Me gustaría comenzar esta columna haciéndoles una pregunta: ¿conocen a alguna mamá trava? Estoy segura de que sus respuestas estarán muy lejos de la historia que estoy por contarles a continuación. Esto es así porque cuando hablamos del rol materno, el imaginario colectivo no contempla demasiado a las personas trans. No estoy refiriéndome a experiencias como la de Mariela Muñoz o como la mía, sino a otras maternidades que no están visibilizadas, y que cumplen la misma función: educan, forman, aman, que tienen la palabra justa cuando se necesita, o que ofrecen un abrazo cálido cuando la vida pesa.

Las mamás travas a las que aludo no son populares y sus historias solo son conocidas por algunxs pocxs. Son relatos de una triste realidad signada por el desprecio, el abandono y la resiliencia. Como ya le he contado en otra oportunidad, el porcentaje de expulsión del hogar para las personas trans es muy alto. Por eso es muy frecuente escuchar historias de cómo se forman estas familias que no están unidas por la sangre, sino por el desprecio de sus parientes biológicos.

La primera vez que conocí a una mamá trans fue hace más de 30 años. Recuerdo que la curiosidad y el deseo de vivir como una mujer trans me llevaron a esa casilla de Loma Verde a conocer a la Mery, la protagonista de esta columna. La casa era muy conocida en el barrio, ya que era frecuentada por muchas travestis y maricas de la zona. No era fácil acceder a ese mundo de palette y plumas con olor a Sweet Honesty de Avon, un perfume tan fuerte y tan trava… No sé, quizás lo recuerdo así porque en ese entonces lo sentí por primera vez.

La Mery, dueña de la casa, era una trava grande. No sé con precisión los años que tenía, ya que la noche y la silicona líquida habían hecho estragos en esa figura. Era muy exuberante y su cuerpo le daba mucho orgullo, a pesar del dolor que le provocaba cargar con tanto aceite de avión en las caderas. La veía en el invierno ponerse de espalda muy cerca de una estufa a gas con pantalla típica de los años 80, porque decía que el aceite se enfriaba mucho en el invierno. Las travas que tenían más confianza con ella se burlaban y le decían: «¡Cuidado, nena, que te vas a prender fuego: sos 100% inflamable!».

La suya era una gran familia diversa, que estaba compuesta por chicas de la zona y barrios cercanos. Casi siempre se conocían en la ruta trabajando. Los escalafones eran moneda corriente en esa época: las travas nuevas iban al final de la fila, ya que debían pagar el derecho de piso. En la casa era igual. Las novatas eran las que se encargaban de la limpieza y eran un blanco fácil de las mayores. En esa época las travestis grandes eran muy respetadas entre sus pares y más si habían trabajado en Europa. Quizás el respeto tenía que ver con haber sobrevivido a las largas noches en la ruta y a la policía. Hacer la calle en esos años era una cuestión de vida o muerte.

La Mery no era una persona que demostraba cariño: más bien era hostil con las chicas, pero si alguien de afuera les decía algo o se metía con alguna de ellas, saltaba como una fiera. No sé si ella alguna vez se había propuesto ser madre de todas estas travas que pasaban por su casa. Quizás veía en las más jóvenes lo mismo que vivió ella de chica al ser expulsada de su casa. Ella les pasaba todo su conocimiento: cómo maquillarse y peinarse, de qué manera defenderse si un cliente se ponía bravo, cuántas inyecciones de silicona debían ponerse en las caderas: era un libro abierto para las travas.

Y las peleas… ¡era batallas campales! Como en tantas familias. Un día la vi lagrimear cuando discutía con una trava tratando de abrirle los ojos porque su «novio» la estaba viviendo. Todavía recuerdo el impacto de la respuesta que recibió: «no sos mi madre para meterte en mi vida».

La Mery formó a muchas chicas en los años que vivió, no sé cuántas le habrán dado las gracias. Así como la Mery, hay muchas historias de mamás travas que fueron cobijando a muchas travitas desamparadas, que celebraron la navidad, sus cumpleaños, y muchos momentos lindos lejos de la hostilidad. Estas mamás les mostraron a muchas un mundo de colores donde todo era oscuridad.

Hoy quiero decirles feliz día a todas las mamás travas de Argentina.