Desde Barcelona

UNO Rodríguez siempre recuerda la impresión primera y casi insoportable de llegar a esa parte de La decisión de Sophie, novela de William Styron, en la que la protagonista se veía obligada a elegir entre salvar a hijo o hija de camino al matadero nazi. Y, sí, Sophie Zawistowska (quien al poco tiempo tuvo rostro y acento de Meryl Streep) jamás se sobreponía al espanto y a la culpa de haber elegido (y, si se trata de seguir temblando, pensar en que alguna vez los best-sellers histórico-románticos estaban así de muy bien escritos y actuados).

En cualquier caso, Rodríguez se acuerda de que por entonces --leyéndola/viéndola-- pensó que, en verdad, toda vida estaba, desde sus inicios y hasta el final, confeccionada en base a alternativas/disyuntivas, si bien no tan tremendas, igualmente trascendentes.

¿Papá o mamá? ¿Batman o Superman? ¿Coca-Cola o Pepsi? ¿Dios o la Nada? ¿Este o aquel equipo de fútbol? ¿Él/Ella o Ella/Él? ¿Tolstoi o Dostoievski? ¿Mono en vinilo o Stereo en cd? ¿Windows o Mac? ¿Citizen Kane o 2001: A Space Odyssey? ¿Izquierda o Derecha? Y así hasta el ¿enterrado o cremado?

Habiendo coincidido su infancia profunda con las primeras y acaso más poderosas radiaciones de The Beatles, a Rodríguez también le tocó, a lo largo y ancho de pubertad-adolescencia-primera juventud, el enfrentarse a uno de los multiple choice-Jekyll/Hyde-à deux más brutales. No al de ¿Beatles o Stones? (que jamás le supuso duda/problema) sino al dilema consecuencia directa de la separación del cuarteto. (Y probablemente el crack-up de los Beatles influenció/autorizó, apenas subliminalmente, a inmediata ola de divorcios porque, de pronto, ya no cotizaba al alza aquello de all you need is love sino el you never give me your money).

Entonces, a saber y a no saber muy bien qué contestar, otro temblor:

¿Lennon o McCartney?

Y --advertencia-- no valía el escaparse por la tangente sonriendo un "Ringo" o enarcando ceja con un "George".

Tantos años después por fin, ya era/es hora/tiempo, Rodríguez puede responder con autoridad y certeza y sin duda alguna:

Paul.

DOS Y ha alcanzado semejante alivio (en el contexto de la reedición de-luxe del magno Revolver, desde hace ya tiempo entendido por muchos, pero no por Rodríguez, como superior a todo lo demás de los mismos) sin remordimiento alguno con la ayuda de recientes evidencias que a Rodríguez se le antojan recientes evidencias incontestables. A saber: la serie de conversaciones con Rick Rubin en McCartney 3 2 1; el mega-documental Get Back de Peter Jackson explorando hasta el más mínimo detalle y gruñido ese virtual x file que fue la casi desesperada creación un tanto incrédula de Let It Be; y los contundentes dos volúmenes del autobiografía cantada en orden alfabético Letras. Lugares todos en los que McCartney amorosamente (pero sin por ello dejar de marcar territorio) recuerda sin la ira de aquel Lennon Remembers vomitando sobre la grabadora de Jann Wenner. Y aquí y allá y en todas partes, Paul comenta melodías y versos que dieron sentido a su vida y a las de tantos otros durante su paso por los Fab Four, Wings y su catálogo solista.

Paul quien, hasta el día de hoy, sigue discutiendo que esa cumbre que "In My Life" (tal vez por ello haya decidido no incluirla entre sus Letras donde más de un crédito se reordena ahora como "McCartney y Lennon") es más suya que de John, a quien su "Coming Up" despabiló de tanta modorra utópica-doméstica y alejó un tanto de su adicción a la yokoína.

Paul con su pulgar siempre en alto, insistiendo una y otra vez en que él era el más vanguardista y experimental del grupo con esa voz como de Sylvester Stallone que se le pone cuando no está sobre un escenario de mega-estadio.

Paul que no deja de producir aunque siga creyendo en el yesterday.

Y, sí, ahí está la razón de, ahora, preferirlo.

Lennon, de acuerdo, fue un creador (pero, digámoslo, sus himnos-slogans solipsistas dejan de funcionar cuando uno ya comienza a intuir ese horizonte hacia el que acabará cabalgando). Y, de acuerdo, John Lennon Plastic Ono Band es una obra maestra de la (luego tantas veces imitada) catarsis-pop en público. Y, claro, John es la eterna y ácida adolescencia rebelde mientras que Paul es la dulce madurez bien asentada (Ringo es la dulce infancia y George es prematura y ácida vejez, como la aquel abuelo en la película A Hard Day's Night).

TRES Pero a esta altura del álbum conceptual de la vida de Rodríguez, la figura de Paul (con momentos abismales pero, también, con cimas como McCartney, Ram, Band on the Run, Back to the Egg, McCartney II, Tug of War, el injustamente vilipendiado Press to Play, Flowers in the Dirt, Flaming Pie, Chaos and Creation in the Backyard, Memory Almost Full, New y McCartney III) se impone porque, bueno, Paul, además, es un trabajador, un trabajador de primera, el primer trabajador de la primera banda.

Alguien quien, a diferencia de Lennon, nunca despreció a The Beatles; y es tan conmovedor como ingenioso ese momento en que le explica a Rubin que él fue un beatle durante diez años y luego, desde 1970, es un fan de The Beatles.

Alguien quien respondió al agresivo "How Do You Sleep?" de su hermano de tinta eléctrica con el tolerante "Let Me Roll It".

Alguien a quien (por todas las peores razones) le ha tocado el rol de sobreviviente y, sí, ese "Chico, vas a llevar esa carga, llevar esa carga por un largo tiempo" que cantaban los cuatro --apenas all together then-- casi al final y cruzando calle.

Alguien para quien no debe ser sencillo ser ese alguien; aunque repita/cante una y otra vez que basta con el movimiento de un hombro para soportar el peso de ser una leyenda viva y coleando o que, en canciones sueltas a lo largo de las décadas ("Let Me Roll It", "Here Today", "The Songs We Were Singing", "Ever Present Past", "That Was Me", "Vintage Clothes", "The End of the End", "New" o "On My Way to Work" o "Early Days" o "Confidante" o "Pretty Boys"; hay mucho ahí para un disco de Paul titulado The Beatle) vuelva una y otra vez al análisis de ese Big Bang cuya onda expansiva aún se escucha hoy y se escuchará por siempre.

Alguien quien, en interminables giras mágicas y misteriosas es perseguido por el fantasma de Los Beatles sino, también, por el de John (con el más replicante y atronador de los silencios). Y –last but not least– por su propio y evocador/evocado fantasma: por el casi dickensiano fantasma de sus Navidades pasadas y presentes y futuras. Justificando y justificándose y volviendo a contar su versión del asunto. De ahí que cada nuevo trabajo de McCartney --o cada nueva parte del viejo por siempre joven Paul-- tenga el perturbador encanto y produzca el cálido escalofrío de una sesión de espiritismo donde el médium y el espectro son la misma persona.

Alguien a quien alguna vez se dio por muerto y suplantado por doble pero que sigue vivo y siendo único (aunque él ya sospeche, como Rodríguez, que Ringo los va a enterrar a todos).

Alguien que siempre vuelve, vuelve, vuelve al sitio al que alguna vez perteneció y al que sigue perteneciendo porque ese sitio es suyo.

Y Rodríguez se arriesga a decirlo:

John es un buen ejemplar.

Paul, en cambio, es un buen ejemplo.

Y --a diferencia de John en su momento, acaso mintiendo-- Paul sigue creyendo en los Beatles de verdad.

 

CUATRO P/S: Así, si (a) Paul está muy ocupado, bueno, bienvenidos sean (b) John. Y (c) George. Y (d) Ringo. Y (e... eh) Paul.