Una escuela en Cerro Hueso       7 puntos

Argentina, 2022

Dirección: Betania Cappato.

Guion: B. Cappato e Iván Fund.

Fotografía: Iván Fund.

Montaje: B. Cappato, I. Fund y Mariano Luque.

Duración: 70 minutos

Intérpretes: Mara Bestelli, Clementina Folmer, Pablo Seijo, Irene Zequin

Estreno exclusivamente en Malba Cine, los sábados a las 18.

Ema sonríe al ver un potrillito, y sus padres ríen, lloran y se abrazan de emoción. Se entiende: es la primera vez que una sonrisa aflora a los labios de su hija. Acompañada a veces de un caballito de juguete, que funciona como su compañero fiel, Ema no habla, y en ocasiones se ausenta. Los médicos la han diagnosticado como autista, y ese diagnóstico parecería ser inapelable. Ella y sus padres, radicados en la capital de Santa Fe, tuvieron que mudarse a Cerro Hueso, un caserío situado al sur de la provincia. Es que nada menos que diecisiete escuelas no han aceptado a Ema, y solo en la de Cerro Hueso han sido lo suficientemente hospitalarios para recibirla.

Simplísima, económica, concisa al máximo, Una escuela en Cerro Hueso es, en casa, casi tan silenciosa como lo es Ema (Caterina Folger). Como “contagiados” de la situación de su hija, sus padres, ambos biólogos (Mara Bestelli y Pablo Seijo), hablan poco y nada, entre ellos y con la pequeña. Y se los ve tristones, al menos hasta aquel momento del potrillo. El ámbito del colegio es, naturalmente, más bullicioso, con unos compañeros que se portan como tales, en una inversión exacta de lo que a los padres de Ema les ha sucedido con el sistema educativo. Los chicos, ya se sabe, no suelen andar con recelos y especulaciones, y eso les permite relacionarse con la compañera nueva de igual a igual. Aunque ésta abandone de pronto la actividad grupal para pasearse, abstraída, entre los cortinados del aula. La buena onda de los chicos es tal que, vaya a saber, en una de esas a la larga consiga lo que los médicos no pudieron, o no supieron ver.

Narrado con elementos mínimos, el primer largo de ficción de la santafesina Betania Cappato sabe entremezclar su ficción con elementos documentales, que colaboran con la sensación de autenticidad. No solo por la investigación de Julia, mamá de Ema, sobre la muerte de la fauna ictícola en los ríos de la zona, afluentes del Paraná, debida seguramente al efecto invernadero, que hace subir las máximas hasta los 48 grados. También alumnos y maestras son “reales”, si se permite la obviedad, de allí seguramente un aire de complicidad que tal vez haya representado un trabajo de familiarización entre ellos y la cámara (manejada por el experimentado Iván Fund) que, como todo en el film, no se nota a simple vista.

Ganadora de una mención especial del Jurado Internacional y Jurado joven en la última Berlinale, la película, tan escueta como el caserío mismo de Cerro Hueso, respeta los silencios y hace hincapié en la callada observación. En este sentido es ejemplar la secuencia inicial, cuando Julia analiza unos dorados jóvenes en su laboratorio, ante la atenta mirada de Ema, y de la cámara. Visualmente articulada por “apagones” que llevan la imagen a negro, la de Cappato no es una película impasible. Por el contrario, corre a través de ella una emoción soterrada, que una placa final trae a la superficie. “Los dorados jóvenes tienen una asombrosa capacidad de adaptación”, informa Julia como parte de su trabajo de campo. ¿Será que en los humanos jóvenes esa capacidad es igual de asombrosa?