo generoso y muy consciente de su identidad), Nebbia, como un padre que no pretende hacer diferencias señala que “tanto Andrés como Fito o Gieco o Charly, cualquiera de ellos podrían haber escrito el prólogo del libro. Sencillamente porque todos ellos me conocen por igual, de alguna manera”.

UN DESERTOR PATRIOTA Y FIEL

Como alguna vez lo definió Alejandro Medina, el autor de “Nueva Zamba para Mi Tierra” es un “patriota”, pero también fue considerado en algún momento un “desertor a la patria” cuando se negó a hacer el servicio militar, situación que lo llevó a estar detenido en 1971 y de la que ‘zafó’ por la amnistía a la clase 1948 que otorgó Alejandro Agustín Lanusse. El ex Los Gatos siempre cae parado y parece efectivamente tener siete vidas... o un ángel guardián bastante eficiente: “La figura que puedo reconocer como ‘ángel guardián’ tiene que ver con eso que ronda por tus pensamientos cuando te vas a dormir, y casi siempre tiene que ver con lo que has realizado durante el día, la semana. Esa ayuda que a veces uno recibe, para mi tiene que ver absolutamente con la idea que tengas de la fe, la vocación, la abnegación”. Justamente la abnegación es la virtud que siempre destaca el músico del otro personaje clave de esta película de su vida: Martha Nebbia. Profesora y concertista de piano, su madre tuvo que escaparse de su casa un par de años antes de su nacimiento: su rol como líder de la Orquesta Típica de Señoritas Los Colonos (en la que lideraba una orquesta de tango integrada por 14 mujeres) y su relación con un bohemio como Félix resultaban totalmente inaceptables para su familia. El trío sobrevivió como pudo, enseñando y haciendo música. Hubo un momento en el que cada miembro de la familia tuvo su programa semanal en la radio (Litto cantaba los domingos al mediodía).

Pionero del rock local con Los Gatos Salvajes en 1965 (la banda que armó con Ciro Fogliatta fue la primera que compuso rock en castellano) pero a la vez uno de los más severos críticos de sus taras, vicios, pretensiones y manías, el imaginario del rosarino está en las antípodas del paradigma del rockero machista, sexista, drogón y hasta abusador. La adoración de Litto por su madre, por su hija Miranda o por Alex (su mujer desde hace 17 años) coincide con el rol positivo que siempre tuvieron las mujeres en sus canciones, que en el caso de “Más que Loca” (del álbum 1981) son casi protofeministas. No sorprende entonces que Nebbia le de una relevancia casi nula a su relación con Pappo, con quien grabó los últimos discos en Los Gatos. Lejos de la apología del cabaret, el backstage o la discoteca, Nebbia le canta al hogar, a la soledad, a los viajes y al amor sin tener nunca miedo a ser cursi ni exponer sus verdaderos sentimientos. El Hombre que Amaba a Todas las Mujeres (discazo de 1997 que también cita el film de François Truffaut) le debe muchísimo a su madre: ella fue la que atendió en su adolescencia, cuando finalizó el primer trimestre de segundo año del secundario, a su pedido de dejar de estudiar algo de lo que “nunca iba a trabajar”: “Fue muy importante, sentirte escuchado a esa edad, en ese tiempo. ¿Qué le hubiese dicho a Miranda si me hubiese planteado algo así? Hubiera reaccionado de igual manera. De hecho, jamás obligué a mi hija a que siga determinada carrera, si bien es lógico que  fuera proclive a tareas humanísticas. Pero seguro que la relación con mi madre tiene mucho que ver con cómo soy. La Madre, la Tierra, la Noche, la Guitarra, la Poesía, la Vida, la Libertad”. 

A esta enumeración le podríamos agregar algunas mayúsculas más: la Fidelidad, la Amistad y esa Familia que generan las afinidades selectivas: la relación de Nebbia con Mario Sobrino, Marcelo Vega y Enrique Villafañe (trío que conforma Melopea) es la sólida base de esa independencia que también permitió el rescate de cientos de grabaciones del mejor tango, folklore y jazz y demás músicas ninguneadas por la industria: desde las creaciones e investigaciones sobre el folklore argentino de Leda Valladares hasta los últimos discos de Enrique Cadícamo, Ernesto Goyeneche, Héctor Stamponi, Tito Reyes y producciones de Cuchi Leguizamón, el Dúo Salteño, Domingo Cura (quien grabó con Nebbia en 1972 Despertemos en América, en su momento prohibido), Suma Paz, Fats Fernández, los hermanos Leandro “Gato” y Rubén Barbieri o de colaboradores suyos como Rubén Rada, Juan Carlos Ingaramo, Daniel Homer, Facundo Cabral y, más cerca en el tiempo, del propio Calamaro, Leo García o Los Reyes del Falsete, entre muchísimos otros. “A pesar de que no todo resulta tan igual como lo planeás, aquí con estos muchachos se ha dado, se da. Actúan recíprocamente a cómo uno actúa, o al menos, a cómo yo creo que siempre me he comportado. Hemos pasado muchas situaciones juntos, buenas, malas, regulares, felices, tristes y demás, pero hemos vivido con un criterio de fidelidad por lo que se hace. Y eso es invalorable”.