La Gran Recesión que comenzó con la crisis de las subprime en junio de 2007 en los Estados Unidos aun no terminó. En 2008, la estafa financiera de las subprime, permitida por la supresión de las normas que regulaban el sector bancario y financiero, produjo la quiebra de grandes bancos. El caso más notable fue Lehman Brothers. Otras entidades fueron estatizadas. 

El Estado británico destinó 70 mil millones de libras en los rescates del Royal Bank of Scotland, Lloyds, Halifax Bank of Scotland y estatizó en febrero 2008 el Northern Rock. 

El Estado de los Estados Unidos gastó 188 mil millones de dólares para salvar Fannie Mae y Freddie Mac, y otra suma millonaria en AIG y empresas del sector automotor. 

El Estado francés desembolsó 8 mil millones de euros para salvar la Socièté Générale, y el Estado alemán no confesó cuánto gastó para salvar las Landesbanken, Hypo Real Estate o la Deutsche Bank, ni el suizo para la recapitalización de la UBS. 

Los Estados de los Países Bajos, Bélgica y Luxemburgo nacionalizaron parcialmente Benelux Fortis, Dexia. En España, la telenovela de Bankia y del Santander aún no terminó a pesar da la ayuda de 100 mil millones de euros obtenidos por Rajoy de la UE, en 2011.

 Los dirigentes del social liberalismo y de la derecha trataron de convencer a la opinión pública de que el rescate de los bancos no había costado nada. Unos años después los bancos habrían devuelto las sumas de dinero que se les había prestado y los nacionalizados habían producido dividendos girados al Estado por el equivalente al costo de la nacionalización. 

El Departamento de Comercio de Estados Unidos que había “invertido” 421 mil millones de dólares aseguró que había obtenido dividendos ligeramente superiores. Christine Lagarde, directora del FMI, en esa época ministra de Economía de Francia, que había salvado “in extremis” la Socièté Générale, aseguró que la entidad había devuelto el préstamo más los intereses al 8 por ciento anual. 

El relato liberal fue que el Estado no había utilizado los impuestos de los contribuyentes para salvar a los banqueros. Nadie ha tratado de saber cuál ha sido el costo real de crisis. El FMI, en el 2010, lo evaluó en 5 billones (millones de millones) de dólares pero la cifra parece inferior. Y es cierto que los economistas ortodoxos no escribe sobre el tema ya que para la historia de crisis del 1930 hubo que esperar hasta 1955 cuando John Kenneth Galbraith, un gran economista heterodoxo, publicó El Crash de 1929, donde expone las estafas y desfalcos de los responsables de las grandes y pequeñas entidades bancarias y financieras y la complicidad de los políticos neoliberales.

Desempleo

Si la quiebra de los bancos y sociedades financieras causó malestar en los medios financieros cosmopolitas, fue solo el comienzo y el aspecto más espectacular de la crisis. Lo más grave para centenares de millones de personas vino después. La caída prolongada de la actividad económica provocó un aumento del desempleo que alcanzó niveles desconocidos desde la crisis del 1930. En Estados Unidos llegó al 10 por ciento de la población económicamente activa, más una cantidad indeterminada de personas probablemente entre 7 y 10 por ciento que se retiró “del mercado de trabajo” y que no aparece en las estadísticas. 

En Francia, en la Oficina del empleo están inscritas 6 millones de personas, pero la tasa de desempleo oficial solo llega al 10 por ciento, en España el desempleo alcanza el 21 por ciento. En Inglaterra, Italia, Austria, Bélgica, Holanda y Alemania solo se cuenta una parte irrisoria de los desocupados. Un sector importante de la población económicamente activa es considerada “económicamente discapacitada” y, por lo tanto, obtiene ayudas sociales y ya no está contada como desempleada en los países más ricos, pero en los otros, como no existen dichas ayudas, son desempleadas.    

En el informe de mayo 2017, el Banco Central Europeo, indicaba que además del 9,5 por ciento de desempleados en el sentido OIT en la zona Euro había que agregar las personas subocupadas que representaban el 19 por ciento. 

La capitalización de las empresas en las principales bolsas del mundo se redujo en un 50 por ciento en 2009, el comercio internacional se estancó, la inversión extrajera directa disminuyó, las transacciones financieras internacionales, que fueron en parte responsables de la crisis, se contrajeron en 33 por ciento, el precio de las materias primas bajó de manera espectacular. El precio del barril de petróleo pasó de 150 dólares en 2008 a 50 dólares en la actualidad.

La situación hubiera podido ser peor de no haber mediado una baja inmediata de la tasa de interés y la aplicación de políticas monetarias heterodoxas llamadas Quantitative Easing, facilidades cuantitativas (que los economistas ortodoxos llaman ridículamente “no convencionales”). El Banco Central Europeo mantiene la tasa de interés a 0,25 por ciento anual, la Reserva Federal, en 0,75, el Banco de Japón, en 0, y el Banco de Inglaterra, en 0,25 por ciento. 

Deuda

Para sostener la actividad económica los gobiernos se endeudaron y en ciertos casos, como Estados Unidos, el déficit presupuestario alcanzó el 11,5 por ciento del PIB en 2011. La deuda pública de países europeos, Japón y Estados Unidos es astronómica.

 En un primer momento, entre 2007 y 2009, el PIB de los países de alto nivel de ingreso de los dos costados del Atlántico Norte disminuyó en un 6 por ciento. En 2017 el PIB de la zona Euro será equivalente al de diez años atrás, mientras que el PIB de Estados Unidos solo es superior en 9,5 por ciento, lo que implica un crecimiento promedio de menos del 1 por ciento por año. 

 El PIB per capita de la zona Euro es idéntico, mientras el de Italia es 8 por ciento menor al de 2007 y el de España, -3,5, el de Francia, +2,0, el de Alemania, +6,5 por ciento. El volumen de la producción industrial española es 24 por ciento inferior al de diez años atrás, el de Italia -22, Francia -15, el Reino Unido -3, el alemán es equivalente y el del conjunto de la zona Euro inferior al 7 por ciento.   

 La consecuencia más notable, señalada por Paul Krugman, es que en los Estados Unidos el nivel del ingreso del 75 por ciento de los ciudadanos que ganan menos, que incluye la gran clase media, es hoy inferior al de 2008. El incremento del Producto global fue enteramente absorbido por los sectores de altos ingresos, el 1 por ciento que gana más. En los últimos diez años, como señaló Thomas Piketty en su libro El capital en el siglo XXI, los sectores de altos ingresos se favorecieron con la Gran Recesión.

Gasto público

Hoy las sirenas neoliberales que llevaron a estrellar la económica mundial afirman a coro que hay un “repunte” del crecimiento; pero la persistencia de la deflación, el crecimiento escuálido, la caída de los salarios reales, crean una enorme incertidumbre sobre la reactivación de la demanda. Hasta neoliberales, como M. Wolf del Financial Times o B. Emmott director de The Economist, que ayer condenaban las propuestas heterodoxas, admiten que las variables monetarias, baja de la tasa de interés y las “facilidades cuantitativas” parecen insuficientes para obtener una reactivación persistente de la economía mundial. Proponen que “quizás” sería conveniente utilizar el gasto público para afianzar el crecimiento económico. 

 La mayor parte de los economistas keynesianos pensamos que la salida de la Gran Recesión necesita que la política monetaria sea apoyada por un aumento del gasto público y de un incremento de los salarios. Esto implica cambiar las tendencias subyacentes a la baja de los salarios debido a la acción de las políticas neoliberales, promover la inversión en infraestructuras, en educación, en un crecimiento decarbonado y en programas de salud.

* Doctor en Ciencias Económicas de la Universidad de París. Autor de Le péronisme de Perón à Kirchner, Ed. de L’Harmattan, París 2014. Editado en castellano por Ed. de la Universidad de Lanús, 2015.

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