Gladis Cuervo solía llevar una aguja de tejer en la cartera en los tiempos en que le tocó declarar ante la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep) o en el Juicio a las tres primeras Juntas. Un día, un grupo de matones se había presentado en la fábrica en la que trabajaba y había amenazado al portero. Otro día la habían seguido en la calle o llamado a la casa que alquilaba. Había entendido el mensaje: no querían que declarara sobre lo que había vivido en el centro clandestino de detención que funcionó en el Hospital Posadas durante la dictadura. Pese al terror, fue una de las cientos de sobrevivientes que declararon en el juicio contra los excomandantes. Su testimonio y los de otros detenidos-desaparecidos vuelven a tomar centralidad a partir del estreno de la película Argentina, 1985 –que puso nuevamente en el tapete la discusión sobre el reclamo de verdad y justicia–.

A Gladis la secuestraron en noviembre de 1976 en los pasillos del hospital. Durante semanas estuvo recluida tan solo a unos metros del edificio central, en un chalet que estaba dentro del predio. Después, pasó a una dependencia de la Fuerza Aérea. Muy malherida, logró sobrevivir y reencontrarse con sus dos hijos. Llegada la democracia estaba mirando televisión. Vio que mostraban a Jorge Watts y que decían que gracias a su testimonio se había podido saber que en un determinado lugar había funcionado un centro clandestino –el Vesubio–. “Pucha –pensó. Si yo no digo lo del Posadas no se va a saber”. Les preguntó a sus hijos si debía ir a la Conadep. Su hija mayor, Andrea, la acompañó. Nada fue fácil.

– ¿Qué pasa, señora?-- le preguntó con fastidio Luis Moreno Ocampo cuando ella golpeaba sin pausa la puerta de la fiscalía.

– Déjeme pasar que estoy con un represor– le imploró. Se acaba de cruzar en el pasillo de Tribunales con un exintegrante de la Armada que oficiaba de coordinador del grupo de tareas que operaba en el Posadas.

Gladis declaró el 14 de agosto de 1985 ante la Cámara Federal. Esa fue la última audiencia de testimonios antes del alegato de la fiscalía. “Fue una catarsis. Yo tenía pánico escénico y pensé que nunca lo iba a poder contar”, dice.

Declarar

Es sábado por la tarde e Iris Pereyra de Avellaneda espera para entrar a una función de Argentina, 1985 con su nieta y otras tres chicas. Es una proyección pensada para pibes y pibas a quienes la dictadura les parece un pasado remoto. No saben que Iris vio la película un día antes y mucho menos que ella es una de las protagonistas de la historia. 

En el filme verán un flash de ella contando que fue secuestrada, torturada y que salió dispuesta a todo –incluso a meterse en Campo de Mayo– para encontrar a su hijo de quince años a quien habían “chupado” junto con ella. Dirá, entre sollozos, que nadie se animaba a decirle que el Floreal “Negrito” Avellaneda estaba muerto y que su cuerpo había aparecido en las costas uruguayas. Una película que cuenta hechos dolorosamente reales permite que en un cine cualquiera uno pueda toparse con parte de la historia.

“El Juicio a las Juntas fue algo grandioso. Yo me siento responsable, en parte, de eso porque fui a declarar”, dice Iris, militante comunista y presidenta de la Liga Argentina por los Derechos Humanos (LADH). “Dentro de la situación horrible que había vivido, en el Juicio me trataron bien”, recuerda. “El asco que sentí fue al ver a los milicos”, recuerda.

Guillermo Lorusso es uno de los fundadores de la Asociación de Ex Detenidos Desaparecidos (AEDD), que se creó en octubre de 1984. Junto con Adriana Calvo y Watts fue uno de los integrantes de ese organismo que declararon en el Juicio a las Juntas. Antes del inicio del juicio, la AEDD había firmado un documento en el que sostenía que en la Argentina no había justicia y probablemente no la hubiera y criticaba que únicamente nueve jefes militares se sentaran en el banquillo cuando había miles de torturadores por las calles. "Desde ya que sentimos como nuestra obligación concurrir a dar testimonio. Lo haremos ante este estrado y ante cualquier otro que signifique desenmascarar aun más a todos los responsables del mayor crimen cometido en la historia de nuestro país", escribieron.

Guillermo tiene una mirada más crítica del juicio. Recuerda que el día en que le tocó testimoniar sobre su paso por el Vesubio declararon sindicalistas que habían sido complacientes con la dictadura. “Quienes militábamos en partidos políticos pensábamos que nuestras declaraciones debían ser políticas: mostrar cuáles fueron los objetivos del golpe y abundar en la cuestión económica”, comenta.

Una responsabilidad

Miriam Lewin trabajaba en una revista infantil como redactora cuando le tocó declarar en el Juicio a las Juntas sobre su secuestro en manos de la Fuerza Aérea y su cautiverio en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA). En la fiscalía le habían recomendado que no pasara la noche anterior a su declaración en su casa y que no volviera por un par de días. "Las condiciones de seguridad no estaban garantizadas ni por la fiscalía ni por la Cámara Federal", remarca.

Cuando recibió la citación para presentarse, tuvo que ahuyentar los miedos de su madre.

–Te vas a meter de nuevo en líos.

– Mamá, para mí es una responsabilidad. Si yo hubiera sobrevivido a Auschwitz, ¿me habrías dicho que no declarara en Nuremberg?

Durante años, Miriam había memorizado los apellidos de los represores que actuaron en el campo de concentración de la Marina. Lo mismo habían hecho otros compañeros. Algunos los recordaban fonéticamente, no sabían cómo se escribían. "No sé por qué los memorizábamos", dice. Aunque sí recuerda que un día, mientras estaba en el sótano de la ESMA, se apareció el represor Roberto González y le dijo con sorna: ¿Ustedes van a declarar contra nosotros en los juicios de Quilmes?".

Nueve años esperando

Pablo Díaz se tomó un micro el 9 de mayo de 1985 para llegar a declarar acerca de su secuestro y el de otros estudiantes secundarios en lo que se conoció como La Noche de los Lápices. Nadie lo fue a buscar ni nadie lo esperó. Su familia se enteró por la televisión que iba a testificar.

Pablo solía pasar largo rato en la fiscalía de Julio Strassera. Trabajaba en el caso de La Noche de los Lápices con Mabel Colalongo. Un día estaba sentado allí y pasó el fiscal y le tocó la cabeza.

-- Vos vas a hacer este historia-- le dijo Strassera.

--Si llegás vivo-- retrucó Colalongo y los tres se rieron.

Su declaración –recreada en Argentina, 1985– fue una de las más significativas del Juicio. "El testimonio en el Juicio a las Juntas yo creí que era ante la justicia divina y la justicia terrenal", recuerda. Cuando terminó de relatar su paso por centros clandestinos como Arana o el Pozo de Banfield, se abrazó con Moreno Ocampo y le dijo: “Estuve nueve años esperando esto”.