Desde Barcelona

UNO ¿Qué hace un hombre como Rodríguez pensando en una chica como esta? La respuesta a la pregunta es complejamente sencilla o sencillamente compleja: Rodríguez no sabe qué pensar acerca de Taylor Swift. No sabe si le gusta lo que hace o si lo suyo es, apenas, algo muy astuto y calculado al milímetro por algún irresistible y pegadizo algoritmo sónico. No sabe si Swift es una genia o una idiota savant o una con mucha suerte y buenas conexiones y excelentes productores que periódicamente ascienden a lo más alto del Olimpo del pop. No sabe si es industrial o artesanal o lentejuela o cárdigan. No sabe si es la estudiosa alumna excelente que siempre levanta la mano, o una copiona de memoria fotográfica, o la nieta bastarda de Paul Simon.

Rodríguez no sabe si la ama o si la odia o si dame más.

DOS Y acaba de salir nuevo álbum de Taylor Swift que pronto será el antepenúltimo. Luego de haberse "reinventado" en 2020 con los más bucólicos/confinados y supuestamente reflexivos folklore y evermore, aquí llega el supuesto retorno al combat-poppy de Midnights con sonido que la aproxima a la precisión de reloj-cucú suizo à la ABBA/Roxette. Y hace unas pocas medianoches, recién tañido, a las tres horas de estrenarse Midnights ya estaba anticuado: Swift lo reforzó con siete canciones más de una "3am Edition". Porque Swift no deja de producir y de producirse. Porque swift --nada es casual-- significa en inglés rápida o ligera. Y, claro, Rodríguez no es la única víctima del Misterio Swift. Son millones. La mayoría porque la aman (y la analizan como si se tratase de una ciencia entre oculta y exacta desbordante de mensajes secretos y de fórmulas misteriosas). Y otros muchos porque está ahí. Y porque, bueno, Swift es mejor que cualquier cosa vocoder-reguetón (o como se escriba). Y porque sus canciones son, después de todo y antes de tanto, canciones. El problema/particularidad es que, sí, todas esas canciones tienen un mismo y único tema: Taylor Swift y el estado de todas las cosas taylorswiftianas. Swift se canta a sí misma más que Walt Whitman y todo su universo se condensa en un Óiganme/Mírenme y/o de un Mirarme/Oírme. Su Tema se resume en dos movimientos de acción/reacción: acusarse/comprenderse/perdonarse mientras sufre/condena/ejecuta a sucesivos ex-novios. Lo de Swift es como una cruza de esos magníficos discos autoflagelantes y vengativos de Frank Sinatra en los años '50s (In the Wee Small Hours, Where Are You?, Frank Sinatra Sings for Only the Lonely) y el Blood on the Tracks y el Time Out of Mind de Bob Dylan. Una y otra vez: porque siempre hay más abandónica/abandonada Taylor Swift y más novios ligeros ser ex novios rápidamente que se usan (inspiran), se tiran (se los descompone para componer canciones) y ya está (se los cobra cobrándosela) y algo libra y queda de esos amores de música, sí, ligera y swiftiana. Y que pase el que sigue, el que suene, el que vaya a sonar.

TRES Y, aunque transparente y obvias sus motivaciones, el enigma permanece y el talento se mantiene y su virulencia sin vacilación es mucho más alta que la de cualquier bacilo. Años atrás, un gran sketch de Saturday Night Live se reía, temblando, del fenómeno y del síndrome. Allí, en un falso comercial, se publicitaba/recetaba el medicamento Swiftamine a ser consumido cada vez que sientas que, inexplicablemente, no sólo te gusta la música de Taylor Swift ("principal causa de vértigo entre la población adulta", advierte allí un médico) sino que, además, comienzas a respetarla como artista.

Más allá de la broma, entre los muy serios contagiados (no incluir a su bestia negra, Kanye West, quien la atormenta pero en verdad le tiene miedo) figuran Elvis Costello, Ryan Adams (quien no vaciló a la hora de cubrir el 1989 de Swift) o Keith Richards quien, preguntado por Swift, se limitó a encogerse de hombros y sonreír esa sonrisa de zombi. Otros intoxicados que no vacilan en definirla como "una gran escritora y performer": Neil Young, Stephen Stills, James Taylor, Judy Collins, Steve Earle, Janis Ian, Lindsey "Fleetwood Mac" Buckingham, Jon Bon Jovi, Dolly Parton, Lady Gaga, Katy Perry, Kris Kristofferson, Shirley "Garbage" Mason. Y así, por su lado, han pasado gente como Madonna, Aaron Brooking "The National" Dressner, Paul McCartney, Mary J. Blige, Bon Iver, Mick Jagger, Def Leppard, Lorde, la Phoebe de Friends cantando su "Smelly Cat" y, en Midnights, la formidable Lana Del Rey.

Pero, ¿será humana Taylor Swift? Ese aire de replicante cantarina de Blade Runner o de eficaz tripulante científico de la saga Alien o de terminatrix de Terminator parecen acercarla a algo creado en un laboratorio en los barrios residenciales de Stepford. Y atención: su nombre tan andrógino/asexuado remite más a marca registrada/corporativa --suena a Max Factor o a Häagen-Dazs o a General Motors-- que a seña personal. Es más, Rodríguez ni siquiera podría afirmar que sea exactamente guapa. Taylor Swift --según el ángulo/estética con que se fotografíen sus piernas aseguradas en 40.000.000 de dólares-- podría ser modelo de Leni Reiefenstahl o de Diana Arbus o de Annie Leibowitz o de Nan Goldin. Hay algo en ella de elfo de la Tierra Media, de retro-maniquí-barbie de grandes almacenes, de secretaria de Mad Men pero redactada por Patricia Highsmith, o de cheerleader de Twin Peaks (Swift es como una Doris Day a la que no se puede evitar imaginarle una vida secreta con muchas más de cincuenta sombras y habitación roja). Así, Swift como articulado y esbelto insecto perteneciente a una variedad rara combinando partes de las ingenuas mosquitas muertas, de las voraces mantis religiosas, de las falsamente dolidas viudas negras cuando el amor se acabó. Decirlo alto y rápido: Taylor Swift posiblemente sea la versión hembra --¿Patricia Bateman?--del American Psycho de Bret Easton Ellis.

CUATRO Y, sí, multimillonaria y multipremiada y multidescargada en Spotify chica nacida en Nashville y educada en colegios de monjas donde, por supuesto, fue "gordita" y menospreciada y ahora más cerca de Grace Kelly que de Madonna y experta en el manejo y manipulación de las redes sociales y fugitiva de tabloides. Y, claro, se sabe también que es una especie de superdotada para los negocios y las negociaciones. Pero por encima del producto, Swift produce algo. Está claro que su voz no es la de Christina Aguilera o la de Rickie Lee Jones, su genio confesional no es el de las también muy astutas Joni Mitchell o de Patti Smith, ni su personalidad es la de las más complicadas y complejas Fiona Apple o la ya mencionada Lana Del Rey. Pero ahí está esa capacidad suya y sólo suya para convertir la escritura secreta e impúdica de un diario adolescente en himno de batalla público para todas las edades. Es como si Taylor Swift fuese una Aimee Mann o una Fiona Apple (maestras de lo sombra confesional indie hembra) pero apta para todo público. Taylor Swift es una Hannah Montana que no se descarrió y una Billie Eilish no tan inquietante, una Shakira WASP sin caderas y una defensora del Girl Power pero a la que le gusta que le abran la puerta y le arrimen la silla y le regalen flores. Y, sí, Rodríguez la escucha y la atiende y le presta (y le paga) atención. Aunque siga sin tener claro si Swift y lo suyo le gusta. Pero no es tan grave: Rodríguez tampoco entiende cómo funcionan los teléfonos, los agujeros negros, los aviones, los virus y todo eso.