Había una vez una idea romántica de la locura: había la locura florida, como exceso de sentido. Había delirantes verborrágicos; algunos escribían libros, o soñaban con fundar sectas. "Durante mucho tiempo", escribe Marcos Apolo Benítez, "me imaginé trabajando en un hospital psiquiátrico, hasta que el azar quiso hacer coincidir la realidad con lo que yo fantaseaba". Así comienza El pabellón abismado (Borde perdido editora, Colección Narrativa, 2022), su tercer libro. Poco dice en él el autor sobre aquella fantasía propia, pero si algo queda claro es que aquel "coincidir" es una literal ironía. Lo que aparece aquí es la locura como sinsentido. Devastados químicamente, tanto por las sustancias a las que se han hecho adictos como por el arsenal de medicación psiquiátrica, los locos pasan en un desfile grotesco. Llegan con "el lenguaje aplanado", tanto desde su lado como desde el de la burocracia institucional, locura paralelamente muda en el poder. 

No se trata de la "locura" como uno la fantasea desde la cordura (o desde la neurosis) sino de su realidad contemporánea, que si con algo coincide es con la idea medieval de estulticia. La Stultifera navis era la nave de los locos, a la que se parece el manicomio de muros permeables que parece dejarlos igualmente a la deriva, y donde el analista que ofrece su escucha se queda hablando solo. Todos los terrores históricamente asociados a la locura (la posesión, el contagio) amenazan con aflorar si el analista para de sostener su semblante; sin embargo, furtivas miradas de soslayo a su alrededor, y los apuntes naturalistas que de ellas resultan, le permiten construir un escenario para que el lector empiece a sospechar algo peor que la locura de los locos: la desidia institucional que reina en el lóbrego ámbito que los aloja, donde nada parece querer ni poder curarlos.

Con humor negrísimo, Benítez toma nota. Empieza por su biblioteca, un centón de citas a manera de prólogo: "Lo que antes parecía muy sólido se desgrana como barro seco ante el primer contacto con un hombre poseído por un demonio", escribía György Lukács en un clásico de la teoría literaria marxista, Teoría de la novela; "y la vacía transparencia tras la cual solían vislumbrarse bellos paisajes es transformada de pronto en un muro de cristal que los hombres en vano golpean, como abejas contra una ventana, incapaces de atravesarlo, incapaces de comprender la forma en que fue construido". Esa opacidad será lo que insista: del lado del narrador, una objetividad que no se demora en los propios efectos subjetivos sino que los traslada al lector, que se abisma en la insensatez (y en los horrores del abandono institucional); del lado de los retratados, una impenetrable resistencia a la significación. Lo que uno construye al final como hipótesis es un mural desolado de las secuelas arrasadoras del capitalismo actual, que reduce a la ex clase obrera a consumidores de mercancías o a despojos: residuos.

Quienes llegan al manicomio vienen de la pobreza, de las cárceles y/o de una violencia absurda que se ejerce con especial saña sobre las mujeres, cuyo relato fluye ágilmente entre lo desgarrador y una comicidad oscura. El estilo seco refuerza el efecto: "También cuenta que una vez, de madrugada, estaba con su pareja en una plaza. Venían de una noche de alcohol y se sentaron en un banco a terminar el vino en cartón mientras se gritaban. Discutían porque ella había quedado embarazada y no quería tenerlo. Entonces, en medio de la discusión, comenzaron a golpearse hasta que de pronto frenó un auto, se bajaron tres tipos pelados con bates de béisbol y ahí nomás los estrujaron a golpes. Esa vez fue su pareja quien estuvo internado por varios días. Mientras que ella, por su parte, quedó con varios dedos quebrados por intentar atajarse de los golpes que recibió, y con la mancha de un hematoma producto de un batazo al costado de su panza de dieciséis semanas. Desde el piso, tumbada y retorciéndose de dolor, alcanzó a ver cómo, un poco más lejos, los skinheads sacrificaban a batazos a un croto que dormía a la intemperie sobre unos cartones envuelto en diarios", relata Benítez. 

Marcos Apolo Benítez nació en 1983 en J. J. Castelli, Chaco, y desde 2001 vive en Rosario. Es psicoanalista. Publicó Chaco. Odio en El Impenetrable (Santiago Arcos editor, 2015) y La paliza (Paradiso, 2017). Tanto en la densa prosa poética de Chaco, como en algunos pasajes descriptivos de El pabellón abismado, se siente el influjo de aquellos grandes constructores de atmósferas dark que se conocen como los poetas malditos: "Por más sol radiante y cielo limpio que haya, el interior del hospital es de un gris neblinoso que nunca se disipa". El libro se presenta el viernes a las 19:30 en la librería Craz del Pasaje Pan (Córdoba 954, local 10).