Hace tres meses conocí a Istar en Tiflis --capital de Georgia--, una iraní fan del cineasta Abbas Kiarostami y ella misma actriz. Esta semana me escribió por Messenger desde Isfahán, centro de Irán: “La policía me molió a palos y me duele todo el cuerpo, lleno de moretones; destrozaron mi auto. Nos están matando por luchar contra el hiyab”. Me pide borrar el chat y considera peligroso un llamado telefónico.

Cinco años atrás, crucé el desierto de Irán hasta la tres veces milenaria Yazd, estación de la Ruta de la Seda con un laberíntico casco de adobe erizado de minaretes --altos para ser divisados por las caravanas con camellos--, cúpulas azules con arabescos y torres de ventilación como un haz de tubos de órgano en casas centenarias: son “aires acondicionados” de barro inventados en el Egipto faraónico.

Entre las callejuelas rumbo al bazar, pasaban mujeres con chador, esa pieza de tela negra que cubre cuerpo, cabeza, frente y a veces boca, que las convierte en un caluroso triángulo andante (muchas eligen vestir así, otras son presionadas por la familia: solo son obligatorios el hiyab y un “aplanado” general de las curvas). En una mezquita conversé con Alí Mir, un clérigo amable con excelente castellano aprendido en Ecuador dirigiendo un centro islámico. Abrió su maletín y tenía pegada una foto de monseñor Arnulfo Romero, asesinado por militares de El Salvador: “Cuando fui a su tumba lloré por él y al morir Hugo Chávez, le hice una ceremonia islámica”. Subimos una escalera caracol a lo alto de la cúpula acebollada con remate en aguja: “El Islam no es solo una religión, sino una cultura, una forma de vida donde todo se une en Alá; desde la variedad se va a un punto superior que es la unicidad de dios; todo es uno; esa es la filosofía de la cúpula, un símbolo de la unidad”.

Bajamos a la sala central y llegó Tania, una joven vasca feminista que anda curioseando. Sentados los tres en la alfombra, ella cuenta:

--En la zona azerí de Tabriz tomé un taxi y el chofer Mohamed --65 años, muy amable-- empezó a enseñarme farsi. Decía “casa” y señalaba una, “cara” y me la tocaba, “pierna” y... le quité la mano de un golpe y se calmó. Me llevó a conocer a su mujer y me mostró la casa. En una sala, le cambió la cara a muy guarra y me tocó los pechos. ¡Le di un ostiazo y me puse a gritar! Estaba nerviosa y temblaba. La mujer oyó todo y no hizo nada; me imagino que la violará todas las noches.

Alí pidió disculpas a Tania en nombre de los iraníes de bien: “Tocar a una mujer sin consentimiento es pecado”. Una señora mayor toda de negro se sentó en una silla y Alí le contó sobre Tania, quien tuvo otro tocamiento por un taxista --“le di una ostia en la nariz y me bajé”-- y varias situaciones de acoso callejero en un mes: “Decidí no tomar más taxis”. La señora era consejera religiosa y Tania preguntó qué podía recomendarle a una extranjera que viaja sola, para no ser acosada. Alí tradujo:

--Es normal que algunos hombres se sientan tentados; tienes que conocer las reglas islámicas para evitar esos acercamientos. Si ven a una mujer guapa sola, buscarán acercarse y por eso la vestimenta es una protección, un muro contra los hombres. Un vestido holgado en lugar de tus jeans, además de la hijab que traes puesta, servirían para que si te ve un hombre cuya mujer no es guapa, no se sienta tentado, ni la esposa humillada. Esto defiende la firmeza de la familia; para respetar a otra mujer, toda mujer debe ocultar su belleza. Tampoco muestres el pelo y verás que todo es distinto.

Tania le dijo que probó salir totalmente tapada junto con una amiga iraní en Kerman: “Varios se acercaron a decirnos cosas violentas, muy cargadas sexualmente. Mi amiga le temía a las motos en la noche; hasta hace 10 años, desde ahí les tiraban ácido en la cara si no tenían bien puesto el hiyab”. La señora se manifestó apenada y agregó: “En Irán normalmente una mujer no viaja sola; el Islam no lo recomienda; tampoco al hombre. Deberías buscarte un compañero; una solución es el matrimonio”.

Se sumó a la charla otro sheik. En un inglés muy british, recurrió a parábolas: “Las abejas van a la miel; y si no quieres que se la coman, debes guardarla en una vitrina”. Tania, aunque atea, le arrojó una saeta: “Para que el cazador no mate al pájaro, debes quitarle el arma y no meter al ave en una jaula”. El sheik tenía más munición. Amablemente, dijo: “Si no quieres que te roben el oro, guárdalo bajo el mostrador”. Tania puso paños fríos: “En Irán casi no vi gente pidiendo, ni mucha pobreza; soy educadora social y he estado preguntando; dicen que hay pobreza pero también recursos y mucha solidaridad en el Islam; este es uno de sus pilares; se dice que aquí nadie va a pasar hambre ni dormir en la calle, y pareciera que es verdad. He tenido malos momentos, pero me quedo con los buenos, que son mayoría. No es un país inseguro donde te cruces con gente armada; casi todos son amables y generosos, pero dentro del sistema patriarcal como el resto del mundo. En Europa nos siguen acosando, violando y matando. Cuando el Partido Popular en Vitoria quiere prohibirles a las musulmanas cubrirse el pelo, las defiendo. Y quisiera que aquí fuesen libres de no hacerlo”.

Toda mujer en Irán debe tener velo en la calle y la policía de la moral controla. La única laxitud es poder cubrirse desde la mitad de la cabeza hacia atrás (usual en las jóvenes). La muerte de Mahsa Amini --22 años-- hace cinco semanas, detenida por tener caído el velo, detonó un estallido social con 200 muertos.

Consulté a Alí por el velo y dio sus razones: “No es una obligación impuesta por el gobierno, sino por la democracia; el 98,2 por ciento del pueblo votó el sistema islámico en el referéndum de 1979. La minoría en contra tiene la voz amplificada en medios internacionales. El hiyab tiene una historia de 3000 años, es anterior al Islam; siempre se usó, salvo en tiempos del Sha, cuando las obligaron a quitárselo; el pueblo votó por el hiyab; es un símbolo, no solo de la religión islámica, sino de la identidad iraní; es como si te quitaran tu pasaporte: es para todos, seas o no musulmán. Si cedemos en esto, habrá que permitir que vayan de la mano, el beso y después abrazar”.

Le comenté al grupo que las personas homosexuales son ahorcadas si son vistas teniendo sexo por cuatro hombres que lo atestigüen. Alí dijo que jamás oyó que se haya aplicado. Pero se aplicó muchas veces. Dijo estar en contra de esa ley y agregó que “si un enfermo quiere contagiar a la sociedad ¿cuál es la forma de controlar eso? Occidente liberó la homosexualidad. ¿Solucionó algo o están cada día peor?”

 

Tania me dijo por lo bajo: “Y sin embargo aceptan la transexualidad”. Las personas transgénero acceden a la cirugía de reasignación sexual (el Estado las estimula y la familia las presiona). El ayatolá Jomeini emitió una fatwa: serían “enfermos” y la “cura” es la operación. Irán tiene 80.000 transexuales con derecho a identidad de género. Se cree que elles nacieron en el cuerpo equivocado y a veces convencen a un gay --no trans-- de operarse para ser “normal” (el daño después es grave). La transexualidad no es una opción, sino una “solución”. Y es un reaseguro del binarismo: cada operade debe usar hiyab.