La escena transcurre en un cine de esta ciudad al terminar la proyección de “Argentina 1985”. Hay gente que sale emocionada, llorando. No es para menos, el guion del film muestra el talento y la dignidad de unos funcionarios que, acompañados por un grupo de jóvenes decididos, escriben quizás la página más honrosa en la historia de nuestro Poder Judicial. Está lloviznando, algunos se quedan charlando en el hall del cine. Son pequeños grupos de personas de mediana edad para arriba. Quizás esperan el auto que los venga a buscar. Cercano a nuestra posición se escucha un diálogo que se desliza entre comentarios sobre la película para luego pasar a las variables del dólar, la actual situación política y las dificultades de la economía. Una suerte de vacío silencioso se abre entre los participantes hasta que uno de ellos, como si nada, dice: “es que hay cosas que solo se arreglan metiendo bala”. Aunque cueste creerlo, en el hall del mismo cine donde la gente --incluidos los protagonistas del dialogo mentado-- sale emocionada por el juicio que condenó a los genocidas del terrorismo de Estado, alguien propone arreglar las cosas metiendo bala.

No es la psicosis, son los inconscientes

Encuentro que este ejemplo estremecedor prueba que la comisión de hechos tales como instalar guillotinas y bolsas mortuorias en Plaza de Mayo hasta gatillar un arma a centímetros del rostro de la vicepresidenta no obedece al desvarío de algunos “loquitos sueltos” sino al discurso que, incentivado desde precisos sectores del poder real, cala en ciertas capas de nuestra sociedad. Algunos colegas y compañeros eligen caracterizar estas manifestaciones bajo el sesgo de la psicosis. No coincidimos. No es la psicosis, son los inconscientes. En particular lo que se refiere a la tarea de hacerse cargo de la parte que a cada Uno le toca en el embrollo que hoy nos toca vivir. Bien podríamos arriesgar que se trata de esa posición subjetiva que Hegel supo denominar “alma bella”. Para decirlo en pocas palabras: ese quien ante todo conflicto se presenta como diciendo: “con esto no yo tengo nada que ver”. En todo caso se trata de una suerte de locura pero jamás psicosis. El psicótico no puede ubicarse como alma bella, tiene lo real (léase en este caso el horror) en el umbral de su casa que carece de puerta. Mientras que al neurótico le sobran puertas, candados y cerrojos para hacerse el distraído de “que vive (en todos los sentidos, incluso económico, del: de qué se vive) precisamente del desorden que denuncia (...) infatuado de su sentimiento, que erige en ley del corazón”[1].

En todo caso podemos acordar que hoy la debilidad mental que Lacan diagnosticó como rasgo esencial del ser hablante se presenta en su matiz más desvergonzado e impune, una suerte de qué me importa apenas velado por eufemismos de república y libertad. Se trata de un muy especial tipo de locura cuya emergencia no se compadece con el cuadro mórbido de la esquizofrenia sino con una muy específica posición subjetiva afín a “la ley del corazón” que Hegel supo acuñar y que Lacan ilustra en su texto Acerca de la causalidad psíquica: “...el loco quiere imponer la ley de su corazón a lo que se le presenta como el desorden del mundo, empresa 'insensata' (...) por el hecho de que el sujeto no reconoce en el desorden del mundo la manifestación misma de su ser actual (...) Su ser se halla, por tanto, encerrado en un círculo, salvo en el momento de romperlo mediante alguna violencia en la que, al asestar su golpe contra lo que se le presenta como el desorden, se golpea a sí mismo por vía de rebote social”[2].

Debilidad mental o locura

De esta forma el encierro al que la infatuación del Yo lleva al sujeto no tiene otra salida que la violencia, sea vía la exhortación a meter bala o por el desenfreno propio de la horda. Como muestra vayan aquellas marchas anticuarenta compuesta por personas con discursos inconexos, sin sentido e imposibles de articularse entre sí, pero cuya nota común es la exacerbación narcisista que sólo el odio logra reunir. Pasta de la cual, por supuesto, tomó provecho el poder económico que hoy rige en nuestro país. En este escenario la opción entre neurosis-psicosis no parece brindar mayores recursos para el análisis. En su lugar encontramos que estas actuales presentaciones fluctúan entre la locura y la debilidad mental propuesta por Lacan en sus últimos seminarios. La primera como el rasgo paranoide constitutivo de la personalidad por la cual un sujeto llega a creerse “alguien”; en tanto de la segunda dice: “Llamo debilidad mental al hecho de ser un ser hablante que no está sólidamente instalado en discurso”[3]. Es decir una suerte de vulnerabilidad ante la palabra del Otro cuyo resultado según los casos termina en la cobardía, la inhibición o la violencia.

Al respecto, Jacques Alain Miller[4] destaca la particularidad de esta última posición cuando refiere la “poca personalidad” de quien le cree al Otro que le dice: “quiero tu bien”: libertad por ejemplo. En este punto el anhelo de Brenda Uliarte (y sus amigos de la banda de los Copitos, Revolución Federal y allegados) de ser San Martín (ser alguien) no podría ser más ilustrativo de esta “poca personalidad” devenida en deshechos de la voluntad de goce de algún canalla. O sea: ningunos “loquitos sueltos”.

Por algo Freud supo hablar de la “sed de sometimiento” en su Psicología de las masas[5]. De hecho, una escena similar a la descripta en el comienzo de estas páginas es mentada por Alain Didier Weill (aquel analizante de Lacan que le tocó hablar en su seminario en los años 1976 y 1979) en su libro Los tres tiempos de la ley, al comentar que los nazis podían emocionarse hasta las lágrimas en una obra de teatro para luego marcharse sin más a cumplir horas de servicio en su aberrante proyecto[6].

Ahora bien, entre ambas --debilidad mental y locura-- está la posición de quien se hace cargo de su goce. Ese que, en lugar de anhelar ser San Martín a la salida de “Argentina 1985”, se deja tomar por el real que lo constituye para hacer algo con eso. Por ejemplo: algo mejor que meter bala ante el vacío silencioso que a veces impone la existencia.

Sergio Zabalza es psicoanalista. Doctor en Psicología de la Universidad de Buenos Aires.

Notas:

[1] Jacques Lacan ( 1956), “La Cosa freudiana”, en Escritos 1, Buenos Aires, Siglo XXI, p. 397 y 398

[2] Jacques Lacan (1946) “Acerca de la causalidad psíquica”, en Escritos 1, Buenos Aires, Siglo XXI, 1998, p. 162.

[3] Jacques Lacan (1971-1972) , El Seminario: Libro 19 “ …ou pire”, Buenos Aires, Paidós, 2012, p. 129.

[4] Jacques Alain Miller, “La salvación por los deshechos”, Radar N° 56. Noviembre 2010.

[5] Sigmund Freud (1921) , “Psicología de las masas y análisis del yo” en Obras Completas, A. E. XVIII, p. 121.

[6] Alain Dider Weill: Los tres tiempos de la ley, Rosario, Homo Sapiens, 1997, p 247.