El atrevimiento del escritor y psicoanalista Jorge Alemán consiste en leer a Karl Marx, Sigmund Freud y Martin Heidegger intentando anudarlos desde Jacques Lacan. En Breviario político de psicoanálisis (Ned Ediciones), que presentará el miércoles 9 en la Cámara de Diputados de la Nación, están los “hilos” de estos cuatro pensadores atravesando un repertorio de temas cruciales de la actualidad, como la forma neoliberal del Capital hasta el modo en que impacta sobre la vida y las circunstancias sociales y subjetivas. “Cuando un pueblo entiende que a veces la ley no es la ley, sino un instrumento arbitrario del poder, ha realizado una operación subjetiva y política de primer orden”, plantea Alemán en uno de los textos. Otro “hilo” fundamental ha sido la poesía. Antes de exiliarse en Madrid en 1976, a los 25 años, publicó varios libros de poesía. “Busco el poema que me salve/ y lo encuentro”, escribe el poeta en La hora del rechazo (Activo Puente).

De visita en Buenos Aires para acompañar la presentación de los dos libros, Alemán, profesor honorario de la Universidad de Buenos Aires y de la Universidad Nacional de San Martín, destaca el atrevimiento de su apropiación de Marx, Freud, Heidegger y Lacan. “Creo que estoy en un momento de la vida donde ya estoy autorizado para apropiarme de estos pensadores de un modo de hacerlos jugar a mi favor. No estoy tratando de decir ‘Lacan dice esto’ o ‘Heidegger dice esto’. Yo los hago hablar, también me autorizo a hacerlos hablar”, confiesa el escritor y psicoanalista en la entrevista con Página/12.

Los problemas de las izquierdas

-En uno de los textos de “Breviario político de psicoanálisis” plantea que Marx afirmó que el capitalismo no acumula el goce, sino que goza acumulando. ¿En dónde se percibe más ese gozar acumulando en la Argentina de hoy?

-Basta ver la propia conducta de los capitales concentrados; aun cuando vean que puede explotar todo no ceden nada porque están subordinados al goce de la acumulación. ¿Cuánto dinero quieren tener? ¿Hasta dónde quieren llegar? En la Argentina no han querido ceder en ningún caso en términos de tratar de que este país sea viable. Pero podríamos decir que es un problema mundial: el capitalismo se va revelando no solo como algo injusto, sino como algo donde la vida no va a poder seguir sosteniéndose. Y no hay nada que lo detenga; puede haber colapsos de distinto tipo, destrucciones parciales o esta nueva lógica de guerra mundial, tal vez de gran alcance; pero no se va a detener. No se encuentra el lugar --y ese es el problema serio para las izquierdas-- para constituir un freno de mano y decir: “vamos a detener esto”.

-¿Por qué es un problema serio para las izquierdas?

-Ahora más que nunca porque las nuevas derechas ultraderechizadas, como digo yo, lo que te proponen es no renunciar a nada. Freud explicaba que entrar en una civilización implicaba una renuncia; la condición para que existiera el pacto civilizatorio era renunciar a tus pulsiones en beneficio del común. Freud mismo, aunque era un conservador, decía que si después esa civilización no cubría las verdaderas necesidades merecía ser destruida. La ultraderecha ahora juega a decir: “no digas que no”, “no renuncies a nada”, “no aceptes ninguna imposición”; que todo sea sometido al cálculo de costo-beneficio. En ese sentido, la izquierda tiene un problema porque se vuelve antipática; dice que hay que renunciar y que sí tiene que haber restricciones. Estos que te invitan a que no es necesario renunciar a nada te están metiendo en una selva donde después vas a tener que pagar todo. Ellos juegan en lo inmediato y te dicen: “nada de restricciones”. La presidenta de la Comunidad de Madrid (Isabel Díaz Ayuso), que es de la ultraderecha, dice “no vamos a cerrar los bares por eso de las restricciones a causa de la guerra” (entre Rusia y Ucrania). Uno está en la posición incómoda de decir que si no se toman estas medidas queda afectado el orden de lo común, de los servicios públicos. El beneficio nunca es inmediato, pero ellos juegan a la idea de un beneficio inmediato, aunque después venga el horror. Las izquierdas tienen un verdadero problema respecto de cómo constituyen su horizonte.

Las ultraderechas y la transgresión

-Hace veinte años atrás, en los grupos de ultraderechas había mayoritariamente viejos; los jóvenes no se sentían atraídos por ese espacio. ¿Por qué los jóvenes en el mundo, no sólo en la Argentina, hoy se sienten interpelados por esos discursos?

-Las ultraderechas abren un espacio de transgresión en donde hay derecho a cualquier cosa y a no renunciar a nada. En cambio en toda la construcción ética de la izquierda no hay ética sin renuncia, si queremos que haya escuelas públicas, sanidad pública, salarios sostenibles. La ultraderecha juega a decir: “esto es un robo”, “es un robo de los políticos”. Esa idea hace que uno tenga que asumir no sé si una posición antipática pero sí una posición más incómoda, ¿no? Porque uno tiene que estar advirtiendo: “mire que esto así va al desastre”. La ultraderecha se está beneficiando también por otros dispositivos que ha puesto en funcionamiento como romper la relación con los legados históricos, con las herencias simbólicas. Entonces la izquierda tiene que estar recordando la historia, tiene que recordar esos legados, y tiene que demostrar que tal vez para que haya un horizonte de posibilidades esos legados tienen que mantenerse. Se suele decir que “la gente vota contra sus intereses” como si fuera un mantra mundial. No; la gente vota a favor de sus intereses, lo que pasa es que los intereses no son tan sencillos como se pensaba en relación a los intereses de clase.

-Debe haber también “intereses simbólicos” que hacen más complejo explicar cómo se vota, ¿no?

-Es lo que yo llamo “identificaciones”, desde dónde uno ha construido su identidad. Yo le he mostrado a muchos vecinos inmigrantes en Madrid cómo el líder de la ultraderecha española (Santiago Abascal) dice que los inmigrantes son unos “cerdos” y les resulta indiferente porque ellos están identificados con el lugar donde está interpelando ese proyecto y no simpatizan con la legislación laboral porque ellos trabajan en negro y no ven que en lo inmediato vayan a conseguir un contrato fijo. Ahí hay un montón de aspectos donde las derechas juegan con lo inmediato y ese es el potencial destructivo más importante que tienen. Aparte de que hay un problema añadido y es que en ese horizonte que antes tenía la izquierda estaba la revolución y ahora la salida del capitalismo se ha vuelto harto problemática. Uno lo puede caracterizar, lo puede describir, puede mostrar todos los artefactos y dispositivos que hacen funcionar al capitalismo, ahora cuando se tiene que pensar en la salida, el tema es que uno necesita una temporalidad. En los ‘70 no queríamos discutir las tasas de beneficios sino las relaciones sociales de producción que había que transformar. Ahora se discuten las tasas de beneficio y que tiene que haber una distribución del ingreso distinta, que es hasta donde más se puede llegar. Pero nada de eso encarna una solución inmediata. Una transformación seria del capitalismo que no implicara una lógica sacrificial --porque uno no va a ir a disparar contra Amazon o contra Google-- exigiría una transformación civilizatoria. Podría pasar que de un día para otro hubiera una cuestión disruptiva, un surgimiento de algo muy potente en las calles. Pero luego plasmar eso en un proyecto que organice de nuevo a la sociedad bajo una lógica distinta a la del capitalismo se ha vuelto difícil, aun habiéndose extendido en muchos sectores la idea de que el capitalismo marcha hacia una destrucción del medio ambiente, de la vida y de los lazos sociales. La izquierda se ha vuelto un poco paliativa, en el sentido de que como no puede generar una ruptura dice: “vamos a hacer que esto, por lo menos, sea más justo”. La izquierda no encuentra la palanca para decir: “miren este sistema así conduce a una vida insostenible”.

-Un ejemplo de lo “paliativa” que se ha vuelto la izquierda podría verse en el reciente triunfo de Lula en Brasil por una diferencia exigua y con el apoyo de Estados Unidos, ¿no?

-Si no hubiera llamado rápidamente (Joe) Biden para reconocer el triunfo, Lula tal vez hubiera estado en problemas. Finalmente, Europa y Estados Unidos le han dado el aval incierto para evitar un golpe. Esto demuestra el orden de condicionamientos que va a haber; es verdad que lo apoyan los mismos que aceptan una división internacional del trabajo y del mundo que no es muy favorable a los países dependientes. Cuando se decía que era lo mismo Biden que Trump, esa era una lectura un poco anacrónica. Biden se apuró en apoyar porque ve en Bolsonaro a Trump. Por un lado, eso está bien; pero por otro, estos son los mismos que querían poner a (Juan) Guaidó de presidente en Venezuela. Pero tampoco podemos regodearnos en un desastre. Menos mal que ganó Lula y ojalá que haya posibilidades de construir con eso algo importante. Evidentemente, Lula ha sido reconocido porque ya no es un líder revolucionario; es la persona sensata socialdemócrata que quieren ver. Aquí estamos de nuevo con un problema que es la relación entre las izquierdas y las democracias. La izquierda juega en un terreno que se denomina democracia, pero la democracia está con las cartas marcadas. Hace rato que las derechas son capaces de pensar en un mundo donde las reglas democráticas no cuenten mucho. Entonces la izquierda se vuelve conservadora porque al menos con esa democracia, aunque no se resuelva nada de lo esencial del capitalismo, hay algunas experiencias militantes y sociales que pueden continuar. Uno no puede decir: “que se caiga todo”. Lula puede ser la garantía de que continúe como yo creo que acá en la Argentina, más allá de todos los déficits que puede haber en el Frente de Todos, hay muchas de las experiencias que más valoro. Y para que continúen es una condición que la derecha no vuelva.

Máquina de guerra

-¿Cómo ve el panorama electoral para el 2023?

-Lo veo complejo porque en la Argentina, además, hay otro factor: el orden de supervivencia se ha vuelto extremo y como no se resuelva el problema inflacionario puede dar lugar a cuestiones muy desagradables. En el Frente de Todos hay un problema de su estructura interna; hay un movimiento histórico y un frente electoral. Y no coinciden. Desde el comienzo ha habido una brecha y se supone que de aquí al ‘23 eso se tendría que resolver.

-¿Se podrá suturar esa brecha?

-Da la impresión de que no. Argentina se condujo como si no hubiera una ultraderecha enfrente. La ultraderecha es una agenda híbrida; no son personajes fascistas a la vieja usanza. Sin embargo, si analizás desde la cuarentena hasta aquí cómo se ha comportado toda la estructura de Juntos por el Cambio ha seguido a rajatabla la agenda de la ultraderecha. La interna en la Argentina tiene una enorme potencia; la idea de hacer críticas al propio aparato también.

-¿No produce un agotamiento ese ejercicio de crítica al interior, cuando la sociedad tiene otras urgencias y demandas, por ejemplo, resolver la inflación?

-La crítica tiene mucho prestigio moral, pero después hay que ver las consecuencias. Si la crítica se ejerce y no transforma nada, llega un momento en donde hay una distancia con la población porque se empieza a percibir que esa crítica es más bien un ejercicio de los políticos entrecomillas. Hubo un montón de críticas desde que asumió el Frente de Todos; lo que ha aparecido es la emergencia de (Sergio) Massa, con la gente deseando que le vaya bien… las críticas no han llevado a un giro a la izquierda; es un fetichismo de la crítica pensar que si se hace la cuestión cambia. Hay veces que no se la dice a la crítica, pero se actúa de tal manera que las cosas cambian. La derecha está en una máquina de guerra; basta ver lo que ha pasado con el intento de asesinato a la vicepresidenta. El movimiento nacional y popular juega dentro del orden democrático y trata de autocorregirse… tampoco me quiero situar en un exterior de esto. Yo formo parte de ese problema y no quiero ponerme por encima de eso. Espero que de acá al ‘23 se acomoden algunas cosas.

*Breviario político de psicoanálisis se presentará el miércoles 9 a las 18 en el Salón Delia Parodi (Rivadavia 1864), con Fabiana Rousseaux, Águeda Pereyra y el autor.

Poesía y vida

Jorge Alemán (Buenos Aires, 1951) empezó escribiendo poesía a los 18 años. En La hora del rechazo (Activo Puente), su último libro de poemas, enlaza el tópico del rechazo de origen con el rechazo amoroso y el exilio. “El rechazo es algo bastante serio porque lo constituye al sujeto en un lugar de exclusión, en alguien que no puede inscribirse o encontrar su sitio. La poesía siempre ha cumplido la función de sostén en mi vida”, revela el escritor y psicoanalista. En el libro hay un poema dedicado a Horacio González. “Su muerte fue para mí un impacto enorme por la relación que teníamos y por lo que significaba Horacio para la Argentina”, recuerda Alemán.

-En uno de los poemas del libro se menciona “La tierra baldía”. ¿Qué significó ese libro para usted?

-Es uno de los grandes poemas de la historia de (T.S.) Eliot, uno de los poemas que más se aproxima a lo que puede ser la perfección de un poema, tal vez para mostrar que el rechazo tiene matices. Mucha gente lee los poemas y cree que estoy hablando de mí; pero normalmente no los concibo como autobiográficos. Mucha gente me pregunta: “¿te está pasando algo,? ¿te duele algo?”… y es un día magnífico y yo estoy en la playa sentado con un campari y escribo una de estas cosas atroces (risas).

*La hora del rechazo se presentará el 23 de noviembre a las 18 en el Centro Cultural Borges (Viamonte 525), con Daniel Santoro, Daniel Freidemberg, Susana Cella y el autor.