Katie James nació en Inishfree, una pequeña isla ubicada al norte de la costa de Donegal, en Irlanda. Pero lo primero que le viene en mente, cuando le da por recordar, son las montañas de Tolima, ciudad colombiana en la que atravesó infancia y adolescencia. Su madre, una inquebrantable hippie inglesa, había fundado allí una comunidad ecológica llamada Atlantis. Y allí se hizo Katie al andar… cantando, jugando, tocando el violín. 

“Era una comunidad alternativa en la que buscaba ser autosostenibles, cultivando lo que se consumía de manera orgánica. Ha sido muy significativo para mí haber crecido en ese contexto multicultural, con una mentalidad muy abierta a las diferentes maneras de ser y de pensar”, dice ella, ante sus inminentes primeras presentaciones en la Argentina. Las dos del Teatro Border de Godoy Cruz al 1800 (jueves 10 y sábado 12 de noviembre a las 22.30); la del Teatro Metro de La Plata (4 y 51), prevista para el jueves 17 a las 21; y la del sábado posterior a las 21, en la Sala Payró de Mar del Plata (Peralta Ramos 2280). “En aquella comunidad de Tolima empezó mi camino artístico. Había mucho espacio para la música, la danza y el teatro, y así crecí, escuchando infinidad de músicas. Por eso, me gusta mezclar y darle la libertad a la inspiración para que llegue en el estilo que quiera”, detalla Katie, quien también fue invitada al concierto que dará la cantautora Yasmín Occhiuzzi este viernes en Bebop, y el lunes, al rito que activa La Bomba de Tiempo en el Konex. 

“Ir a la Argentina es cumplir un sueño. Desde mi adolescencia escucho mucha música de allí, y tengo desde hace un buen tiempo el deseo de ir a conocer, a compartir mi música y a aprender más sobre las suyas. Además ¡Argentina es el cuarto país donde más escuchan mi música!”, se enciende la cantora colombiano-irlandesa. “Pienso en sus tangos, zambas y chacareras; en el vino, en el mate y en el fútbol, y cuento los días para llegar”, ríe.

Katie pasó a la palestra cuando “el mundo” la vio cantar el vallenato “En la selva” junto al cantautor colombiano Carlos Vives, pero a los efectos de su primera visita al país, gravita más que ame al Dúo Salteño, al tango, a Fito Páez, y a Mercedes Sosa. “El trabajo vocal del Dúo Salteño era increíble”, afirma. “Cuando escuché por primera vez las versiones que hizo de 'Balderrama' y 'Zamba del Laurel' quedé con la boca abierta, al igual que cada vez que escucho a Mercedes… esa voz que entra en tu pecho y se queda un rato allí moviéndote las emociones más profundas ¿no? En fin, siento en su voz una verdad absoluta. Una mujer grande, una mujer que respiraba Latinoamérica, y que nos dejó la vara muy alta”.

Otro mojón importante en la vida musical de la cantautora fue la rotación a nivel globo de “Toitico bien empacao”, bambuco de su autoría que la llevó a ser nominada en el rubro “Mejor canción folklórica del año” para los Premios “Nuestra Tierra 2021”. “Empecé profesionalmente hace quince años y, a lo largo del camino, siempre insistí en hacer la música que tuviera significado para mí. Por lo demás, creo que lo que me caracteriza es la insistencia”, ríe otra vez James, a poco de haber publicado Versos para no olvidar, su cuarto disco como solista, cuyo leit motiv es celebrar la nacionalidad colombiana que le acaban de otorgar, a través de diez canciones que resumen cinco ritmos de la zona andina colombiana: bambuco, pasillo, guabina, danza y vals. “Este año recibí esa nacionalidad y quise agradecerla de la mejor manera… cantando su música”, asegura.

La argamasa musical trasnacional que absorbe James en sus creaciones e interpretaciones también supone algo de la Argentina. Algo de la verdad que conlleva la voz de Mercedes, por caso; o de lo lúdico que encarnaba el Dúo Salteño, pero trasvasado a la dupla canto-guitarra. “No tengo la voz de ninguno de ellos, pero creo que me han influido igual”, admite James, cuyo paseo por estas pampas también estará teñido por temas de Humano -trabajo antecesor de Versos para no olvidar- que la muestra en su esplendor compositivo, a través de un ecléctico abordaje de ritmos latinoamericanos. “Es un álbum bastante autobiográfico, poblado de temáticas relacionadas con la naturaleza, el trabajo del campesino, y el amor y el desamor, atravesado a su vez por una pizca de humor y un sonido muy acústico donde las guitarras, junto con la voz, tienen un papel protagónico”, vende Katie.

Y vende bien, claro.