Un Himno no es simplemente un tema musical, menos aún lo es un Himno nacional. Somos seres simbólicos, “nacemos en un baño de lenguaje”, las cosas no valen por sí mismas sino por lo que representan. Y un símbolo puede ser más valioso que la cosa en sí. Se puede arriesgar la vida por defender a la bandera, a la patria, al himno que la representa. Desde niños conocemos esa melodía y esa letra asociadas a algo solemne, un homenaje; nos conmovemos a su ritmo, así como nos conmovimos al ritmo del corazón de nuestra madre antes de saber hablar. La música está ligada a nuestras primeras sensaciones y la letra, la poesía, aferra las sensaciones a ideas e historias. Cantar juntos es comunión, genera pertenencia, y así lo entendieron quienes gestaron las naciones proponiendo los símbolos patrios que afianzaran esa solidaridad. En un mundo indiviso, el ser humano dibujó fronteras, lo pobló con distintas culturas, idiomas, vestidos, peleó por la posesión y dominio de su territorio, por el reconocimiento de las necesarias diferencias. Y también intentó invadir y conquistar a ajenos para implantar sus símbolos: su bandera, su escudo, su himno.

La querida maestra de música en la escuela primaria nos enseñó que nuestro Himno no es una marcha militar ni proviene de una canción popular antigua como tantos otros. Es una rica y compleja obra sinfónica con reminiscencias de Clementi y Mozart; sus versos fueron escritos por un poeta y abogado, Vicente López y Planes, quien se vio inspirado tras asistir al estreno de una obra patriótica, cuya música había compuesto Blas Parera. Éste era un eximio músico catalán, organista de la Catedral de Buenos Aires y director de orquesta. Y a él se le encomendó, luego, musicalizar el poema de Vicente López y Planes para terminar de dar forma al Himno Nacional Argentino, el cual tuvo un gran impacto y aceptación pública. Mientras que López tuvo una vida reconocida como autor del Himno, Parera fue sospechado de no adherir a la causa patriótica y tuvo que huir oscuramente al exilio en España.

La Copa Mundial de Fútbol es un fenómeno complejo. Aúna a gran parte de la humanidad en torno a un magnífica competencia y espectáculo deportivo, es entretenimiento, también usado con fines desviacionistas, es sede de variados intereses económicos, es exhibición de coloridas diferencias entre naciones. Antes del partido, cada equipo entona su Himno nacional con un acompañamiento musical que proporciona el torneo. El nuestro, cuyo género es lírico, cuenta con una introducción, dos estrofas, un interludio y un coro. Razones de tiempo y extensión empujaron a acortar su duración y ¿cuál fue la “solución” ?: reducirlo a la introducción. Nos dejaron sin letra.

Durante un largo tiempo tuvimos que soportar la visión de los jugadores argentinos incómodos, mirando hacia los costados, y el estadio en silencio ante una introducción que iba a desembocar en la nada. Y esto suscitaba interrogantes: ¿es que ellos no saben la letra de su himno o es que el himno argentino no existe? Como un río plagado de obstáculos que sin embargo sigue fluyendo y tratando de llenar los espacios con agua, porque tiene un cauce y un destino, lentamente el público, la hinchada, realizó su pequeño heroísmo: comenzó a entonar la difícil introducción. Y hoy es un canto que explota, casi un grito colectivo que anima a los jugadores silenciados. No es un “la, la, la…”, es un “o, o, o...”, el de “Oíd mortales”, el de “O juremos”. Nos dejaron confinados al lugar del primitivo que aún no tiene palabras. Pues bien, desde allí cantamos, con el sonido gutural del que se expresa a pesar de todo, con entusiasmo, con pasión. Y guardando sonrientes el secreto, el chiste, porque letra... nos sobra.

Y humildemente formulamos un pedido: ¿habrá algún directivo con un poco de sentido común, que pueda proponer otro arreglo? Por ejemplo, abreviar la introducción musical y comenzar por el “Oíd mortales” de las estrofas hasta el preludio al coro. O comenzar por el preludio para luego cantar la letra del coro. O alguna otra opción. Implica animarse a “molestar” un poco a los organizadores de los eventos, ya que esto supondría cambiar la partitura que ya utilizan. Tal vez valga la pena, para devolverle la letra a nuestro Himno. “Oíd”.

Diana Sahovaler de Litvinoff es psicoanalista de la Asociación Psicoanalítica Argentina.